Devaluación, petróleo y deuda

 

Mal comienzo de año para la economía mexicana, de la que no puede augurarse sino un empeoramiento de la crisis económica. Entre los muchos datos que ya anuncian que arreciará la tormenta, tres me parecen particularmente notorios: la devaluación del peso, la caída del precio del petróleo y el crecimiento desmedido de la deuda pública y, en especial, de la deuda externa.

La devaluación ha sido recibida (si exceptuamos a los funcionarios de Hacienda) con alarma por todo el mundo (incluidos varios medios extranjeros) porque, en efecto, se trata del nivel más bajo en la historia, pues llegó a sobrepasar los 18 pesos por dólar y nadie puede asegurar que la caída se haya detenido, pues las acciones del Banco de México de subastar dólares para intentar atajar el desplome no han conseguido su objetivo y sólo han provocado la disminución de las reservas de divisas del país, por más de 16 mil millones de dólares.

Por supuesto, el descenso en el valor del peso afecta negativamente la economía en su conjunto, pues la dependencia —que cada día se profundiza más, a partir de las llamadas reformas estructurales— determina que prácticamente toda la producción en México necesite importar insumos, que, precisamente por la devaluación, resultan más caros.

Como es de suponerse, los empresarios, al ver aumentar sus costos, simplemente lo repercuten en el precio, lo cual significa que habrá un nuevo impulso a la inflación. Y eso cuando los salarios han sido tan castigados a lo largo de las últimas cuatro décadas que el mercado interno se ha estrechado notablemente, de modo que está incapacitado para impulsar el crecimiento, y ya se sabe que si no hay crecimiento de la economía o éste es tan exiguo como el que hemos padecido en los últimos años, también el empleo es insuficiente. Para el conjunto de la población, pues, la caída del peso significa que en este año sufrirá al mismo tiempo inflación y desempleo.

Desde luego, la devaluación está vinculada, entre otros factores, al descenso drástico del precio del petróleo que en lo que va de la administración de Peña Nieto ha perdido nada menos que 80.46 dólares, al bajar de 101.96 dólares que se cotizaba en 2012 a 21.50 el pasado 12 de enero.

Naturalmente, una caída de esa magnitud afecta de manera inmediata las finanzas públicas, ya que el petróleo había venido financiando alrededor del 30 por ciento del gasto público. La caída de los ingresos petroleros es la causa fundamental de los recortes del gasto público, que, como se sabe, han recaído principalmente en los rubros de servicios sociales como educación, salud, vivienda o combate a la pobreza. También, en el empleo de los trabajadores al servicio del Estado y en los rubros de impulso a la actividad económica. Los recortes presupuestales, entonces, son otro factor para el desempleo y el estancamiento.

Finalmente, la devaluación afecta de manera significativa el monto y el servicio de la deuda externa del sector público. La Secretaría de Hacienda declaró en estos días que durante 2015 esa deuda aumentó un 32 por ciento como efecto de la devaluación. “El saldo de los requerimientos financieros del sector público (que es como llaman al conjunto del servicio de la deuda y de las contrataciones de crédito) ascendió a 8 billones 338 mil millones de pesos y fue superior en 891 mil 900 millones al de diciembre de 2014, de los cuales alrededor de 282 mil millones se explican por movimientos en el tipo de cambio”, es decir, por la devaluación.

El aumento extraordinario de la deuda pública en la actual administración, no sólo derivada de la devaluación sino de diversas formas de adquirir créditos, amenaza con convertirse en el mayor problema de la economía mexicana. La conjunción de la devaluación, la caída del petróleo y el aumento de la deuda auguran un negro panorama para 2016.