Víctimas de la fragmentación
La memoria es el único paraíso
del que no podemos ser expulsados
Paul Richter
Hace ochenta años, un 11 de abril de 1936, se inauguró en Tacubaya uno de los hitos de la arquitectura funcionalista más relevante del patrimonio urbano de la ciudad, el Edificio Ermita, inmueble ubicado en la confluencia de las avenidas Jalisco y Revolución, cuya audaz fisonomía transformó el horizonte citadino y ubicó en la modernidad ese histórico barrio.
Si en 1934 la obra del arquitecto Antonio Muñoz, el Mercado Abelardo L. Rodríguez (en el centro histórico), integró áreas y pasajes comerciales con 1450 m2 de murales, una guardería, espacios lúdicos y el Teatro del Pueblo, tan sólo dos años después el proyecto de los arquitectos Juan Segura y Francisco Serrano combinó los usos habitacionales, los de oficinas y los comerciales con el imponente Cine Hipódromo (con un aforo de 2190 butacas), y todo ello brillantemente conseguido en uno de los más logrados ejemplos arquitectónico del Decó, estilo asumido como el de la Revolución por arquitectos, urbanistas y artistas plásticos de la época.
La enorme sala de cine, cuya monumental entrada se ubica en la calle de Progreso, se inauguró con la proyección de la película alemana “Las quiero a todas”, dirigida por Karl Lamac e interpretada por el tenor polaco Jan Viktor Kiepura, a quien acompañaban en el reparto las actrices austro-húngaras Inge List y Lyen Beyerst, filme que colocó la industria de la exhibición cinematográfica de la ciudad a la vanguardia de las grandes capitales del mundo.
Parte sustantiva del evento inaugural del Cine Hipódromo consistió en replicar la “audacia” de los administradores del Teatro Chino de Hollywood y así, imitando a la Meca del cine, se creó nuestro “Paseo de la Fama” —primero en la historia de la Ciudad de México— con el que las banquetas aledañas a la sala cinematográfica se poblaron de rutilantes estrellas y placas metálicas en homenaje a los grandes astros de esa boyante industria fílmica nacional y extranjera.
Este local cinematográfico y su vecino, el extraordinario Cine Ermita —diseñado por el prestigioso arquitecto Juan Sordo Madaleno en 1950—, fueron víctimas de la “fragmentación de salas”. El pasado 17 de marzo esta obra del arquitecto Sordo colapsó merced a la impericia y la avidez de algún promotor de megaproyectos comerciales.
Al parecer, el enigmático desarrollo urbano —que provocó esta condenable pérdida de la memoria— incluye también el Edificio Ermita, lo que se infiere de la agilidad con la que el personal de la empresa “destructora” retira las placas del “Paseo de la Fama”.
El sigilo y la irresponsabilidad con que las autoridades se manejan hoy obliga a levantar la voz y a estar atentos en defensa del patrimonio urbano en aras de la memoria histórica de la ciudad, de ese paraíso del cual, afirmó el escritor alemán J. Paul Richter, no podemos ser expulsados.
