Dilma Rousseff sufre y tiene razón de sobra: a los grandes problemas que enfrenta su nación, en temas como economía, se suma la difícil situación de su antecesor Luiz Inácio Lula Da Silva, su padrinazo, el que le entregó el poder en bandeja de plata y el que hoy, al parecer, con la acusación que sobre él pesa por el caso Petrobras, se lo quitará irremediablemente.
El drama de Dilma Rousseff sí es para llorar. Con la nueva denuncia en contra del expresidente brasileño por lavado de dinero y por ocultar su patrimonio y la demanda de que sea encarcelado ante el riesgo de que pueda escabullirse fuera del país, las cosas se pusieron más que negras.
Contrario a su padrino, Dilma descuidó, evidentemente, el tema económico, que nomás no levanta, aunque se anunció que la Caja Económica Federal aumentó el límite de crédito para el financiamiento bancario destinado a la compra de inmuebles; el anuncio sin embargo no fue visto como se esperaba, porque ha trascendido que el gobierno metió las manos a favor de ese banco público para que ofrezca empréstitos en este tiempo de gran crisis financiera en Brasil.
Medios internacionales y locales en Brasil, dan cuenta cómo el poder que llegó a ostentar Rousseff cuando tomó las riendas del país, se le ha ido yendo entre los dedos. Pareciera que es ella la que está siendo acusada de corrupción, y es que el señalamiento que sobre ella comienza a formarse de encubrimiento, también es pecado.
La presidenta ha tratado por todos los medios hacer ver que la situación de Lula Da Silva no la está afectando, pero ya los medios hablan de su extraña conducta, errada, aturdida, que busca salidas desesperadas.
Al tema de Da Silva, se agrega a la agenda de la presidenta brasileña la pésima relación que mantiene la Cámara de Diputado, “hostil” a cualquier iniciativa que presente Roussseff y, además, la postura natural de su partido, el de los Trabajadores, el que abanderó también Lula Da Silva; el instituto no haya la puerta y presiona a Dilma para que incorpore al expresidente a su gabinete. Increíble.
Además, para acabar de cavar tumba, su gran aliado político, el Partido del Movimiento Democrático Brasileño, no está muy contento con todo lo que acontece y ya se habla de un distanciamiento y de una ruptura total con la estructura de Dilma Rousseff.
La gran prueba de fuego del Gobierno tendrá lugar este domingo. Movimientos de oposición han convocado manifestaciones en decenas de ciudades brasileñas, y los organizadores cuentan con que conseguirán reunir a centenares de millares de personas para exigir la salida de Rousseff.
La presidenta se queda sola y deberá tragar en seco el riesgo que hoy enfrenta de abreviar su mandato y ser destituida, tras el escándalo de su otrora gran padrino político.