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El PRI ha fincado su cohesión y sus éxitos en múltiples mecanismos de corrupción. Ir contra eso es combatir la esencia del tricolor.
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La esencia del tricolor
Los militantes del PRI son disciplinados, hasta que dejan de serlo. Acatan la línea que llega de arriba, pero cuando se hartan, simplemente se van. Se sabe de pocas rebeliones internas, que por supuesto las ha habido, pero lo cierto es que los priistas suelen manifestar su rechazo con los pies, caminando hacia fuera del partido para nutrir las filas de otras organizaciones, como el Movimiento Ciudadano y, principalmente, el Partido de la Revolución Democrática.
En las últimas tres décadas ese trasvase viene ocurriendo en forma sostenida. El proceso comenzó con la gran escisión que encabezaron Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, y a partir de ahí son personas, personajes, grupos y clientelas los que abandonan el PRI para ir a buscar su futuro político bajo otras siglas, lo que nuevamente puede ocurrir.
El dedazo en favor de Enrique Ochoa Reza para dirigir el partido ha sido un duro golpe para quienes todavía creen en la democracia interna. Varios militantes y hasta la muy respetable Dulce María Sauri Riancho han expresado la desazón que recorre el partido, al que acaba de imponérsele un dirigente sin militancia regular, sin la antigüedad necesaria y sin el conocimiento ni el aprecio de quienes ahora son sus dirigidos.

El ruido de matracas y tambores no ha podido acallar las voces discrepantes, pero será en los dos próximos años cuando el PRI pague la cuenta por la desaseada decisión de imponerle un líder sin arraigo. Si con toda la experiencia de Manlio Fabio Beltrones los resultados fueron adversos, nadie se extrañe si con un dirigente improvisado el partido acaba en la cuneta en 2018.
En un país donde proliferan, crecen y maduran los problemas, con un gobierno que apuesta por que los conflictos se pudran, aunque no se resuelvan, es explicable que manden al PRI a un personaje que previsiblemente no podrá con el paquete. El juego consiste en resistir dos años más, y después de mí, el diluvio.
En su discurso de asunción, Ochoa Reza dio muestras de que ignora dónde está parado, pues todavía no se entera de que el PRI es el ministerio de asuntos electorales del actual gobierno, nada más. De ahí que resulte descabellado esperar que ese mismo gobierno le rinda cuentas al partido o que los miembros del gabinete viajen por todo el país para reunirse con las fuerzas locales del PRI —“que nos atiendan donde vivimos”, fue la expresión que usó Ochoa.
Iluso, el presidente del Comité Ejecutivo Nacional del PRI le espetó a su grey: “Tenemos que ser un partido que señale la corrupción de los gobiernos emanados de nuestras filas, que exija su fiscalización, incluso su destitución”. Ochoa Reza ignora que en su origen, desarrollo, consolidación y decadencia, el PRI ha fincado su cohesión y sus éxitos en múltiples mecanismos de corrupción. Ir contra eso es combatir la esencia del tricolor, poner en riesgo su existencia misma e incluso socavar las bases del gobierno nacional. ¿O qué? ¿Ahora van a destituir a quienes compren casas blancas?


