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Una nueva Thatcher para poner el orden. Porque en Inglaterra la salvación viene de las mujeres.
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Shakespeare y el Brexit/II y última
El Brexit o salida del Reino Unido de la Unión Europea fue una sorpresa en un mundo saturado de noticias en esta abominable civilización de la imagen en que vivimos.
El mal cálculo de David Cameron al iniciar una consulta ciudadana de la cual no tenía la certeza absoluta de ganar es digna de consignarse en el libro de Guinness que sólo podrá ser superado, Dios nos guarde, por el de los republicanos al dejarse infiltrar por Donald Trump.
Pero en ambos casos el pensamiento oficial siempre optimista se enfrenta a complejas razones históricas y sociales que por ser incómodas es preferible desdeñar.
Vuelvo a ese Reino Unido en inminente peligro de convertirse en el ex Reino Unido, es decir, en regresar a ser Inglaterra, la amada England de Shakespeare a quien canta en el famoso fragmento del Ricardo II. Y Shakespeare tenía todos los motivos para estar orgulloso de su isla privilegiada lejana de países menos venturosos.
Will era, después de todo, un inglés de la era isabelina (aunque ésta la haya iniciado Enrique VIII al comenzar a liberarse de Roma con un ímpetu nacionalista) y como isabelino Shakespeare fue testigo de la victoria sobre la España de Felipe II, del comienzo del imperio en Virginia y en el Caribe y en una especie de juventud audaz de una Inglaterra anglicana, que luego con el rey Jacobo se reafirma con una Biblia inspiradora; y tras de ello los siglos contemplarán el ascenso ya de una Gran Bretaña que absorbe Escocia y subyuga a la pobre Irlanda papista y va formando un formidable imperio en las Américas, África, Asia y Oceanía, culminando en una era victoriana puritana, ávida y soberbia.
Borges, anglófilo, habla de los ingleses como “amos del mundo”, y casi lo son hasta que Hitler obliga a Churchill a acudir a Roosevelt para salvar la Isla y el imperio, lo que el yanqui hace… pero no gratis.
Poco a poco la “proud England” se convierte, me decía un amigo londinense, en “un portaaviones de Estados Unidos”, “gozando” de una situación especial, forma elegante de decir que se vive como colonia de lujo que siempre se sintió, además, distinta (¡superior?) frente a la conflictiva Europa, “el Continente”, y entra tarde a la Comunidad y su euro y ve cómo Alemania, el viejo enemigo, es la dueña del juego y, seguramente, una nostalgia por “the good old days”, por la gloria imperial.
La supremacía de la libra esterlina se incuba en muchos ingleses que ya no son los amos del mundo pero que podrían ver una nueva era isabelina o victoriana sin “alemanes, franchutes ni spaghettis o españoles”, que estaban tan bien como meseros en Londres pero no como socios, para no hablar de la invasión paquistana, del tsunami sirio y de los negros que eran tan “nice” como sirvientes en Kenya o en Johannesburgo.
Y Cameron se equivoca y luego Tony Blair confiesa que le dio todo a Bush pero a lo mejor aparece una nueva Thatcher para poner el orden. Porque en Inglaterra la salvación viene de las mujeres.