Un PAN sospechoso

 

En México continúa muy viva la vieja tradición de la caricatura política que, cuando menos, florece desde los tiempos de Juárez, que sobrevivió el porfiriato y que en el siglo XX dio nombres tan importantes como Orozco, García Cabral, Quezada, Naranjo o mi buen amigo Alberto Isaac, entre tantos más.

De los nuevos quisiera hoy rescatar a uno muy particular que es El Fisgón, nombre de combate de Rafael Barajas Durán, quien es también, como el que esto escribe, arquitecto y aficionado a escribir libros.

Y El Fisgón publicó recientemente La raíz nazi del PAN, cuya lectura me pareció muy sugerente y digna de ser comentada quizá porque una de mis obsesiones, como liberal que soy, es la eterna derecha mexicana.

Antes que nada quisiera confesar que alguna vez simpaticé con el PAN, en donde tuve excelentes amigos. Pienso en Efraín González Morfín, y qué —¡Dios mío, qué ingenuidad!— voté por el Jefe Diego antes de que se convirtiera en el marqués de Punta Diamante y una de las voces más hipócritas de nuestros tristes tiempos.

El PAN, con quien yo simpatizaba, era un respetable partido de centroderecha y tenía inteligentes caudillos como Efraín González Luna o Manuel Gómez Morin, un partido de abogados cultos, católicos, pero civilizados. Todo esto antes de la aparición de los Bárbaros del Norte, de Chente Fox y del belicoso Felipito Calderón. Otros tiempos.

El libro de El Fisgón vino a sacudirme esa imagen del panismo y remitirme a los muy sospechosos orígenes de Acción Nacional, allá al final de los años treinta en pleno cardenismo. Acción Nacional, según sus fundadores, venía a separarse de la tradicional política católica que se remontaba hasta la Independencia, y que había conocido dos grandes momentos en las guerras de Reforma y en el conflicto cristero.

El PAN proponía una modernización, un ideal democrático muy lejano de la vieja tradición eclesial y un abierto apoyo al capitalismo en un país ansioso por llegar al desarrollo. Pero, de acuerdo con la visión crítica de El Fisgón, en el PAN naciente hay inquietantes vectores. El primero de ellos es una oposición visceral al cardenismo, es decir al aspecto más progresista de la compleja Revolución Mexicana. Don Lázaro es el gran enemigo. Su programa social, su política petrolera o educativa eran para aquel PAN lo peor que le podía pasar a su idea de México.

Cárdenas remataba así uno de los vectores de la Revolución con raíces en Zapata y el obrerismo, así como la defensa del patrimonio nacional frente a la entrega al extranjero. Ese cardenismo, hoy tan añorado, fue el primer objetivo de combate para el naciente PAN.