Bien dijo Sir Winston Leonard Spencer Churchill —prototipo del político y militar británico—, palabras más, palabras menos: “la democracia no es perfecta”. Frase hecha, como anillo al dedo, por el referendo que acaba de tener lugar en la legendaria y “pérfida” Albión —el antiguo nombre de origen celta de la isla de Gran Bretaña—, llamada así porque se concedía a Inglaterra y sus habitantes el magisterio en las artes de la hipocresía, el disimulo y la traición.  Algo sabrán los historiadores de este asunto ya que desde el tiempo del Venerable Beda escribió en su Historia ecclesiatica gentes Anglorum (731 D.C.): “Brittania oceani  ínsula, qui quodam Albion noment fui…: Brittania es una isla del océano, que antiguamente se llamó Albión”.

Antigüedades aparte, el apretado resultado (51.9% contra 48.1%) a favor de que el Reino Unido abandonara la Unión Europea (UE) en el referéndum británico del jueves 23 de junio, ha sentenciado al Viejo Continente a una época de desesperante incertidumbre y expuso a este país frente su propia encrucijada territorial: el nacionalismo escocés reclamó el viernes 24 un nuevo referendo de independencia y el Sinn Féin demandó una consulta sobre la unidad de Irlanda. Es decir, como las dan las toman. De tal suerte, el otrora “Reino Unido” inició ese día un camino lleno de incógnitas inconmensurables, en busca de su nuevo puesto en la Vieja Europa, y en el resto del mundo. La decisión que tomaron los británicos en la víspera de la noche de San Juan tendrá repercusiones no sólo en Europa sino en casi todo el planeta, amén que dará oxígeno a los movimientos que desafían la política  tradicional en Occidente. El tsunami que se desencadenó tras conocerse la reducida victoria del Brexit permite darse una idea de las calamidades —de todo tipo— que habrán de llegar.

Para empezar, el primer ministro, David Cameron, que fue el que convocó el  dichoso referéndum, una vez conocida su derrota, renunció. En octubre próximo dejará el poder. En seguida, la primera ministra de Escocia, Nicola Sturgeon, expresó que “es altamente probable” convocar otro referendo de independencia del Reino Unido, después de que sus paisanos sufragaron por mantenerse en la UE y los británicos optaron por abandonarla. Ni hablar del “viernes negro” por la caída de la libra esterlina como nunca en tres décadas, y de las Bolsas, en rojo, en casi todos los puntos cardinales del planeta. La ultraderecha europea no desaprovecharía el momento, exigiendo referendos para salir de la UE. Desde la francesa Marine Le Pen, lideresa del Frente Nacional, al líder de la derecha holandesa, Geert Wilders: “Hurra por los británicos. Ahora nos toca a nosotros, es momento para el referéndum holandés”. Algo similar pidieron en la formación populista de derechas Alternativa para Alemania (AfD), aunque en este país la ley no dispone este tipo de consulta popular. Por el mismo camino se fue el partido ultranacionalista austriaco FPÖ. No podía quedar al margen la Liga Norte, de Italia, cuyo eurodiputado, Matteo Salvini, comentó: “Gracias Reino Unido, ahora nos toca a nosotros”. Mientras que en Dinamarca no cantan mal las rancheras los ultranacionalistas, aliados con el gobierno, y los rojiverdes, cuarta fuerza política del país nórdico, pidieron una consulta similar para Dinamarca. En ese intento se inscribieron hasta los neonazis griegos  de Amanecer Dorado. A río revuelto, ganancia de pescadores.

La historia tiene mucho que decir en estos momentos. Las crónicas dicen que el Reino Unido siempre ha estado ligado al Viejo Continente. Pero, resulta que el pasado no determina el presente. Cuando un país es tan viejo como Britania, los anales sí importan. En el momento en que los ingleses se quejan de que las leyes de la UE anulan las suyas, se oyen ecos del Acta de Restricción de Apelaciones firmada por Enrique VIII en 1533, que proclamaba que “este reino de Inglaterra es un imperio”. Es decir, estos son los polvos de aquellos lodos. Ayer, Roma, hoy, Bruselas.

Bien dice Timothy Garton Ash en su análisis “Dos destinos unidos”: “Reino Unido tiene tan pocas posibilidades de irse de Europa como Picadilly Circus de irse de Londres. Estamos en Europa, y en Europa nos quedaremos. Reino Unido ha sido siempre un país europeo; su suerte ha estado indisolublemente unida a la del continente y siempre lo estará. Sin embargo, va a abandonar la Unión Europea. ¿Por qué?”

“He aquí una verdad absoluta: nadie sabe qué va a ocurrir, pero todo el mundo sabe explicarlo a posteriori. Solo con que el 3% de los más de 33 millones de británicos que han votado en este referéndum hubieran cambiado el sentido de su voto, ahora estaríamos leyendo artículos sin fin que nos dirían que, al  fin y al cabo, lo importante era “la economía, estúpido”, que a la hora de la verdad había triunfado el pragmatismo británico, etcétera. De modo que conviene tener cuidado ante los engaños del determinismo retrospectivo. Siempre es un misterio qué empuja a millones de votantes a tomar su decisión. El misterio de la democracia”.

