Obama no pidió perdón
En poco más de seis meses la Unión Americana será dirigida por su 45 mandatario. Mientras los tiempos se cumplen, Barack Husein Obama no desperdicia ni un solo día de su segundo y último mandato. Consciente de que muchos de sus propósitos de gobierno no podrán cumplirse en el tiempo que le queda, Obama ha hecho historia en su último tramo como presidente de Estados Unidos de América (EUA). Primero en sus convenios con Irán en el diferendo nuclear; siguió con la reanudación de relaciones diplomáticas con Cuba, aunque no pudo levantar el embargo económico a la isla; siguió con el levantamiento del embargo de venta de armas a Vietnam —país con el que perdió una sangrienta guerra en la década de 1970, y, por no dejar, acaba de visitar Japón, Hiroshima, donde hace 71 años, el presidente Harry Truman ordenó lanzar la primera bomba atómica en la historia, que causó la muerte inmediata de 140,000 personas, y la segunda, en Nagasaki, donde mató otras 60,000 personas; 200,000 en total. Ese día, el 6 de agosto de 1945, nació una nueva época en el mundo, marcada por el miedo a un Apocalipsis nuclear.
La visita de Obama a Hiroshima —tras concluir su participación en la reunión del G-7 en Ise-Shima, en el propio Japón, donde acudieron EUA, Canadá, Reino Unido, Francia, Alemania, Italia y el anfitrión—, reabrió las cicatrices históricas que perviven en el continente asiático desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Pese a la importancia de la cumbre de los siete países más industrializados del mundo, ésta ofreció un pobre balance sobre su capacidad para dar alguna respuesta a la delicada situación y política global. Sólo se plantearon los peligros que acechan la estabilidad geopolítica y a EUA si llegara a ganar los comicios presidenciales en noviembre próximo el virtual candidato presidencial republicano Donald Trump. En Ise-Shima los jerarcas mundiales se limitaron a enunciar añejos problemas y a ofrecer recetas sin concretar los ingredientes, sólo el comunicado tradicional para salir del paso.
Como sea, Obama no pidió, ni exigió, perdón a Japón como se aseguraba en algunos círculos internacionales. Pero, en un discurso verdaderamente histórico, Obama dijo: “Hace 71 años, la muerte cayó del cielo… Un resplandor y una bola de fuego arrasaron la ciudad, demostrando que la Humanidad había conseguido los medios para destruirse a sí misma… Hemos venido aquí a reflexionar sobre una fuerza terrible liberada en un pasado no muy lejano. Venimos a honrar a los muertos… La memoria de Hiroshima nunca se apagará. Puede que no eliminemos la capacidad del hombre de hacer el mal, por lo que las naciones y las alianzas que formamos debemos tener la capacidad de defendernos. Pero entre esas naciones como la mía, que disponen de armas nucleares, debemos tener el valor de escapar de la lógica del miedo y aspirar a un mundo sin ellas… puede que no consigamos este objetivo en mi vida, pero los esfuerzos persistentes evitarán la posibilidad de una catástrofe porque podemos tratar de desmantelar el arsenal nuclear y evitar su proliferación”. Obama no pidió perdón, ni siquiera disculpas sobre el estallido de las dos bombas atómicas en sendas ciudades japonesas, pero reafirmó su discurso en pos del desarme nuclear, que le valió el Premio Nobel de la Paz en 2009.
En este contexto, es posible entender mejor lo que afirma Richard Ford en un análisis titulado Le vamos a echar de menos: “El presidente Obama, desde luego, no hace todo lo que me gustaría, y comete errores graves. Pero tampoco hace cosas terribles y estúpidas como atacar Irak sin tener un plan, o animar a la gente a ir a la iglesia con armas de asalto, o inmiscuirse en el derecho de la mujer a controlar su propio cuerpo. Y con eso me basta. Quizá de lo que estoy hablando es de percepción. Repito que no lo conozco. Pero a juzgar por su comportamiento, parece que está haciendo todo lo que puede. Y —cosa importante— lo está haciendo al margen de lo que nos guste o no. Antes de que termine, le vamos a echar de menos”. Ni duda cabe.
De tal suerte, el lunes 23 de mayo, en el inicio de su gira asiática, el presidente Obama anunció en Hanoi, la capital del único país que ha ganado una guerra al Tío Sam, dentro del proceso de la completa normalización de las relaciones entre ambos, que “EUA levanta completamente la prohibición de venta de equipamiento militar a Vietnam”. Junto al líder comunista vietnamita, Tran Dai Quang, el mandatario estadounidense afroamericano advirtió que cada venta de armamento estará sujeta a estrictos controles relacionados con los derechos humanos y recalcó que la medida “permite a Vietnam obtener el equipamiento necesario para defenderse y eliminar un vestigio de la Guerra Fría”.
