Si alguien quiere imaginarse la vida sin WhatsApp y lo que ello repercutiría en su cotidianeidad, sólo ocupa recordar 13 de las 24 horas del día 21 del pasado 17 diciembre del 2015, de poco más de la mitad de los brasileños.

Un castigo que se pretendía fuera para la compañía operadora de la telefonía celular local, se convirtió en el calvario de más de 100 millones de habitantes de ese país del sur de América, cuando se cumplimentó la orden de un juez que determinó suspender el servicio de WhatsApp por la negativa de la compañía a colaborar en un caso judicial contra un presunto narcotraficante.

Al igual que en la mayoría de las naciones latinoamericanas, el WA es la aplicación celular más usada en Brasil, de ahí que la nación de la música y la samba prácticamente colapsara luego de que la población amanecerá sin el casi vital servicio.

La cotidianeidad brasileña perdió el ritmo en aspectos tan importantes de su vida interna. Medios de comunicación dieron cuenta de cómo las rutinas de policías, prestación de servicios diversos, agentes de ventas, taxistas y hasta algunos servicios de gobierno, se volvieron locas por la falta del servicio.

Y es que una juez de aquella nación, en el estado de São Paulo se molestó muchísimo por la negativa de la empresa de celulares a colaborar en un caso contra un presunto narcotraficante. La compañía se opuso a entregar información sobre conversaciones que protagonizó el acusado.

En “castigo”, la magistrada determinó ordenar que se suspendiera el servicio de WhatsApp… y así sucedió. Si bien la juez ordenó que el bloqueo fuera por al menos 48 horas, apenas habían pasado trece horas cuando pudo más la necesidad del casi vital servicio.

Un segundo juez tomó la decisión de anular la decisión de su compañera de oficio, bajo el argumento de que no era razonable que los brasileños se quedaran sin el servicio de la aplicación por una irresponsabilidad de la empresa.

En un intento desesperado por continuar con su vida digital, brasileños intentaron utilizar algunas otras aplicaciones en sus teléfonos celulares.

Más de un millón y medio de brasileños descargó, por ejemplo, la aplicación del Telegram; sin embargo la decisión no fue suficiente y la presión para que se liberara el servicio creció a pasos agigantados.

Los quejosos y libre-pensadores afirman que la decisión de la jueza fue violatoria de sus derechos y exigieron por tanto, el respeto a los mismos. Mientras el susto pasa, es evidente para el resto de las américas la importancia que aplicaciones, redes sociales y tecnologías, han alcanzado en la actualidad.

Mientras son peras o son manzanas, Brasil ha vuelto a respirar luego de que el servicio fuera vulnerado y suspendido sin más argumentos que el expuesto. La era digital mantiene su secuestro sobre las masas y las obliga, como ahora, a vivir a medias cuando el servicio es, arbitrariamente, suspendido.