Ahora bien, otros analistas, como John Carlin, originario de Inglaterra, en uno de sus interesantes artículos citó una frase más de las que se le atribuyen a Churchill: “Nunca tantos debieron tanto a tan pocos”, al referirse al sacrificio de los aviadores de la Royal Air Force en la Segunda Guerra Mundial, usándola para referirse al “sacrificio” que hoy ha hecho el Reino Unido por la humanidad. Carlin explica: “El consenso casi total en el mundo es que al votar en el referéndum del jueves a favor de la salida de la Unión Europea los británicos (o, mejor dicho, los ingleses) cometieron un error incomprensible, demencial, y de épicas proporciones. Tras conocerse el resultado, las caras pálidas, los tonos de voz entrecortados e incluso las palabras asombrosamente sobrias –no victoriosas–, de los diligentes conservadores de la campaña por el Brexit dieron la impresión de que se habían despertado la mañana después de una noche de alcohol y desenfreno preguntándose: “¡Dios mío! ¡Qué hemos hecho!”

“Malo esto para Reino Unido –continúa Carlin–, pero bueno para todos los demás. Los británicos se encuentran de repente en una crisis económica y política sin precedentes, tan gratuita como innecesaria y de la que solo se pueden culpar ellos mismos. Como consecuencia, la democracia parlamentaria más antigua ha dado al mundo una lección de incalculable valor, una lección de cómo no se deben hacer las cosas en un país que aspira a la cordura y la prosperidad…Lo que nos ha demostrado Reino Unido es que la política no es, o no debería ser un juego frívolo; que los líderes demagogos que para alimentar su vanidad y sus ansias de poder, alientan la noción de que la sabiduría de las masas es la máxima virtud de la democracia, por lo que deben ser escuchados con cautela: que las decisiones de Estado son todas debatibles, pero exigen que aquellos que las tomen posean un mínimo de responsabilidad cívica y un mínimo conocimiento de cómo funciona el Estado…”

Es decir, que por lo menos sepan de lo que hablan. Esto casi es una advertencia para cerrarle el paso al demagogo Andrés López Obrador. No vaya a ser que luego nos arrepintamos, como sucede ahora con millones de ingleses, que quieren se repita el referéndum porque el jueves 23 no “supieron lo que hacían”. La lección de este disparate es que hay que estar alerta ante el populismo barato, si es que no hay de otro. Una ventaja de 1.2 millones de votos fue suficiente paran generar una avalancha de consecuencias negativas no sólo para el Reino Unido sino para Europa y muchas otras partes del mundo, incluyendo México, aunque el presidente Enrique Peña Nieto y su secretario de Hacienda, digan que el “daño” es menor porque nuestras relaciones comerciales con Gran Bretaña apenas representa el 1% del PIB. Caray. Lo peor es que no hay marcha atrás en el “Brexit”. Bien lo explicó el ministro de Hacienda de Alemania: “Out is Out” (“Fuera es fuera”). Nada de cuentos. Aunque, en la política internacional pueden darse “arreglos” bajo la mesa. No sería el primer caso.

En mexicanas palabras, los partidarios del Brexit “regaron el tepache”. Pese a su cautela y sagacidad tradicionales, los ingleses olvidaron los consejos de su “investigador” más famoso, Sherlock Holmes: “es un error capital establecer teorías antes de conocer los datos. Insensiblemente uno comienza a deformar los hechos para hacerlos encajar en las teorías en lugar de hacerlo exactamente al contrario”. Esto es lo que podría haber sucedido en el Reino (des)Unido, donde una mayoría (no aplastante pero mayoría al fin y al cabo, como dicta la democracia) votó sin conocer los hechos y en base a un estereotipo  de Europa muy alejado de la realidad. Holmes no habría cometido tal error de juicio.

El investigador de la ridícula gorrita (eso sí, muy british) y de la extravagante pipa, indagaba sus casos a partir de evidencias científicas, no se dejaba engañar por su intuición ni por las apariencias sino que seguía una lógica para reconstruir lo sucedido. Mucho menos caería en los garlitos del ex alcalde de Londres, Boris Johnson (genio y payaso a la vez), que podría llegar a ser el sustituto del ya renunciado primer ministro, David Cameron, y del bon vivant Nigel Farage, quizás el más decidido defensor del Brexit.

Los británicos acudieron a las urnas del referendo para expresar su frustración, para castigar a su clase dirigente y para mostrar su enfado con la burocracia de Bruselas. Pero no calcularon que su decisión implicaba hacerse el hara-kiri. Mucha agua tendrá que correr bajo los puentes del río Támesis para saber qué sucedió en la isla británica. En tanto, los dirigentes de la UE, con Ángela Merkel y François Hollande a la cabeza, exigen a Londres que aceleren los trámites para abandonar la UE. Mientras, el mundo no se acaba mañana. VALE.