BERNARDO GONZÁLEZ SOLANO
Una vez más suenan los tambores de guerra en el Oriente Medio. El nuevo enfrentamiento (incluyendo la suspensión de relaciones diplomáticas y comerciales) entre el reino de Arabia Saudí, de mayoría suní (el 85 o el 90% de los 1,300 millones de musulmanes en el planeta) e Irán chií (que suman poco más de 150 millones en 14 países), agudiza las tensiones sectarias en la inestable zona. La simplificación periodística de la perenne división entre chiíes y suníes, oscurece la larga rivalidad por el liderazgo regional que ambos países tratan de ejercer basados en mitos históricos y diferencias confesionales surgidos a la muerte de Mahoma en el siglo VII.
Ante la falta de disposición clara para la sucesión, los partidarios de Alí, sobrino y yerno del Profeta creían que solo un descendiente directo debía asumir el mando. Se les llamó chiíes (“facción”) pues estaban en minoría. Los suníes (la mayoría), defendían que la comunidad debía elegir a su nuevo gobernante en razón de sus virtudes. Desde hace 14 siglos nació esta religión política, con la salvedad de que el Islam no es una religión más. En realidad retrata un credo tan religioso como político. En eso reside su carácter explosivo. De tal forma, que no sorprende que el mundo musulmán ponga de nuevo de manifiesto sus divisiones. De cuando en cuando la chispa prende los rescoldos y se aviva el fuego del enfrentamiento.
Los chiíes jamás han olvidado su derrota en Kerbala (Irak) en el año 680, donde Husein, el hijo de Alí, fue decapitado. Como se ve, la costumbre de decapitar viene de lejos, razón por la que los yihadistas del nuevo califato gustan tanto cortar la cabeza a sus enemigos. Desde entonces se negaron a aceptar la legitimidad del califato suní y mantuvieron una dinastía paralela. En la actualidad siguen siendo minoría en el Islam y se asumen discriminados en varios países; solo son mayoría en Irán, Irak y Bahréin.
En tales circunstancias, la ejecución en Arabia Saudí del clérigo disidente chií (de nacionalidad saudí), Nimr Baqr al-Nimr, de 56 años de edad, famoso crítico de la familia real de los Al-Saud, junto con otras 46 personas condenadas a la pena capital por “terrorismo”, al inspirar un levantamiento en 2011, originó el sábado 2 de enero la indignación en el mundo chií, especialmente en Irán, Irak, Afganistán, Pakistán, Yemen, Líbano y otros. Como consecuencia de las protestas, la embajada de Ryad fue incendiada en Teherán después de haber sido tomada por asalto, así como un consulado en otra ciudad. Primero lanzaron bombas molotov contra el edificio y después entraron en el recinto diplomático de donde fueron evacuados por la policía. Se arrestaron a 40 manifestantes.
Horas más tarde, el líder supremo iraní, Alí Jamenei, guía supremo de la revolución, rindió homenaje al “mártir” y advirtió a la monarquía saudí que Ryad pagará “un alto precio” por la muerte de Nimr Baqr al-Nimr. Inmediatamente fue llamado al ministerio de Relaciones Exteriores el encargado de negocios saudí. Y en su cuenta de Twitter Jamenei escribió: “Sin duda, la sangre de este mártir derramada injustamente tendrá sus frutos y la mano divina la vengará…este hombre sabio no alentó al pueblo a tomar las armas ni conspiró de manera secreta, solo criticó al régimen abiertamente. Dios no perdonará la sangre derramada de este inocente. Los sueños no pueden bloquearse”.
Las manifestaciones en contra de la ejecución del clérigo corrieron por todos lados. Una de las más virulentas se dio en Líbano, donde Hassán Nasralá, dirigente del partido- milicia Hezbolá denunció a las autoridades saudíes de haber mostrado su “verdadera cara despótica, criminal, terrorista y takfiri (suní radical”. A su vez, el ayatolá iraquí Alí al Sistani, calificó la ejecución de al Nimr como “una agresión injusta”.
No sólo los regímenes y grupos chiíes han protestado. La muerte del clérigo se dio en el peor momento posible. Aunque nunca es oportuno un enfrentamiento entre las dos principales divisiones islámicas, ahora es posible que la zona pudiera ensangrentarse más. La posibilidad es infinita. La guerra civil de Siria y la irrupción de DAESH en el conflicto que ya se extendió a Irak ha convertido el tablero del Oriente Medio en un gigantesco polvorín, con consecuencias imprevisibles. Hasta el “último” imperio, EUA, el tradicional aliado de Arabia Saudí encabezó la condena de la ejecución de Nimr, e instó a Ryad “a respetar y proteger los derechos humanos”, convocatoria a la que se sumaron la ONU, la Unión Europea y otros países.
