Convención de la ONU sobre Cambio Climático

 

Bernardo González Solano

Aunque la Tierra todavía no puede considerarse a salvo, al clausurarse la Conferencia de las (196) Partes (COP21) de la Convención de la ONU sobre el cambio Climático, en París, el sábado 12 de diciembre, muchos querían lanzar las campanas en vuelo. Falta mucho para que esos tañidos se escuchen a lo largo y lo ancho del planeta.

En tanto, varios países insulares y ribereños a lo mejor no ven la suya. No obstante, ese día —para nosotros, los mexicanos, jornada guadalupana—, fue cuando el mundo reaccionó ante el brutal cambio climático originado por el propio ser humano. Parece que en esta ocasión los líderes políticos y los especialistas en la materia alcanzaron un “pacto universal” para reducir las emisiones y limitar el calentamiento que un momento dado podría acabar con el globo terráqueo.

Por eso, más de uno consideró histórico el acuerdo. Ahora sí. París logró —en contra de lo que muchos suponían, incluyendo los terroristas del Estado Islámico—, lo que no consiguió ninguna reunión internacional anterior: el planeta dio un salto decisivo.

Hicieron falta veinte años desde que en 1995 la comunidad internacional se reunió en Berlín para intentar sentar las bases de un protocolo que permitiera luchar con el destructivo cambio climático.

El encuentro de 1990

Ya nadie recuerda ese primer encuentro en la capital germana (que volvió a serlo desde 1990 cuando se reunificó el país) bajo la presidencia de una jovencísima ministra del Medio Ambiente llamada Angela Dorothea Merkel (née Kasner, 17 de julio de 1954), en el gobierno del canciller Helmut Kohl. Antes de ser bautizada como la “canciller del rigor”, Merkel fue la “canciller del clima” y ahora la “canciller del asilo”. Cosas de la historia.

El de París es el primer acuerdo universal. El protocolo de Kioto de 1997 no lo era, pues solo obligaba a 35 países que representaban el 11% de las emisiones globales, y Copenhague en 2009 se redujo a un ensayo general con final desastroso. El que acaba de firmarse en la Ciudad Luz por las 196 Partes de la Convención de la ONU sobre el Cambio Climático representa el 95% de las emisiones de gases de efecto invernadero y es jurídicamente vinculante, aunque algunos tópicos quedan fuera del texto y, por tanto, no quedan sometidos a ratificación. No obstante la ambivalencia de los grupos ecologistas, la sensación general de propios y extraños fue de éxito frente a un texto de 31 folios en el que por primera vez se establece el compromiso mundial por “mantener el aumento de las temperaturas por debajo de los dos grados con respecto a los niveles preindustriales y perseguir los esfuerzos para limitar el aumento a 1.5 grados”.

Los 196 países firmantes se comprometen a alcanzar el techo de emisiones de gases de efecto invernadero “lo antes posible”. Los principales puntos del pacto son los siguientes: intentar que para fin de siglo (XXI), el aumento de la temperatura media quede entre 1.5 y 2 grados; los países presentarán sus objetivos de reducción de emisiones cada cinco años; se harán inventarios para dar seguimiento de los programas nacionales de reducción; se creará un organismo de compensación a los Estados más afectados por el cambio climático; y los países desarrollados pondrán en marcha un mecanismo de financiación de 100 mil millones de dólares anuales como apoyo a los países con menos recursos.

El documento deberá ratificarse por todos los signatarios la próxima primavera, durará en vigor hasta 2020 y será revisado cada cinco años para que los países pongan al día sus compromisos y se fijen metas de reducción.

Como si fuera una liga

Respecto a los aspectos que por estar fuera del texto no son sometidos a ratificación, como el caso de las contribuciones nacionales de cada país —como lo reclamaban China, India, y sobre todo, Estados Unidos, cuyo presidente, Barack Obama, no tiene la mayoría en el Senado para aprobar este trámite—, esto no significa que las contribuciones sean papel mojado. El acuerdo dispone que las partes deben tomar las medidas domésticas para lograr los objetivos de sus contribuciones, y eso las vuelve obligatorias.

Todo esto para que la temperatura de la Tierra quede “muy por debajo de los 2ºC”, con esfuerzos para lograr no rebasar el 1.5ºC. Este límite es clave porque recoge las recomendaciones de los investigadores, y habrá que valorar aún en qué aspectos se puede ir más allá; lo cierto es que este acuerdo marca una senda para transformar la economía y re orientar las inversiones financieras de las energías fósiles hacia las energías limpias, como se establece en el acuerdo. Es decir, este convenio cuenta con muchas implicaciones que van más allá del medio ambiente.

