El amor desmedido de José Luis Sánchez del Río por Cristo y su dolorosa y torturada muerte le han valido convertirse, por fin, en casi un Santo, el número 32. Su título será oficializado en próximas semanas, quizás días. Beatificado hace poco más de una década, será el Santo más joven de México.
Originario de Sahuayo, Michoacán, fue el 20 de noviembre del 2005 cuando el cardenal Saraiva Martins lo beatificó en la ciudad de Guadalajara y de ahí, su gente, la de Sahuayo, pidió y pidió a Dios para que ya fuera elevado a los altares.
José Luis Sánchez del Río se convertirá en el tercer santito michoacano; le preceden monseñor Rafael Guizar Valencia, nacido en Cotija, férreo defensor de la libertad de culto, quien fuera además el primer obispo de Latinoamérica canonizado, beatificado en enero de 1995 por el Papa Juan Pablo II en la Basílica de San Pedro.
Su biografía relata cómo, cuando fue arteramente perseguido bajo amenaza de muerte, solía disfrazarse de vendedor de baratijas, de músico o de médico homeópata para poder ejercer su ministerio. Su muerte no fue violenta pero sí muy de una agonía larga y dolorosa.
El otro santo michoacano es el padre San Bernabé de Jesús Méndez Montoya, nacido en el municipio de Tarímbaro; caritativo, generoso y con un alto espíritu de sacrificio. Por igual, perseguido.
Cuenta su historia que cuando intentó huir luego de que el Ejército se apoderara de Valtierrilla, fue descubierto y detenido. La sentencia mortal estaba dicha y tras ser despojado de algunos bienes, una escolta lo condujo a una calle próxima a la plaza del pueblo.
Ahí, San Bernabé fue sentado a horcajadas en una viga de madera, sostenida por dos soldados; el capitán Muñiz intentó dispararle a quemarropa, pero su pistola se trabó. Ordenó a los soldados que le dispararan con sus rifles; tres veces lo intentaron, pero ningún disparo hizo blanco.
“El oficial ordenó al prisionero que se pusiera de pie; lo despojó de su sotana y de un crucifijo y algunas medallas que llevaba consigo; lo colocó junto a unos magueyes y de nuevo le disparó, quitándole la vida. Eran las siete de la mañana del día 5 de febrero de 1928”.
José Luis Sánchez del Río será el santo mexicano más joven y quizás uno de los que entregaron su vida de forma más violenta.
De ello, dan cuenta varios corridos, biografías y hasta películas, como la “Cristiada”. La forma en que el cuerpecito fue sometido a torturas y bajezas, es contada y cantada: lo golpearon, le rebanaron la planta de los pies y luego lo obligaron a caminar por largas calles empedradas; dicen algunos que lo asfixiaron y que fue acuchillado en repetidas ocasiones hasta casi matarlo ahí, a un lado de un pozo que le dijeron sería su tumba.
Todo ese suplicio lo vivió ante sus padres y ni en ese momento de gran dolor perdió la brújula. Su amor a Dios quedó en el aire cuando, con el último aliento, mandó con un grito un mensaje a sus padres: “Que viva Cristo Rey y que en el cielo nos veremos”. Después recibió un tiro en la sien, y murió.
El dolor del beato José Luis es casi letra muerta tras su beatificación. Allá en Sahuayo le cantan y le oran con alegría y esmero. Le piden cualquier cantidad de cosas y dicen muchos que es bien cumplidor.
El pequeño, de apenas 14 años, muerto durante el régimen de Plutarco Elías Calles, quien persiguió a los cristianos al cansancio, será el tercer santo michoacano y el número 32 a nivel nacional, de los cuales sólo dos son mujeres y pocos, muy pocos laicos, casi todos de la vida consagrada.
Curiosamente, la santificación de José Luis Sánchez, quien un año antes de su martirio se unió a las fuerzas cristeras del general Prudencio Mendoza, antecede la primera visita del Papa Francisco a tierras michoacanas, donde el Sumo Pontífice celebrará una histórica reunión con jóvenes de todo el país, en un claro mensaje de la importancia que tienen ellos en la sobrevivencia de la fe.

