En el camino equivocado
Humberto Musacchio
Con toda claridad, en más de una ocasión Miguel Ángel Mancera ha declarado su propósito de ser candidato presidencial. El trampolín para dar el ansiado salto es el gobierno del Distrito Federal, al que llegó con casi 70 por ciento de los votos, y que por muchas razones es un escaparate de primer orden para la proyección de un político con aspiraciones.
Sin embargo, una simple ojeada a la realidad muestra que la ambición de llegar a la campaña presidencial no será fácil, pues se han venido acumulando una buena suma de factores en contra de la candidatura, para no hablar de la silla presidencial, que no pasa de ser un sueño guajiro seguramente fomentado por los consejeros áulicos, ésos que suelen decirle al príncipe lo que él espera que le digan.
La popularidad de Mancera empezó su caída aun antes de asumir el cargo, pues en la toma de posesión de Peña Nieto hubo cerca del Palacio legislativo una serie de incidentes entre la policía y grupos de manifestantes, algunos tan extraños que lo mismo lanzaban objetos contra los uniformados que solían mezclarse con ellos en el plan más camaraderil.
Tal vez injustamente, pero se acusó a Mancera de la represión o, por lo menos, de no haber influido, ya como gobernante, para que se produjera la pronta liberación de los detenidos. Ahí, muchos leyeron que el exprocurador del Distrito Federal iba a seguir una política alejada de los objetivos del perredismo, que en teoría había abrazado para llegar al Palacio del Ayuntamiento.
Luego vino el cierre del Zócalo para las protestas políticas, la represión por la policía capitalina de grupos que levantaban la voz y finalmente el encontronazo frente a Palacio Nacional, donde se produjo una extraña actuación de algunos militares. En pocos meses, el 70 por ciento de popularidad que se expresó en las urnas se convirtió en un pobre veintitantos por ciento.
Con el paso de los meses, la irritación de los capitalinos creció por la creciente inseguridad, la falta de alumbrado público, la escasez de agua, los baches que cubren amplias zonas de la ciudad y otros problemas de administración urbana. Un nuevo raspón a la popularidad la dio el alineamiento de Mancera con causas repudiadas por los capitalinos y su acercamiento, cada vez mayor y más frecuente, con Enrique Peña Nieto.
Ahora, como si le faltaran problemas, se metió en el berenjenal del segundo piso de avenida Chapultepec, que para todos los efectos es un negocito (o negociazo) privado a costa de vía pública: una obra inútil, onerosa y lesiva para la capital. Las críticas han surgido de todos los rincones, pero Mancera está empeñado en hacerla y para el caso convocó a un referéndum amañado con el que podrá conseguir el aval que desea, pero no la popularidad que necesita.
Si algo faltara, la Junta Local de Conciliación y Arbitraje, en el mejor estilo priista, acaba de declarar “inexistente” la huelga en el Instituto de Educación Media Superior del Distrito Federal, medida que recordó los años dorados del Chacal Díaz Ordaz, cuando la única respuesta para la rebeldía de los trabajadores era la represión. ¿Ése es el camino elegido por Miguel Ángel Mancera? Él tendría que responder esa pregunta.