Dios, Alá y… Voltaire

En un anticlímax, tras la espectacularidad de los atentados de París, el mundo vive un curioso suspenso esperando el próximo atentado del Estado Islámico o la destrucción prometida de ese mismo Estado por yanquis, franceses, rusos…

El conflicto —que es de lo más sospechoso— se cubre de un manto religioso, de la lucha de dos monoteísmos (tres, si contamos a Israel) pero quizás en el fondo sólo se trate de oleoductos y negocios muy concretos. Estado Islámico roba petróleo del subsuelo de Siria y se lo vende “a sus enemigos” Turquía, Israel o clientes de Occidente. Mercado negro en el peor sentido de la palabra.

Por eso es más bonito hablar del conflicto religioso de un Estado Islámico que resucita la vieja intolerancia musulmana y que predica la yihad, o guerra santa, y que hace proselitismo para reclutar jóvenes en la misma Europa dispuestos a morir por el islam.

Sabemos que esta historia es muy vieja, expresión del fanatismo monoteísta. Un fanatismo que se dio también por siglos en las Iglesias cristianas, sobre todo en la romana que mató a miles a nombre de la “fe verdadera”.

En términos muy teóricos, la misión del islam es convertir a todos los hombres o matar a los infieles, mientras que Cristo ordena predicar su evangelio por todas las naciones, así es que el choque de ambas religiones era inevitable sólo que siendo la humanidad muy pragmática en vez de la guerra total se prefirieron los arreglos y las coexistencias.

Lo novedoso del Estado Islámico es que resucita un viejo extremismo en un mundo islámico divido en sectas y contra un Occidente al que desprecia por infiel y pecador. Pero yo que soy muy mal pensado siento que para los radicales islámicos no es tanto el cristianismo —ya bastante débil— lo que les preocupa sino el racionalismo, el materialismo, el espíritu crítico de Occidente.

En términos políticos, el enemigo es la laicité, es decir esa laicidad producto de los filósofos y de la Revolución de Francia, de Voltaire hasta la guillotina. La laicidad que es también fundamental en la concepción de la república mexicana en el pensamiento de Juárez y en el de nuestra revolución: separación de Iglesia y Estado, preferiblemente en un clima de mutuo respeto.

Y sería muy injusto olvidar que también en el mundo islámico ha habido grandes partidarios de la laicidad, y baste recordar a Mustafá Kemal Ataturk, el fundador de la Turquía moderna, aunque el pensamiento de Ataturk hoy sea atacado por los fundamentalistas musulmanes.

Sin ser un experto, siento que en muchos rumbos del islam la modernidad es la gran tentación, como lo fue en el pasado en el mundo cristiano. Por más que admiremos los grandes logros del pasado islámico y simpaticemos con los jóvenes que quieren democratizarlo, comprendemos que el extremismo y la radicalización —no sé si de pocos o de muchos— son una extraña pesadilla para este loco mundo.

Y como siempre sucede, el peligro no viene de un solo lado, ya que el radicalismo islámico está activando el radicalismo occidental, y ahí está Trump que quiere cerrar Estados Unidos a los musulmanes olvidando que el fundamento de su país es la libertad religiosa, mientras que en Europa la ultra derecha de Marine Le Pen, en Francia, y fuerzas derechistas por todo el continente se están armando para enfrentarse a la temida invasión islámica. Los malos están de los dos lados; ¿triunfarán la tolerancia y el sentido común?