Papa Francisco

Cada mes, como con un grupo de amigos muy queridos, algunos de los cuales son políticos; otros, empresarios, y un muy viejo sacerdote cuya carrera se hizo en los altos niveles del arzobispado, siempre en contacto con el mundo político de su tiempo, un agradable Maquiavelo conocedor de los corredores del poder.

En esta ocasión, el páter nos dijo que no nos preocupáramos de que el papa Francisco en su próxima venida a México fuera a declarar nada subversivo ni molesto para el orden de las cosas, que ya miembros de la jerarquía habían ido a Roma para explicarle cómo estaba todo en este México de mis amores. Es decir, que no nos alarmáramos, que todo estaba bajo control.

Yo no dije nada, pero me surgieron muy malos pensamientos, y es que el papa Francisco se ha convertido para los católicos progresistas, que los hay, o para la izquierda racional, casi en un héroe revolucionario. En el papa que respeta a los homosexuales, que se interesa profundamente por la ecología, que se solidariza con los pobres ya sea africanos o de nuestra América Latina, que es comprensivo con los divorciados…

Es decir, un papa que ha creado grandes ilusiones entre estos progresistas y seguramente alarmas entre los conservadores duros de la Iglesia. Un papa que me recuerda a Juan XXIII, aquel encantador pontífice que vino a revolucionar la Iglesia con su Concilio y también a fomentar grandes esperanzas. Lástima que Juan XXIII murió muy pronto y lo siguió un papa conservador, Paulo VI. Y otro ultraconservador, el papa polaco, Juan Pablo II, rusófobo y amigo de los grandes líderes del neoliberalismo así como también amigo, se dice, del genial financiero Marcial Maciel.

Gracias a Dios, Ratzinger fue un hombre valiente al aceptar que un intelectual como él no tenía la capacidad de acción para limpiar los establos de Augías del Vaticano, y le dejó su lugar a nuestro prometedor papa argentino, el papa latinoamericano.

La historia del enfrentamiento de la Iglesia y el Estado en México es muy conocida y, dijéramos, muy a la mexicana. Los insurgentes son nacionalistas y sus líderes sacerdotes martirizados por el poder español y católico. Luego viene la lucha de liberales y conservadores que no amainará hasta que Porfirio logra un acuerdo.

En esa situación estamos ahora en que el México oficial recibirá a un papa del que espera que no se acuerde de cosas desagradables y que todo se vaya en entusiasmos populares y guadalupanos. Un México en crisis pero que se controla con la asistencia de los medios y de una Iglesia muy comprensiva. Y todos contentos.

Pero para ciertos espíritus rebeldes queda la nostalgia, el deseo de un papa que se atreva a ser imprudente y casi diría subversivo, que continúe la tradición de los profetas, de un indignado Isaías o, por qué no, del mismo Jesús, que resultaba tan molesto a los jerarcas judíos que no querían broncas con el César. Ojalá que Bergoglio no nos desilusione. Me dolería un poco.