Meditaciones pospontificias

 

Como todo en México, la visita papal se dio bajo el signo de la ambigüedad, y creo que no está de más recordar que en la religión de los aztecas —debajo de un dios único y supremo— estaba una pareja: el Señor y la Señora Dos (Ometecutli y Omecihuatl) que eran nada menos que los dioses de la dualidad, de la ambigüedad del mundo. En nuestro caso nos llega Jorge Mario Bergoglio que es al mismo tiempo el pastor mayor de la Iglesia católica romana y por otra parte el jefe del Estado Vaticano.

En una república supuestamente laica, el presidente lo recibe como jefe de Estado pero para los católicos mexicanos (que cada vez son menos) Francisco es una tremenda personalidad religiosa, infalible vicario de Cristo.

Francisco llega a un país en conflicto con graves problemas por resolver y donde se esperan de él posiciones contradictorias. Los liberales dentro y fuera de la Iglesia le piden una abierta denuncia de los males de México, la jerarquía y los católicos conservadores le piden una actitud prudente, suave que no provoque el menor conflicto con el Estado.

Creo que al final Francisco queda mal con los dos extremos, aunque pienso que el gobierno debería estarle sumamente agradecido porque si alguien ganó con todo esto fue sin duda el presidente Enrique Peña Nieto.

Y sin embargo la mera presencia de Bergoglio en Morelia, San Cristóbal o Ciudad Juárez tiene una lectura simbólica de denuncia, y si los sermones están cuidadosamente redactados, para quienes lean entre líneas hay mensajes claros. Cierto que no denunció en Michoacán al más celebre de los clérigos mexicanos de los últimos tiempos, Marcial Maciel, pero en su reconvención a los obispos hay implícitas condenas.

Alguien me decía que él esperaba que llegara un profeta, como Isaías, que clamara contra el mal y en su lugar llegó un político. Quizá sí, pero hay que recordar la imposible dualidad del jefe de Estado en un país extranjero y el pastor de su dócil grey.

Pero “haiga sido como haiga sido”, el papa de Roma gobierna como un rey sus estados hasta que el rey de Italia lo corre allá por 1870 y el pontífice se convierte en el prisionero del Vaticano; pero un político en su momento espectacular, Mussolini, el inventor del fascismo, maestro de Hitler, fundador de un nuevo imperio romano que termina en la ruina, pero que sabía que tenía que arreglar la cuestión católica y este ateo exsocialista se convierte para los papas “en el hombre del destino” y resuelve el pleito con la Iglesia con una “corta feria” y con el regalo de un pedacito de tierra italiana para que ahí exista el Estado Vaticano, un estado miniatura pero con instituciones de lo más útiles, incluyendo una banca nacional, y así los papas vivirán en la famosa dualidad.

La visita papal que analizaremos después tiene un carácter de fiesta mexicana, orgía de sentimentalismos y de entusiasmos, de curiosidad, y se trata, claro, de un gran evento mediático. Diría que es una santa borrachera nacional que termina con una cruda y, parafraseando a Monterroso, diré que a la mañana siguiente del regreso del Papa, Ayotzinapa todavía estaba ahí…