Cómo han cambiado los tiempos. Recuerdo claramente el 30 de abril de 1975, cuando los norteamericanos salieron vergonzosamente de Saigón. El rival comunista de la Casa Blanca había ganado la partida. En el subconsciente colectivo siguen vivas las dolorosas imágenes de los jóvenes estadounidenses muertos, mutilados o desaparecidos en los arrozales por el Vietcong, al que Hollywood se encargó durante años de representar como “invisible y siniestro enemigo” de USA. Al escribir esto parece que los horrores de la Guerra de Vietnam sucedieron hace mucho tiempo, siendo que apenas finalizaron en 1975, hace sólo 41 años.
De aquella matanza en los barrizales infectados por millones de mosquitos, cuando los soldados estadounidenses pusieron de moda fumar marihuana, y cuando la sociedad norteamericana salió a la calle para protestar por una guerra absurda que ya había puesto en la picota a Francia (cuando Vietnam se llamaba Indochina), se encargan ya los historiadores. Al salir corriendo de Saigón, los gringos —que, por cierto, procrearon con mujeres vietnamitas miles y miles de niños, muchos de ellos pudieron trasladarse a EUA en busca de sus progenitores— dejaron un país arrasado que todavía no termina de recuperarse. De las heridas de la población local y de lo que ocurrió en la península en las cuatro décadas transcurridas desde la ridícula evacuación estadounidense se ha hablado mucho menos que del trauma que filmaron magistralmente cineastas como Frank Coppola, Stanley Kubrick, Stone o De Palma.
Varias son las razones por las cuales Obama anunció la suspensión de la venta de armas a Vietnam. Primero, Washington debía enfrentarse, tarde o temprano, a la creciente agresividad china en la zona, interés que coincide con Hanoi, que como casi todos los países de la región mantiene un litigio con China por la soberanía de las islas Spratly y Paracelso, en el mar de China meridional. Pekín quiere consolidarse como el policía en la zona para sustituir a EUA que lo ha hecho desde el fin de la II Guerra Mundial. Esta política china irrita sobremanera al régimen vietnamita, pese a declararse tan comunista como los chinos. Ahora, levantado el embargo de venta de armas, Vietnam podrá modernizar sus sistemas de defensa. La preocupación por los derechos humanos, utilizada hasta ahora por la Casa Blanca para justificar la marginación de Vietnam, ha pasado a un segundo plano, lo que disgusta a otros países de la zona.
Otra razón del cambio de EUA frente a Vietnam es la económica. Desde la puesta en marcha del plan de liberalización conocido como Doi Moi, en 1980, Hanoi pasó de racionar los alimentos para su castigada población a constituir un mercado de cerca de 90 millones de personas que es uno de los más pujantes del Sudeste asiático. Imita el modelo chino, basado en la apertura económica sin atisbo alguno de democratización política. Hoy, Vietnam es una potencia turística y una economía emergente que no deja de crecer: un 6.7% en 2015. Simple y sencillamente, el mundo cambió, y Obama lo aprovecha.
En su visita a Hiroshima —la primera de un mandatario estadounidense tras el lanzamiento de la bomba atómica en 1945, que indudablemente influyó para terminar la Segunda Guerra Mundial—, Barack Obama se presentó en el Museo Memorial de la Paz, en la ciudad japonesa, en el que se exponen recuerdos de las víctimas de la explosión nuclear, la primera que se ha hecho en una ciudad abierta. En el libro de visitas del museo, Obama escribió: “Hemos conocido la agonía de la guerra. Vamos a encontrar ahora el coraje, juntos, para difundir la paz, y buscar un mundo sin armas nucleares”. Firmado por Barack Obama.
En medio de un silencio sepulcral, valga la comparación, Obama, acompañado por Shinzo Abe, primer ministro nipón, depositó una corona de flores ante el cenotafio del Parque Memorial de la Paz. Momento simbólico, emotivo para todos los presentes, sobre todo para los supervivientes que habían perdido la esperanza de llegar a ver en vida una escena semejante. Como telón de fondo, podía verse la Cúpula de la Bomba Atómica, el edificio en ruinas —ahora tesoro de la Humanidad proclamado por la UNESCO—, que sirve como recordatorio de lo que sucedió en esa ciudad hace 71 años.
Al final del acto, Barack Obama saludó a Sunao Tsunoi, de 91 años, y presidente de una de las principales asociaciones de hibakusha (supervivientes del holocausto nuclear). Platicaron brevemente, antes de que el sucesor de Harry Truman se acercara a abrazar a Shigeaki Mori, de 79 años, que no pudo contener las lágrimas. Éste fue el momento más dramático de toda la ceremonia. En su discurso, Shinzo Abe lo describió diciendo: “el comienzo de un nuevo capítulo en la reconciliación de Japón y Estados Unidos”. Que así sea. Vale.

