Pensamiento a fondo

Conceptos como riqueza y pobreza, escasez y necesidad, vida buena, individuo y sociedad, competitividad y cooperación, y otros que la sociedad capitalista/neoliberal ha resignificado para darles un sentido y un valor acordes a la finalidad del crecimiento y del consumo deben ser deconstruidos para ser comprendidos, y habiéndolos comprendido aceptarlos o rechazarlos, parcial o totalmente. Los conceptos en sí se inscriben en un sistema de pensamiento y en un sistema axiológico que los pone arriba o abajo unos de otros.

Como sostiene Ingmar Grandstedt: “En la actualidad se han convertido en valores positivos y principales la agresividad y el cinismo del ‘luchador’, la seducción manipuladora [pensemos en la televisora número uno de México], la capacidad de dar golpes cada vez más bajos, la indiferencia ante el sufrimiento ajeno, cercano o lejano, sin hablar de la complacencia del consumidor irresponsable…”. No es que el ser humano se haya vuelto peor que muchos de sus ancestros, pues en él siempre ha habitado lo sublime y lo atroz, pero la orientación social ha favorecido una u otra de estas inclinaciones. Las razones de esta prioridad son difíciles de desarrollar en este espacio y sujetas a discusión. Pero, para simplificar, nos limitamos a la cultura occidental judeocristiana en la que la búsqueda de unidad y la influencia de la religión promovieron las virtudes adecuadas para una vida en común, las cuatro principales eran prudencia, justicia, fortaleza y templanza. Por otro lado, los vicios, llamados pecados capitales, eran condenados y debían evitarse: la soberbia, la avaricia, la envidia, la ira, la lujuria, la gula, la pereza. ¿En qué momento las virtudes se consideraron vicios y los vicios virtudes?

Bernard de Mandeville, médico y filósofo, escribió a inicios del siglo XVIII un libro en el que ya menciona esta inversión. En La fábula de las abejas (1714) se apunta cómo el vicio, que apunta a la comodidad y placer de cada uno, es el movimiento de la sociedad. Una vida frugal y bondadosa lleva a la ruina de la colmena. Por ello, hay que considerar que los vicios privados se vuelven virtudes públicas. Si ahorrar era una virtud, ahora lo es derrochar; la medida en la comida es remplazada por la gula; la entrega a las pasiones lo contrario de la templanza…

El siglo XVIII es también la época en que nace el pensamiento liberal en economía, con Adam Smith y otros economistas clásicos, en el que precisamente se pedía la libertad total para actuar en economía en pro del propio interés, sin interferencia del Estado (que en principio velaba por el pacto social), pues una mano invisible convertiría estos esfuerzos en beneficio para todos. Un gran giro se estaba dando, en lugar de la búsqueda de la cooperación para llevar una vida buena (que para Aristóteles no era la del goce y el placer como fines en sí mismos) se pasó a la de la competencia sin límite, en la que ni siquiera “la mano invisible” ha logrado distribuir la riqueza producida, por el contrario ha causado daños probablemente irreversibles en la naturaleza y su sistema de autorregulación. La necesidad de volver a dar significado a los conceptos no sólo se relaciona con el hecho de la economía globalizada que lleva a la pauperización de algunos pueblos, ni con la destrucción de la naturaleza y quizá de la tierra habitable, también con el hecho de que la carencia de una vida comunitaria buena y fuerte conduce a la soledad en medio de la multitud o de los miles de mensajes cibernéticos.

Además, opino que se respeten los Acuerdos de San Andrés, que se respete la Ley de Víctimas, que se investigue seriamente el caso de Ayotzinapa, que el pueblo trabajemos por un Nuevo Constituyente, que Aristegui y su equipo recuperen su espacio radiofónico.

 

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