Tratamiento para nuestro cuerpo político

 

El título de esta nota podría parecer irónico pero no lo es. En muchas ocasiones un desorden es el que termina reordenando la vida colectiva de las naciones. Un ejemplo de ello son las revoluciones, que son la que ponen final a un periodo de desorden político, económico o social.

La Revolución Francesa, la Mexicana, la Rusa, la China y la de Estados Unidos acabaron con el periodo desordenado y caótico que había sido generado por los regímenes sustituidos. Las leyendas conservadoras son las que han difundido la falsa especie de que los sistemas precedentes fueron el paradigma de un orden que la revolución vino a trastocar. Pero un examen más serio nos indica que los Luises, el Porfiriato, los Romanoff, los Mandarines y la Corona británica había llegado a un punto de quiebre en el que, por cierto, se quebraron.

Ahora, pensemos por un momento en algo que vivimos cotidianamente en la Ciudad de México: la alteración vial a causa de las manifestaciones callejeras; son tantas las que suceden cada día que, tanto las autoridades como los ciudadanos han llegado a sistematizar su propia reacción de manera ordenada y metódica. La autoridad vial ha desarrollado un protocolo de contingencia. Policías adicionales, rutas alternativas, señalización emergente, reacomodo de la circulación, avisos y advertencias. Los ciudadanos, por nuestra parte, no damos tiempo de sobra para nuestros trayectos o sorteamos la agenda con las zonas.

El resultado es que la vida ya no se altera. Lo peor que nos llega a suceder es una demora de 30 minutos. Por el contrario, lo grave es una alteración vial provocada por un accidente o por un meteoro. Un tráiler que se atora en la Fuente de Petróleos cancela el Periférico en ambos sentidos durante horas, alterando la vida de media ciudad. Una tormenta que inunda Polanco hace que muchos demoren dos horas, si bien les va.

Y es que hasta el desorden requiere de un cauce para no ser caótico. Así sucede en la vida de las instituciones. La democracia, la justicia y la libertad requieren de encauzamiento para ser benéficas. La democracia sin cauces se llama ingobernabilidad. La justicia sin cauces se llama ajusticiamiento. La libertad sin cauces se llama anarquía.

Todos ellos son síntomas de una enfermedad en el sistema de poder que hasta ahora no ha recibido nombre. Yo me he permitido bautizarla como “cratoma”. Es decir, un cáncer en el sistema de poder. Si no se le atiende a tiempo puede ser incurable, progresivo y mortal. Desde luego que los hay benignos y malignos. La alteración vial o la laboral han sido cratomas benignos. Se curan fácil y eficazmente. Pero la delincuencia o la pobreza hasta ahora han sido malignos.

Por eso, requerimos los tratamientos que remitan el caos de nuestro cuerpo político. No sé si la cirugía, que reseca y amputa. No sé si la quimioterapia, que carcome y que depura. No sé si la radiación, que quema y purifica. Lo que si sé es que el cáncer del cuerpo físico y el del cuerpo político no se curan con el discurso ni con la promesa.

Parece tiempo de reordenar nuestro caos.

 

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@jeromeroapis