[gdlr_text_align class=”right” ][gdlr_heading tag=”h5″ size=”26px” font_weight=”bold” color=”#ffffff” background=”#FA5858″ icon=” icon-quote-left” ]La CDMX se convirtió en la meca de millones de mexicanos expulsados de sus provincias.[/gdlr_heading][/gdlr_text_align]
¡CDMX! | II y última
Aunque me he ido por el rumbo de las letras buenas o malas, mi formación profesional fue de arquitecto y mi posgrado en el campo del urbanismo. Asistí a cursos en Estados Unidos, los Países Bajos, Escandinavia, el Reino Unido en una época en que se llevaban a cabo grandes proyectos urbanos, como la limpieza de la atmósfera londinense tras años de sucia neblina o el establecimiento de inteligentes conjuntos de habitación y comercio en ciudades como Rotterdam y tantos ejemplos más.
Al regresar a México descubrí que el urbanismo le importaba muy poco a los dirigentes del país perdidos como siempre en maniobras políticas y experimentos económicos. Las ciudades mexicanas crecieron y crecieron con absoluto desprecio a todas las reglas ya no digamos de la planeación sino del simple sentido común. Y parecería que había un particular entusiasmo en desafiar ese sentido común. Por ejemplo se desarmó el sistema ferrocarrilero nacional y la Ciudad de México nunca tuvo esas rutas ferrocarrileras de cercanías que tan bien funcionan en Europa, porque todo se consagró al automóvil, aunque sin tener los recursos para la estructura vial necesaria.
Los viaductos capitalinos eran copias miserables de los freeways de Los Ángeles y nuestro metro, heroico niño héroe, nunca tuvo la extensión y diversidad de su lejano modelo el Métropolitain de París. Nadie pensó en descentralizar funciones ni en crear ciudades satélites adecuadas, nadie resolvió el absurdo problema de límites que separaban un DF caótico de un Estado de México más caótico aún.
Hoy, en el “invierno de mi descontento”, mi pesimismo es total. Estoy seguro de que en el futuro van a empeorar las cosas y que los problemas ambientales de la CDMX no van a generar una reacción de voluntad política a no ser que suceda una catástrofe de salud pública o la paralización producida por el automóvil omnipresente.
La CDMX es, por otra parte, víctima de su propio éxito; en un país incapaz de generar un desarrollo armonioso en todo el territorio, la CDMX se convirtió en la meca de millones de mexicanos expulsados de sus provincias, un flujo migratorio sin igual en la historia del país. Y lo peor de todo es que los hombres del poder no tienen disculpa, porque por años enteros se les advirtió de lo que iba a pasar… y pasó. Y no hay placer más perverso en la vida que decirle a alguien: “te lo dije”.
Y es que la CDMX está pagando su gran pecado histórico que va hasta los aztecas, de un arrogante centralismo. México nunca copió el sabio modelo italiano de muchas ciudades medias habitables y productivas. Todo se concentró en la capital dejando al resto del país en una especie de inexistencia.
El resultado fue una ciudad maravillosa, tan maravillosa que resultó víctima de tener tantos atractivos y mucho me temo que el centralismo genera más centralismo y ése más y más…