Patricia Gutiérrez-Otero

A muchos nos deja perplejos que los grupos que quieren un cambio social no logren unificar criterios mínimos para trabajar juntos. Muchas iniciativas, algunas de las cuales sólo quieren realizar reformas al sistema, otras que quieren realizar cambios de fondo del mismo sistema y unas más que perfilan la necesidad de cambiar de sistema, permanecen aisladas realizando cada quien sus reuniones reflexivas, sus campañas de concienciación, sus actividades manifestativas, pero sin lograr unir sus fuerzas entre ellas. Siempre hay algo en donde no hay convergencia. Incluso en los grupos ideados para tejer redes de unión suele surgir la discrepancia y la ruptura.

Mientras tanto las desastrosas reformas del actual sexenio siguen marcando una Constitución hecha a manera de servir los intereses de las Grandes Corporaciones Transnacionales, en el Orden Mundial del Mundo al que, entre otros, se refería Galeano, y no a las personas, los ciudadanos ni los pueblos. Nos venden la idea de creación de empleos, pero no especifican de qué tipo ni a qué precio: empleos que son como cola de león o peor. Las pequeñas cabezas de ratón, pequeños y medianos empresarios, y sus empleados, van cayendo como castillos de naipes, por no hablar de la agricultura autónoma que falleció hace tiempo. El golpe final será dado dentro de poco por la entrada en el Tratado del Pacífico (TPP), donde la competencia será desleal y las reglas del Acuerdo estarán sobre las leyes nacionales.

¿Qué puede unir a los que no quieren esto, tanto en la urbe como en el campo? Llegar a acuerdos mínimos sobre lo que no se quiere que sea México y sobre cómo lograrlo. Sugiero algunos puntos. No queremos que México sea un país maquilero al servicio de las Transnacionales; no queremos que nuestra estabilidad dependa de capitales volátiles; no queremos ser dependientes del extranjero a nivel alimentario; no queremos una Constitución Política que represente sólo a la oligarquía; no queremos que siga la corrupción y la impunidad en todos los niveles de gobierno; no queremos que nuestras escuelas y universidades públicas se transformen en productoras de mano de obra calificada para ocupar puestos, incluso ejecutivos, hechos ad-hoc para un sistema que no beneficia la libertad, la fraternidad y la justicia; no queremos que otros decidan qué queremos ni qué pensamos ni que sigan llenando nuestro imaginario a través de las televisoras; no queremos un país dominado por la avaricia neoliberal donde los millonarios y multimillonarios cohabitan con grados de pobreza y miseria tremendos; no queremos perder el sentido comunitario ni nuestras costumbres y culturas que dan sentido a la vida, como tampoco la denigración de los grupos indígenas; no queremos un país donde los servidores públicos lo único que hacen es servirse a sí mismos y a lobbies económicos internacionales; no queremos que las personas y grupos se vuelvan el engranaje pasivo de un sistema económico global que ha subvertido el sentido de lo político.

¿Cómo lograr que México no sea eso que no queremos? La respuesta es difícil. Con Serge Latouche podríamos decir que hay que “descolonizar el imaginario colectivo”, infestado de falsas imágenes de la felicidad basadas en el tener, en el dinero, en la competencia individualista, en el progreso económico continuo, y aceptar que “lo pequeño es hermoso” (Schumacher). Para ello, la propuesta de crear “células ciudadanas” para la reflexión común es muy válida, así como otro tipo de asociaciones como las comunidades de base. Al mismo tiempo, lograr una asociación de organizaciones que realmente pueda plantear los mínimos por los que podemos trabajar conjuntamente en los cómos: difícil y urgente trabajo de respeto mutuo en la diferencia.

Además, opino que se respeten los Acuerdos de San Andrés, que se respete la Ley de Víctimas, que se investigue seriamente el caso de Ayotzinapa, que el pueblo trabajemos por un Nuevo Constituyente, que Aristegui y su equipo recuperen su espacio radiofónico.