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La UE del futuro tendrá que replantearse sus procesos internos, lidiar con los populismos de derecha, rediseñar la relación con sus contrapartes.

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David Cameron es el responsable político

La responsabilidad política por el Brexit tiene nombre y apellido: David Cameron. Es la historia de un político que ganó la reelección para Downing Street 10 con un discurso antieuropeo y se imaginaba poder convencer al electorado poco tiempo después de que ahora sí había que aprobar la continuidad del país en la Unión Europea. Pero varios acontecimientos, en especial la presión migratoria, le cambiaron el camino pensado y los electores no quisieron seguir las artimañas de su líder. Con estas jugadas ha llevado a su país a una situación de crisis que va costar mucho esfuerzo en superarla.

Pero más allá de los elementos de coyuntura, el Brexit es una nueva llamada de atención a la Unión Europea, por su pérdida de atracción para el ciudadano, su imagen desdibujada y la propia pérdida de cohesión interna. Al parecer ahora inicia la cuenta regresiva, la UE ya no suma sino resta. Ésta va acompañado de una pérdida de peso internacional, un mercado interno más restringido y un esclerosis de la toma de decisiones, ya que por lo pronto las instituciones europeas estarán ocupados más bien de gerenciar el Brexit.

Una UE en situación de emergencia

Mientras que la UE por décadas fue considerada un polo de seguridad, desarrollo y prosperidad en Europa y más allá de sus fronteras, en la última década esta percepción ha sufrido cambios profundos: de pronto la UE es el centro de crisis (sea la crisis del euro, del endeudamiento de países como España, Grecia, Italia, Irlanda, Portugal, la crisis de políticas de integración interna que se reflejan en las palabras Grexit y Brexit) o más bien ha sido el detonador de un crisis en su vecindario, sea de sus relaciones con Rusia (al ofrecer un tratado de asociación a Ucrania) o sea por crecientes flujos migratorios desde el Magreb o en el contexto de la guerra de Siria, que agobian las fronteras europeas. Esta nueva realidad europea ha cambiado profundamente el funcionamiento de las instituciones europeas como por igual la tracción de su modelo normativo, que ya no logra corresponderse con la realidad.

Hoy a los procesos europeos los acompañan expectativas o preocupaciones muy variadas: Se señala la creciente brecha entre lo necesario y lo posible, la expansión de una fatiga de solidaridad (especialmente entre sus nuevos miembros, por ejemplo, ante la necesidad de la distribución de costos de la ola migratoria) y la atracción que parece adquirir la amenaza del “exit” para pedir una opción de reforma integral, como es el caso de Gran Bretaña y como habrá copias en el futuro cercano por parte de otros gobiernos. Especialmente los movimientos populistas de derecha encuentran en este tema del “exit” una petición que pueden acompañar con un referéndum para fortalecer sus posiciones.

Sn embargo, lo que hace falta en esta situación es una suerte de re-politización de la integración europea, en la cual las posiciones giran de una clara posición de renacionalización de competencias comunitarias y el control nacional de las fronteras internas (con la posible desaparición del espacio “Schengen”) hasta la postura de privilegiar la modalidad de un “constitucionalismo de emergencia” para resolver los problemas con pasos adicionales hacia una integración más profunda. Así se plantea la necesidad de una capacidad fiscal autónoma para compensar desequilibrios y paliar efectos de choque de carácter asimétricos, recuperar el poder disperso en los diferentes niveles de institucionalidad europea y alcanzar una unión bancaria, fiscal y económica más completa.

Pero esta opción parece encontrar siempre menos partidarios, especialmente cuando se pregunta por la legitimación de estas posturas: es claramente palpable el fin del “consenso permisivo” que animaba por décadas el avance integracionista, dejando el mismo proceso en una profunda crisis de legitimidad y vaciando los instrumentos integracionistas en su alcance para todos los miembros de la Unión. Una de las razones para esta dinámica reside en la nueva geografía de la UE, que se caracteriza por fracturas internas: entre países deudores y acreedores, entre países de un extremo nacionalismo y aquéllos con una mayor inclinación integracionista, entre elites y ciudadanos que ya no se reconocen en la integración europea, entre países que están dispuestos a asumir cotos de la integración y aquéllos que desean reducir sus aportaciones para el avance de la integración. Para muchos países esto se presente ante su electorado como un “dilema integracionista” que ya no logran resolver ante las expectativas de su electorado.

