Alianzas políticas
Tanto en el PAN como en el PRD desde hace tiempo sueñan con las famosas alianzas partidistas. Claro está, siempre y cuando éstas sirvan y convengan a los propios intereses y que el de enfrente les sirva de comparsa porque, en el fondo, a lo que aspiran es a estar juntos, pero no revueltos.
Sin embargo, en el análisis profundo, no sólo atisbando en aquello que se ve por encimita, está más que claro que tanto panistas como perredistas no logran ver la fotografía completa de una situación que, si siguen tomándola tan a la ligera, bien pudiera costarles muy caro, si no en estas elecciones de junio próximo, sí para las de 2018.
¿Qué pretenden panistas y perredistas, de acuerdo con lo que sus respectivos líderes nacionales Ricardo Anaya Cortés y Agustín Basave Benítez vociferan aquí, allá y acuyá? Simple: echar al PRI de Los Pinos, que el tricolor deje de humillarlos elección tras elección y que las prerrogativas que les concede el INE sigan siendo jugosas y abundantes, sin importar que le vendan su alma al mismísimo Lucifer.
Sin embargo, lo que en el PAN y el PRD no han calculado ni de casualidad es el choque de trenes que implicará fusionar (en las boletas, en las urnas, en los discursos y en los aspirantes) dos ideologías diametralmente opuestas; bien podría ocasionar que un tercero en discordia, en este caso Morena, los rebase por el lado ciego y acaben completamente superados, no nada más por el PRI y Morena, sino por sus propios electores, porque está más que claro que un grueso de los militantes y simpatizantes de estos dos partidos que hipócritamente se están guiñando el ojo les van a cobrar en las casillas electorales tan impío maridaje.
Las alianzas políticas, lo explican los especialistas en estos temas, no son cosa de enchílame ésta. Empatar siglas y colores en la práctica bien pudiera parecer cosa sencilla y aventarse como el Borras, todo con el fin de, insisto, descarrilar el proyecto del adversario político. Pero la historia, los fundamentos, los principios, los preceptos, las ideologías y los artífices de ambos movimientos ¡siempre! les reprocharán a gritos y en silencio, que los líderes nacionales de ambos partidos hayan cometido la bárbara osadía de siquiera aspirar a empatar la derecha con la izquierda. ¿O qué, una vez decretado el matrimonio político entre panistas y perredistas resulta que el Frankenstein que engendrarán será ambidiestro?
Los comités ejecutivos nacionales de ambos partidos y también las figuras preponderantes y de peso específico con las que cuentan actualmente tienen frente a sí un galimatías de múltiples aristas que deben estudiar y analizar a fondo.
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