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La CNTE estrechó sus vínculos con los grupos izquierdistas más radicales, afines a los grupos guerrilleros.
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Las autoridades tienen que fijar un límite

 

 

Si supiera que el mundo se acaba mañana,

hoy todavía plantaría un árbol.

Martin Luther King

Muchos pretenden convencernos de que la lucha del magisterio en Oaxaca, Chiapas y Guerrero era una simple lucha gremial, las protestas violentas, sí, pero en defensa de las prebendas gremiales que de alguna manera amenaza la reforma educativa.

Y muchos, por afinidad ideológica y corrección política confundieron los objetivos de las movilizaciones, bloqueos y violencia callejera que se convirtió en vandalismo en muchos casos.

Los prejuicios políticos y el oportunismo electorero exigían una solución a lo que consideraban un problema gremial, al calificar la reforma educativa como reforma laboral. Con esa premisa creyeron que era un movimiento gremial, violento, sí, pero gremial.

Se equivocaron. El movimiento siempre fue político. Con las lecciones aprendidas durante 2006, cuando la sección 22 magisterial y la Alianza Popular de los Pueblos de Oaxaca secuestraron por seis meses Oaxaca, montaron un movimiento más amplio. Las lecciones aprendidas las han aplicado en Chiapas y en Guerrero.

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Por instinto de supervivencia, la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) estrechó sus vínculos con los grupos izquierdistas más radicales, afines a los grupos guerrilleros. Y han aprovechado el viejo guion de la agitación, la violencia callejera y la creciente presión para desesperar a la población y con ello para desgastar los gobiernos.

Es el guion aplicado en las movilizaciones, en los bloqueos de sitios de carreteras en puntos estratégicos y el amedrentamiento de la población. Todas esas acciones han ocurrido y ocurren en Oaxaca y en Chiapas, y en menor grado en Guerrero.

Se ha convertido la CNTE en la fachada de un movimiento que por momentos adquiere visos de insurrección.

Las autoridades tienen que fijar un límite a la tolerancia, porque todas las democracias tienen un límite a la violencia que puede tolerarse.

El riesgo es la indecisión de las opiniones ilustradas y publicadas. Piden aplicar la ley, pero se achican ante el uso de la fuerza para someter a los violentos.

Mientras, el mensaje de los violentos y quienes los apoyan es desesperanzador, que la descomposición social es inevitable. Perversamente en muchos foros buscan despojarnos de esperanza en lo que con tanto trabajo se ha construido.

La historia de México nos enseña que hemos vivido tiempos difíciles, horas negras, pero nunca hemos perdido la esperanza. No hay razón para que hoy la perdamos.

 

jfonseca@cafepolitico.com