Una población que se ha cansado de las instituciones europeas que a su vez han agobiado a los ciudadanos que ya no ven Bruselas como un lugar de salvación sino como una instancia de no-decisión y de bloqueos mutuos que nadie sabe resolver. Allá está la así llamada “maldición de Juncker” que se resume en las palabras del presidente de la Comisión Europea: “Sabemos lo que hay que hacer, pero no sabemos cómo ser reelegidos después de hacerlo”. Tal afirmación vale tanto para la crisis económica que ha cambiado profundamente los sistemas políticos de Grecia y España con el surgimiento de nuevas fuerzas políticas como Syriza y Podemos o Ciudadanos, como también para los efectos de las masivas olas de migrantes y refugiados que han generado una situación de miedo y rechazo en el electorado de muchos países europeos. Lo que se puede detectar claramente es un retroceso en la convergencia económica y social y una UE sin relato o más bien con un relato que ya no logró llegar al oído de sus ciudadanos. El mantra europeo parece perder atracción y se encuentra en franco proceso de encogimiento, ahora la misma UE sufre un proceso de encogimiento.

Impacto-del-Brexit-se-ampliaria-hasta-2030

El Brexit y los escenarios futuros

Frente al Brexit pueden identificarse los siguientes tres escenarios:

 

  1. Una UE que se encoge más (Brexit…)

Este escenario implicaría la salida definitiva de ciertos países con el efecto de que la integración europea se estaría convirtiendo en un esquema de gobernanzas parciales que debería enfrentar la necesidad de articular la vigencia de múltiples miembros con un acquis parcial. Las naciones que hayan optado por la salida estarían regresando al papel de “consumidor” de decisiones ajenas y se generaría una situación del fin de una tecnocracia europea que sería sustituida por el difícil juego de decisiones de soberanía con el impedimento intrínseco de poder negociar este tipo de posiciones.

Para las contrapartes de la UE en el ámbito internacional esto implicará la renegociación de acuerdos multilaterales europeos, ya que la Gran Bretaña asume ahora el control soberano sobre decisiones que se habían “comunitarizado” en Bruselas.

  1. La continuidad del proceso integracionista

Según este escenario se espera que el proceso de formación de la agenda europea recupere su dinamismo basado en un círculo más reducido de actores, lo cual podría facilitar la toma de decisiones. Gran Bretaña de por sí había asumido en los años pasados más bien el papel de un freno interno al avance de la integración. Habrá que rediseñar la UE como un proceso integracionista fundamentado en valores comunitarios positivos y cooperación voluntaria, sin perder de vista también procesos internos capaces de disciplinar a los miembros con base en diferentes lógicas formales e informales que caracterizan la historia de la integración europea, como la reciprocidad, la confianza mutua, la búsqueda de incluir a todos y una cultura de acuerdo que implica una cierta autolimitación en la defensa de los intereses propios.

  1. La opción de la integración diferenciada

Los casos de Gran Bretaña y Dinamarca son paradigmáticos para este escenario, en el cual dominan opciones de una salida o negociación de una relación laxa (“opting out”). Encontramos en estos planteamientos los argumentos de la recuperación de soberanía con base en los instrumentos de diferenciación, dando más espacio a la diversidad interna de la UE que permite al mismo tiempo diferentes configuraciones de soberanía compartida, desagregada e dispersa con un modelo de una Europa “flexible”, policéntrica, con autoridades solapantes, soberanías divididas, identidades múltiples y arreglos institucionales diversificados. Tal concepto busca la flexibilidad no solamente hacia adelante (cooperación reforzada), sino también hacia atrás (reducción de integración y retiro de ciertas políticas), introduciendo una lógica de una cierta “libre elección” sobre las políticas, en las cuales deciden participar los países miembros.

Desde el punto de vista crítico, este escenario se visualiza como un proceso destructivo de fragmentación de la UE, la suspensión de la UE como proyecto político y la violación del “corazón sagrado” de la UE: el acquis comunautaire. Igualmente se vería con un futuro poco claro el principio de la solidaridad y lo que era la aspiración básica de la integración: la equidad en la aplicación uniforme de la ley en el espacio europeo.

Como se ha hecho evidente, la UE del futuro tendrá que lograr replantearse no solamente en sus procesos internos, lidiar con los populismos de derecha que están ganando fuerza, sino también rediseñar la relación con sus contrapartes. Esto vale en primer lugar para la relación con una Turquía que siempre se está acercando más a posiciones de un autoritarismo poco compatible con la tradición europea, presente una dificultad central. En pocas palabras, hay que reinventar el proyecto europeo si quiere tener un futuro, no solamente un futuro económico y político, sino también de convivencias internas y externas en el afán de mantener los espacios de seguridad y libertad que siempre ha encarnado la misma Unión Europea.