EDITORIAL
Desde que la Secretaría de Gobernación reanudó la mesa de diálogo con la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) con la advertencia de que ahí sólo se hablaría de política y no de la reforma educativa, el gobierno comenzó a entrar en el mundo de Alicia en el País de las Maravillas. Es decir, en un mundo de absurdos donde, como lo definió el uruguayo Eduardo Galeano, todo está patas arriba.
Era obvio, de mera lógica, que la reforma educativa no podía estar ausente de las negociaciones por la simple razón de que la violencia generada por la CNTE en varias partes del país tenía un solo origen y propósito: eliminar lo que ha sido definido como “la reforma de reformas” de este sexenio.

Beatriz Pagés
Pero Alicia, es decir, el gobierno, presionado por el Conejo Blanco, léase “por la CNTE”, acaba de llegar a un peligroso juego de espejos en el que Juan Díaz, dirigente del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), aparece representando un papel extraño.
Después de haber guardado absoluto silencio desde que la CNTE tomó las calles para protestar, ahora se presenta como reivindicador —¿vocero?, ¿representante?— de las mismas demandas que han venido haciendo sus adversarios ante la Secretaría de Gobernación.
En ese montaje, Juan Díaz se comporta como un líder aparentemente autónomo que exige al secretario de Educación Pública, Aurelio Nuño, la revisión y replanteamiento de la reforma educativa.
Doce puntos, cinco resolutivos y 15 problemas relacionados con el ingreso, evaluación, promoción, pago, incentivos y con todas y cada una de las demandas que ha venido haciendo la CNTE y que, ahora, como cosa suya, defiende el sindicato oficial.
¿Cómo se llamó la obra?
Hay que ponerle título porque, después de haber asumido una posición inflexible frente a esas mismas exigencias, el titular de Educación le dice ahora a Juan Díaz: “Me comprometo ante usted a que haremos una revisión puntual de cada planteamiento”.
El problema que tiene esta especie de estrategia es que Juan Díaz y el SNTE no tienen voz y menos autoridad moral para representar a la disidencia magisterial. ¿Con quién entonces pretende hablar el gobierno? ¿Con un convidado de piedra?
El dirigente de la sección 9 de la CNTE, Felipe Bravo, ya descalificó a nombre del movimiento el que se haya sentado en la mesa de negociación a Juan Díaz, a quien juzga de corrupto y oportunista.
Para decirlo rápido, tratar de resolver el conflicto ignorando o haciendo a un lado a la CNTE no sólo se ve difícil sino imposible.
Las autoridades deben evitar seguir cayendo en el hoyo por donde ha querido meterlas el Conejo Blanco.
Si ya se tomó la decisión de aceptar el replanteamiento de la reforma educativa para evitar que el conflicto magisterial siga contaminando la vida del país, lo más sano es que el gobierno lo haga de cara y de manera franca ante la sociedad y la CNTE.
Y hacerlo partiendo de lo que ellos mismos afirman en el documento amañado que entregaron a Gobernación, donde aseguran, por un lado, que buscan cambiar el sistema educativo para tener una educación “humanista e integral”, crítica hacia los valores de mercado, centrada en la cultura democrática, en la civilidad y en la comprensión de los problemas nacionales.
Y, por el otro, piden lo que sólo existe en el País de las Maravillas o en el mundo del absurdo: eliminar la evaluación magisterial, cobrar sin trabajar, asignar plazas automáticas, reinstalar a los maestros faltistas…
Si los maestros lucharan —como dicen luchar— por la calidad educativa, muchos abandonaríamos nuestra casa y oficinas para marchar con ellos por las calles. Sabemos, sin embargo, que si el gobierno sabe simular, la CNTE es maestra en el engaño. Lo que interesa a los líderes disidentes es llenar sus bolsillos.
Lo único cierto es que los excesos de la CNTE y los errores del gobierno arrastran el país, a gran velocidad, por un túnel que, a diferencia del sueño de Alicia, puede no tener retorno.