Si no se hubiera llegado a un acuerdo, esto supondría un fuerte revés no sólo para Naciones Unidas, es decir una derrota de la diplomacia mundial, lo que significaría una pésima perspectiva. Desde hace tiempo, la mayoría en la comunidad científica advierte de que el tiempo para evitar una catástrofe no se puede estirar como si fuera una liga. Hay que actuar lo más pronto. Así, el acuerdo se celebra como un hito, pero otros lo leen con ojos críticos, especialmente en algunas de sus ambigüedades. La más importante, quizás, es la falta de precisión en la reducción de emisiones.

Jurídicamente, el acuerdo es vinculante. Habrá que verlo. Sobre todo porque no lo es en los objetivos de emisión de gases de efecto invernadero. Mientras, se aceptan como válidos los programas de reducción presentados, motu proprio, por 186 países, pero la suma de esas reducciones no alcanza para lograr el objetivo de que la temperatura no suba más de 2ºC. Es más, con los planes comprometidos por estos países, la temperatura del planeta podría llegar a finales de siglo entre 2.7ºC y 3.7ºC, lo que significa efectos catastróficos.

Por su parte, los científicos denunciaron en París que el contenido del acuerdo es “inconsistente” con el objetivo que persigue: evitar un aumento de temperatura “muy por debajo de 2ºC”. En este sentido, Hans Joachim Schellnhuber, director del Instituto Postdam de Estudios del Impacto Climático de Alemania, explica que “nuestra frustración es que los compromisos propuestos por los países para cumplir esas metas son absolutamente insuficientes e inconsistentes, el acuerdo sobre la mesa es entre débil y peligroso, muy alejado de una agenda para salvar la humanidad”.

Otro investigador, Kevin Anderson, director del Centro Tyndall de Investigación Climática fue tajante: “Si comienzas un acuerdo diciendo que la meta del mismo debe ser no superar los dos grados de aumento de temperatura, ese texto debe marcar una senda de compromisos e hitos nacionales para lograr ese objetivo, o de lo contrario demuestras voluntad política pero falta de realismo y verdad”.

Y para redondear la idea, Anderson agregó: “Si queremos estar a salvo de los graves riesgos del cambio climático necesitamos la descarbonización total de la economía en 2050, y que los países se pongan a trabajar desde el lunes en hojas de ruta nacionales para lograrla”.

Prometer no empobrece

Por lo mismo, nada de lanzar las campanas al vuelo. El camino por andar es todavía muy largo. No es la primera vez que los gobiernos de comprometen en reuniones internacionales como la de COP21.

Ya se sabe: prometer no empobrece, el dar es el que aniquila. Se dice en el acuerdo que para el 2050 debería lograrse el equilibrio entre las emisiones de gases y la capacidad de absorción de la Tierra. La capacidad destructiva del hombre en las selvas es absoluta. Se deforestan los últimos bosques aunque se corrompa a medio mundo. Las selvas tropicales sí están en peligro de extinción, junto con los indefensos grupos indígenas que las habitan. Cada minuto hay menos árboles e indígenas, en el continente americano, en África, en Asia. Hay muchas autoridades y miembros de la sociedad civil, así como ONG cómplices, que en lugar de luchar en contra de esta destrucción voltean la cara para otra parte.

En un extenso editorial publicado el domingo 13 de diciembre, el periódico madrileño El País dice: “Como era de esperar, las organizaciones ecologistas no están de todo satisfechas. Son pertinentes sus críticas a las inconcreciones del acuerdo y a que no se han tenido suficientemente en cuenta las necesidades de los países pobres, que son los que más están sufriendo las consecuencias del cambio climático. Pero esas carencias pueden ser subsanadas en el proceso de aplicación. Es posible que en relación a lo que debería haber sido, el acuerdo se quede algo corto. Pero si se valora en relación a lo que hubiera implicado no alcanzarlo, no cabe ninguna duda de que constituye un avance histórico y como tal debemos celebrarlo”.

Aparte de la importancia del pacto, no hay que dejar de lado la decisión del presidente de Francia, François Hollande, y su ministro de Asuntos Exteriores, Laurent Fabius, que dirigieron la realización de la COP21, pese a los actos terroristas que cometieron en París pocos días antes de la reunión internacional.

Asimismo, Hollande recibió un espaldarazo de Obama después de los actos terroristas, apoyándolo para seguir adelante. Algunos podrían considerar banales esas actitudes, pero fueron esenciales para que la Tierra pueda salvar el grave peligro del aumento de la temperatura ambiental por los gases de efecto invernadero. En este mundo globalizado toda está intercomunicado.