En algo tenemos que entretenernos
Resulta un lugar común decir que vivimos en una civilización de la imagen. Esa imagen que ha venido a desplazar los conceptos, el pensamiento y el análisis. Esto es particularmente cierto en el mundo de la política. Sería difícil anotar cuándo los medios de comunicación —primero la prensa, luego la radio y luego la televisión— fueron infiltrándose en el mundo político.
Me gusta pensar que el gran innovador fue Joseph Goebbels, el ministro de propaganda de Hitler, en un mundo todavía radiofónico y cinematográfico. Pero luego la televisión llegó y con ello una nueva forma de hacer política. Una fecha simbólica fue aquel debate entre Kennedy y Nixon que fue televisado y que decidió la victoria del demócrata.
En México nos costó trabajo entender la capacidad de los medios, y los políticos viejos seguían con la oratoria y los mítines hasta que alguien descubrió que la televisión era todopoderosa. Y a partir de entonces la vida política mexicana se convirtió en un eterno programa de televisión, y el noticiero en el sermón diario que nos asesta el sistema. Cierto es que sobrevive la prensa escrita y por ahí unos cuantos analistas son leídos por otros tantos lectores, pero el show está en la pantalla chica.
Por otra parte, la gente se llena de imágenes de una eterna telenovela política y todo esto multiplicado a través de las redes sociales cuyo efecto total ha de ser muy difícil de medir.
El resultado es que la ciudadanía distraída por la telenovela política se aleja del análisis, del pensamiento y de la critica, los que, por lo demás, nunca fueron muy profundos. Tomemos el caso del Chapo, que se convierte en una curiosa leyenda de esos héroes populares que han sido siempre los hombres fuera de la ley, en la Europa mediterránea, en la Inglaterra de Robín Hood, en México.
Instintivamente desconfiamos del poder y de sus mecanismos jurídicos, y admiramos al hombre macho que surge desde abajo a base de genio y de arrojo. Y ahí están de testigos los narcocorridos delincuentes sucesores del Romancero. En el caso del Chapo hay que añadir una guapa mujer, una estrella de Hollywood y unos heroicos e incorruptibles policías en un episodio emocionante tras del emocionante episodio de la fuga.
Y a mí me gusta molestar a mis amigos empresarios diciéndoles que el Chapo es el mejor empresario de México si tomamos en cuenta su origen, escolaridad y dificultad del negocito. Cuando me dicen que es un criminal que ha matado a muchos, les digo que sí, aunque no a tantos como las tabacaleras, como los productores de pan industrializado sin valor alimenticio, los fabricantes de licores, para no mencionar a los de armas. Pero lo importante es que el Chapo está en el negocio del espectáculo y está ayudando a que nos olvidemos de cosas muy feas como el desmantelamiento del Estado de bienestar, la ruina educativa y hospitalaria, el terrible desempleo, la parálisis de una economía que no crece y tantas cosas más.
Pero no nos apuremos; para distraernos están el héroe de Badiraguato, los 43 evaporados, los goles del Chicharito, la visita del Papa argentino. Y después seguramente que nuestro generoso país producirá un buen escandalo cuando menos mensual para que no decaiga la atención de los televidentes, en algo tenemos que entretenernos, ni modo.