La “preocupación” de la Casa Blanca y de todo el bando occidental a que el fuego se propague corrió rápido entre las cancillerías. El Departamento de Estado de EUA insistió a ambos países para “una urgente bajada de tensión”, tras la amenaza iraní de que Arabia “pagará un precio alto” por la muerte de Nimr, un nuevo mártir para la causa chií. Sin duda, esto es otro reto para la diplomacia estadounidense que no se da abasto en el Medio Oriente. Sin duda, el último año de gobierno del presidente Barack Obama no será precisamente un remanso de paz. Washington nada, hoy por hoy, en dos aguas. La monarquía es más aliado de circunstancias que “amigo”, después del “histórico” acuerdo que logró el Tío Sam con el país de los ayatolas: el fin de las sanciones a cambio de frenar su industria nuclear, acuerdo que EUA apadrinó y que el mulato mandatario estadounidense tuvo que explicar personalmente a un enfadado rey Salmán bien Abdulaziz en la propia Casa Blanca.
El acercamiento entre EUA e Irán debe tratarse con pinzas. Hasta las palabras deben escogerse con mucho cuidado. Incluso en la nota oficial del Departamento de Estado en la que llamó “prominente” al clérigo ejecutado. Más de un ceja debe haberse levantado en Ryad cuando les llegó el documento. No se olvide que Arabia Saudí forma parte de la coalición que encabeza EUA para bombardear las posiciones de DAESH en Siria. Por cierto, el yihadista Estado Islámico es de origen suní como la monarquía saudí, pero su crecimiento y expansión también inquieta a la familia reinante en un país que cuenta con las mayores reservas petroleras del mundo. Por lo mismo, no hay que ser muy perspicaz para advertir que a los terrorista del nuevo califato les beneficia cualquier enfrentamiento entre las dos corrientes del Islam.
De tal suerte, la conducción de la diplomacia estadounidense en su relación con Arabia e Irán, lo resumió así recientemente el presidente Obama: “Algunas veces debemos equilibrar nuestra necesidad de hablar con ellos sobre derechos humanos con las preocupaciones inmediatas que tenemos en relación con las lucha contra el terrorismo y la imprescindible estabilidad en aquella zona”.
A la unánime condena occidental a las 47 ejecuciones de Ryad, contribuyó la ONU, Ban Ki Moon puso el acento en la “grave preocupación por la naturaleza de los cargos (contra Al Nimr) y la imparcialidad del proceso”. Y la jefa de la diplomacia europea, la italiana Federica Mogherini, “reitera su oposición a la pena de muerte en todas sus circunstancias, y en particular a las ejecuciones en masa”.
Al ejecutar tanto a radicales suníes ligados a Al Qaeda como a cuatro dignatarios chiíes acusados de echar aceite al fuego en Arabia Saudí, los dirigentes saudíes han querido dirigir un mensaje de mucha firmeza a todos sus enemigos, sin distinción confesional. Pero al decidir liquidar al jeque Nimr al-Nimr, personaje preponderante de la oposición en el reino, Arabia corre el riesgo de agravar peligrosamente la guerra que libran chíes y suníes en el mundo árabe. Una guerra en la que Ryad para los suníes y Therán para los chiíes son los principales protagonistas, sea en Siria o en Yemén, en Líbano o en Irak.
La ejecución del clérigo puede ser la gota que colme el vaso de la paciencia de los grupos conservadores de Irán, pero en el escenario geopolítico del Oriente Medio, los grupos cercanos al ejecutivo iraní no están dispuestos a aumentar los conflictos, al menos así lo suponen algunos analistas.
Mientras tanto, otros países ya han anunciado la ruptura de relaciones diplomáticas con Teherán. Bahréin anunció el lunes 4 que seguía los pasos de Arabia Saudí y rompía relaciones con Irán. Más tarde hizo lo propio Sudán y posteriormente los Emiratos Árabes Unidos manifestó que reduciría su presencia diplomática en la República Islámica hasta el nivel de encargado de negocios y limitará el número de diplomáticos iraníes con credenciales en el país árabe. Se argumentó que esta medida es una respuesta a la “reiterada injerencia” de Irán en los asuntos internos de países del Golfo Pérsico y el mundo árabe, que ha alcanzado recientemente un “nivel sin precedentes”.
Todo está bien siempre y cuando sean simplemente medidas diplomáticas. Lo grave sería que empezaran a disparar misiles, bombas o disponer ataques armados. De ahí al Armagedón solo faltaría un paso. VALE.
