Es increíble, pero cierto: la industria azucarera es el gigante venenoso más grande del mundo, con una producción anual superior a los 170 mil millones de kilos de azúcar. La obesidad, las enfermedades cardiovasculares, la diabetes y la hipertensión arterial, principales causas de morbilidad y mortalidad en México y en otras muchas partes del mundo, están íntimamente vinculadas a este dulce verdugo y pese a ello, nomás no avanzamos como debiéramos.

La Organización Mundial de la Salud, de hecho, ha contabilizado que más de 2 mil millones de personas en el mundo sufren de obesidad, y que el sobrepeso está relacionado al consumo indiscriminado de refrescos. 

Casi al cansancio, las autoridades sanitarias han remarcado que la obesidad es un muy grave problema de salud pública, que esde gran magnitudy que sus implicaciones económicas y sociales serán mucho más grandes que las sospechadas.

Y si bien es cierto que hay factores como la llamada transición demográfica, aspectos sociales, económicos, genéticos y de tipo epidemiológico, yo coincido con quienes afirman que al consolidarnos como una sociedad tan consumista destrozamos nuestros hábitos nutricionales, venerando las azúcares, la chatarra y las grasas al grado que hoy presumimos.

Un reciente estudio publicado, realizado en la Universidad de Pensilavania, en los Estados Unidos, sustenta la decisión de declarar una guerra abierta y frontal contra la industria azucarera, en un intento por repetir el éxito que se alcanzó cuando se enfrentó a la industria tabacalera, hasta lograr marcos legales vigentes en México y otras naciones.

Quieren que el consumidor tenga presente lo que ya sabe: que los refrescos y jugos industrializados destilan azúcar. Que cada lata tenga inscrito que quien la compre, va a consumir, de tres tragos, hasta 16 cucharadas de azúcar, es decir casi 70 gramos del producto.

Y aunque las refresqueras odien a los sanitaristas, lo cierto es que la medida es necesaria para reducir el consumo y sí, también las ventas.

Los refrescos negros, tan satanizados, no son los únicos en esta lista de lo más malo del mundo para la salud de los humanos. De hecho cualquier refresco o bebida embotellada, procesada, representa una bomba de tiempo para nuestro organismo.

Los grandes monstruos trasnacionales de refrescos, como la Coca Cola, han intentado callar conciencias financiando estudios que contrarresten la publicidad difundida sobre lo malo que es consumir el dulce veneno que ofertan.

España alista medidas más severas toda vez que sus registros indican que hay un fallecimiento cada 20 minutos por infartos, derrames cerebrales, diabetes o algún tipo de cáncer vinculado al sobrepeso y la obesidad, como el de mama, el de colon y el de hígado. 

México ha dado grandes avances con la aplicación de un impuesto a las bebidas embotelladas, en el 2013. Pero falta mucho más, medidas más severas y hasta radicales. Eso, o el dulce verdugo no sólo consumirá las vidas de miles y hasta millones de mexicanos, también, agotará los presupuestos gubernamentales, por la saturación que registrará el sistema nacional de salud al obligarlo a atender estos carísimos padecimientos prevenibles. Al tiempo.