Theresa May se hincó hoy ante la reina Isabel II y se levantó como primera ministra. Luego de eso, se dirigió al 10 de Downing Street para advertir al iracundo presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, que la historia sigue por otro camino y pueden sentarse a negociar los términos de la retirada británica como si fuera una guerra cabal al viejo estilo de los casacas rojas. El temperamento de May, a quien sus ex compañeros de clase se refieren como “Maggie”, es algo muy bien conocido en todo el reino. Unos la visualizan más por su adusto carácter que, cuando sonríe, parece más que está haciendo una mueca irónica que un acto de cortesía o amabilidad. Otros por su autocontrol, el cual incluso fue pieza clave para que el saliente David Cameron pudiera mantenerse a flote durante su administración. Muchos otros más la enaltecen por su firmeza y lealtad para con su ex jefe, a quien apoyó en el Brexit defendiendo la permanencia, aunque ella no estuviera de acuerdo.
El regreso del pasado
Los diarios británicos han destacado una y otra vez su simpatía a Margareth Thatcher al grado que, más de treinta años después, consigue estar en el mismo puesto y al igual que ella, en una situación difícil: su antecesora tuvo que enfrentar los resabios de la Guerra Fría y las pugnas por la soberanía de las Islas Malvinas y, en su caso, las rencillas que ha despertado el abandonar el plan de expansión eurocomunitario. Esto sería algo así como un “Malvinas tiene que ser de Gran Bretaña tanto como Brexit es ser independiente de la Unión Europea”.
Este miércoles, durante su primer discurso como nuevo timonel británico afirmó rotundamente que mantendrá al Reino Unido, con mayor solidez que nunca, esto fue un abierto mensaje a Escocia, Irlanda del Norte y Gibraltar que todavía insisten en que buscarán un camino diferente al Brexit para recuperar la integración con el bloque europeo. Los aires del imperio británico han vuelto a hacer ondear al estandarte de Union Jack.