No cabe duda de que a veces ignoramos lo mejor de nuestra literatura latinoamericana. En este caso me refiero a la obra de un ecuatoriano que ha sido catalogado como vanguardista, Pablo Palacio. Un hombre que escribió poco, tuvo una carrera académico-política, fue miembro del partido socialista, y murió en un hospital psiquiátrico donde pasó los diez últimos años de su vida gracias al cuidado de su esposa, Carmen Palacios.

Pablo Palacio (1906-1947) fue hijo ilegítimo en una sociedad conservadora. Por eso no conoció ni a su padre ni a su madre de quien fue separado no se sabe si porque no nació dentro del matrimonio o porque la muerte de ella lo arrancó de su vida. Gracias a Dios, en ese momento existían los tíos que entraban al quite: uno de ellos cuidó de Pablo y le dio educación superior en jurisprudencia en la ciudad de Quito.

La obra conocida de Palacio es breve y está conformada por poesía, cuento, teatro, novela y ensayo. En ella destacan: Comedia inmortal (teatro, 1926); Un hombre muerto a puntapiés (libro de cuentos editado por primera vez en enero de 1927); Débora (novela, 1927); Vida del ahorcado. Novela subjetiva (1932); Ojeras de la Virgen (novela, extraviada); El huerfanito (novela autobiográfica con la que ganó un premio a los quince años de edad).

Su estilo es disruptivo en el ambiente cultural de su medio dominado por el realismo social. Los temas que toca no son los clásicos temas de la crítica socialista. Entre ellos está el de la homosexualidad, la búsqueda del ser mujer fuera de un sistema patriarcal, el poder decadente… Su construcción de la novela es una antinovela pues critica lo que la novela hacía en ese momento, lo que se aprecia en particular en Débora.

Para que estimen el estilo de este escritor, prefiero dejar el espacio a los párrafos iniciales de Débora en los que se puede ver su crítica a la literatura y a la realidad que ésta refleja:

Teniente

has sido mi huésped durante años. Hoy te arrojo de mí para que seas la befa de los unos y la melancolía de los otros.

Muchos se encontrarán en tus ojos como se encuentran en el fondo de los espejos.

Como eres hombre, pudiste ser capataz o betunero.

¿Por qué existes? Más valiera que no hubieras sido. Nada traes, ni tienes, ni darás. Algunos inflan el pecho, y no quieren saber que lo han inflado con el viento del vecino. Todos han inflado su pecho con el viento de sus vecinos, y después, muy serenamente, han cruzado los brazos bajo las costillas falsas, como diciendo, “¿quiénes son esos granujas?”.

Pablo Palacio hinca su diente mordaz en una literatura y una sociedad artificial, hueca, mentirosa. Al deconstruir la literatura va más allá de ese reflejo mimético para desarmar la realidad social de su época. En todo caso, es un escritor que cuestiona tanto al literato como al político y al hombre común por caminos poco transitados.

Además, opino que se respeten los Acuerdos de San Andrés, que se respete la Ley de Víctimas, que se investigue seriamente el caso de Ayotzinapa, que el pueblo trabajemos por un Nuevo Constituyente, que Aristegui y su equipo recuperen su espacio radiofónico.