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Además de los problemas respiratorios, alérgicos y sociales, la contaminación de la Ciudad de México está ocasionando que sus habitantes pierdan el olfato.
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La contaminación ambiental, la causa
René Anaya
Por supuesto que los capitalinos perdimos el olfato político hace cuatro años, cuando elegimos al jefe de Gobierno del entonces Distrito Federal, pero ahora se ha comprobado que también estamos perdiendo la percepción de los olores, por eso casi no notamos que algo podrido huele en nuestra ciudad.
No se trata de percepciones subjetivas de los opositores al jefe de Gobierno, sino de un trabajo científico de investigadores del Departamento de Biología Celular y Fisiología del Instituto de Investigaciones Biomédicas (IIB) de la Universidad Nacional Autónoma de México.
La cenicienta de los sentidos
Vivimos en un mundo de olores pero casi no le prestamos atención, preferimos ejercitar la vista y el oído, un poco menos el gusto y el tacto y casi nada el olfato, excepto cuando el olor nos previene de peligros como la sustancia olorosa que se le agrega al gas o cuando nos causa placer como el aroma del ser amado.
Pero en un tiempo la olfacción fue más importante que la visión y la audición, fue el tiempo de los olores a flor de piel del siglo XVIII. París era una fiesta de olores, algunos nauseabundos y otros muy agradables, como relata Patrick Süskind en su novela El perfume.
La salud pública combatió los malos olores que poblaban las ciudades, y en el siglo XIX se erradicaron las sustancias putrescibles. Así el olfato se convirtió en casi un desconocido, la cenicienta de los sentidos, en nuestras propias narices.
Una de las razones que contribuyó a ese olvido fue la dificultad de medir la percepción del olor. Ahora se conoce mejor su procesamiento y hasta se ha creado una prueba, la Sniffin’sticks, que mide el umbral del olor (la concentración mínima que puede detectar una persona), la discriminación de olores y la habilidad para identificarlos.
Las doctoras Robyn Hudson del IIB y Margarita Martínez de la Unidad Periférica del IIB en el Centro Tlaxcala de Biología de la Conducta, de la Universidad Autónoma de Tlaxcala, en colaboración con el doctor Hans Distel de la Universidad de Munich, publicaron en 2006 un trabajo en el que encontraron que “la contaminación del aire en la Ciudad de México tiene efectos en la percepción de olores en personas saludables […] y que este grupo tenía un menor desempeño que la población de Tlaxcala”, refirió Keninseb García en su reportaje ¿Cómo afecta la contaminación del aire la percepción de los olores?, publicado en Gaceta Biomédicas del IIB en marzo de este año.
Perdiendo el olfato
A partir de ese trabajo, las investigadoras y el doctor Marco Guarneros decidieron averiguar cómo afecta la contaminación las vías olfatorias, tanto la periférica como la central, es decir desde el tejido olfatorio de la cavidad nasal, donde se encuentran neuronas con receptores olfatorios, que envían la señal al bulbo olfatorio, hasta las cortezas olfatoria primaria y orbitofrontal, donde se procesa la información de la percepción de los olores.
En colaboración con el autor de la prueba Sniffin’sticks, Thomas Hummet, de la Universidad de Dresden, Alemania, las doctoras compararon la percepción del olor entre los habitantes de la Ciudad de México y de Tlaxcala. Keninseb García refiere que “no observaron diferencias en la identificación de olores, pero sí encontraron diferencias en la prueba de umbral y una diferencia menor en la discriminación de olores”. Estos resultados indican que la contaminación en la Ciudad de México provoca daños en la vía periférica del olfato, aunque no se excluye que también la central resulte afectada.
Además de esos estudios, los doctores decidieron investigar cómo afecta la contaminación a la percepción de los olores, en especial los de la descomposición de los alimentos. Nuevamente hicieron un estudio comparativo entre los pobladores de la Ciudad de México y de Tlaxcala; a ambos grupos dieron a oler dimetil disulfuro, sustancia que da el olor característico a los alimentos descompuestos.
Los resultados demostraron que los habitantes de la Ciudad de México tenemos una menor sensibilidad para detectar la putrefacción, que los habitantes de Tlaxcala, lo cual puede causar más intoxicaciones alimentarias, ya que no se percibe la descomposición.
Los investigadores, que han realizado otros trabajos sobre la percepción de los olores, están preparando dos investigaciones, una sobre la calidad del olfato en los vendedores ambulantes, que son uno de los grupos más vulnerables, y otra sobre la posible relación entre la exposición a contaminantes, la pérdida del olfato y el desarrollo de procesos neurodegenerativos, ya que se conoce que algunos pacientes pierden el olfato años antes de que aparezcan los primeros síntomas de enfermedades neurovegetativos.
Por lo pronto, lo que ya ha probado el estudio de los investigadores del IIB es que la contaminación de la capital del país causa pérdida del olfato, además de otros problemas de salud.
reneanaya2000@gmail.com
f/René Anaya Periodista Científico


