Como actitud ante la vida, el solipsismo puede abordarse, entre otros, desde un punto de vista psicoanalítico o filosófico. En esta nota son irrelevantes los puntos de vista de las distintas disciplinas. Etimológicamente (solus ipse, “sólo yo mismo”), no puede ser entendido como absoluto, sino en un sentido amplio y, por tanto, relativo. Sería insensato (o de plano producto de la locura) intentar negar al objeto o al “otro” como tales. Lo esencial aquí es reflexionar sobre la preponderancia del uno sobre lo otro y sus implicaciones sociales. No puede haber solipsismo absoluto y sería contradictorio hablar de “solipsismo social”, en la medida en que una sociedad está compuesta por objetos y “otros” que no son el yo.

Sin embargo, al remitirnos a la relación que Hegel establece entre el señor y el siervo (o el amo y el esclavo), entendemos dos figuras contrapuestas de la conciencia: “una es la conciencia independiente que tiene por esencia el ser para sí; otra, la conciencia dependiente, cuya esencia es la vida o el ser para otro; la primera es el señor, la segunda el siervo”. Es claro que el yo requiere al otro. Lo grave es cuando socialmente lo requiere sólo para autoafirmarse como “yo”. Sartre retoma el planteamiento hegeliano y lo reubica en el plano amoroso: “Lo que el amo hegeliano es para el esclavo, el amante quiere serlo para el amado. Pero aquí termina la analogía, pues el amo, en Hegel, no exige sino lateralmente y, por así decirlo, de modo implícito, la libertad del esclavo, mientras que el amante exige ante todo la libertad del ser amado”, aunque esto último no ocurra a menudo. Baudelaire expresó algo similar mucho antes, cuando en su Fusée número 119 asocia al amante con el verdugo y al amado con la víctima. En el ámbito individual puede llegarse a la destrucción del otro, pero en el social, la naturaleza, el reino animal y el planeta entero sufren el antropocentrismo establecido por el Genesis (en hebreo, Bereshit). Lo anterior se conjuga con la actual ausencia de un centro que le otorgue cohesión y coherencia al mundo. Así como la gramática, según Pierre Klossowski, puede considerarse garantía de identidad (el pronombre “yo” se refiere a un individuo), así a la religión y a los diversos conceptos de dios podrían calificárseles de gramática espiritual: garantes de identidad colectiva, como aún ocurre, por ejemplo, en el Islam o en ciertas comunidades de nuestro ámbito civilizado posteológico. La muerte de Dios significa la pérdida de centro cohesionador y, por tanto, de toda identidad fundamentada en el orden religioso. Esta muerte implica la del ser humano, cuyo concepto se torna más relativo, incierto y problemático, en la medida en que se van borrando las modalidades tradicionales de referencia y se van construyendo sociedades de individualidades autónomas, es decir, lo que podría calificarse, paradójicamente, de solipsismo social en un mundo jerarquizado en que las grande corporaciones funcionan como egos que detentan un poder invisible: el poder que todos padecemos y al que todos nos sometemos, pero que nadie percibe. La falta de cohesión, la escisión social favorece a dicho poder.