Bernardo González Solano
Dígase lo que se diga, sin saber cuál será su suerte final, el empresario bufón Donald John Trump, logró en poco más de trece meses lo que ningún sagaz comentarista político pudo advertir: gracias a sus bufonadas y a la blandenguería de sus contendientes de “partido”, el actual proceso electoral por la presidencia de Estados Unidos de América (USA), se ha convertido en una auténtica competencia democrática y cuyo resultado podría decidir, absolutamente, la suerte del último imperio en el escenario internacional, amén de que en los dominios del Tío Sam la sociedad se divida profundamente. Los comicios del 8 de noviembre próximo cuando los vecinos del norte elijan a su 45º presidente, importan no sólo a los gringos, sino a todo el mundo. La prensa extranjera, que no vota en esa jornada, coincide que si el triunfador es Donald Trump, “la suerte está echada”. Lo menos malo sería que llegara a la Casa Blanca, la “ex primera dama”, Hillary Rodham Clinton. Dicen.
Entre tanto, las convenciones de ambos partidos: el Republicano y el Demócrata están en curso. En Cleveland, Ohio, en la Quicken Loans Arena, tuvo lugar la republicana de 2016, dando inicio al mayor espectáculo político del orbe el lunes 18 de julio: la convención eligió y lanzó a sus candidatos a presidente y vicepresidente: Donald Trump y el gobernador de Indiana, Mike Pence, respectivamente. De paso, rompiendo todos los protocolos, como acostumbra, el magnate presentó a su actual esposa (la tercera), Melania, una ex modelo de belleza eslovena, como “la próxima primera dama de Estados Unidos”. Todo esto al ritmo de la canción de Queen “We are the champions” (“Somos los campeones”). Para que nada faltara, Trump gritó en la presentación: “Vamos a ganar. Y vamos a ganar a lo grande”.
No todo es tan fácil como parece. El GOP (Great Old Party: Viejo Gran Partido), al que perteneció nada menos que Abraham Lincoln, con 18 presidentes de Estados Unidos como bagaje, enfrenta una de sus mayores encrucijadas en 162 años de existencia: elegir a un candidato como Trump que no se basa en los principios republicanos. Esto dividió y casi fracturó al partido. En el siglo XX solo hubo dos precedentes de candidatos ajenos: Herbert Hoover, en 1928 y Wendell Willkie en 1940. Y en 1976, la convención del partido del elefante logró que Gerald Ford derrotara por la mínima a Ronald Reagan. Ahora, Trump llegó solo y los republicanos no corrieron el riesgo de elegir a otro candidato porque Trump contaba con los votos suficientes.
A la convención de Cleveland no llegaron destacados miembros del establishment como la familia Bush al completo: con dos ex presidentes y un aspirante; tampoco el anterior candidato republicano, Mitt Romney, el senador John McCain y el propio gobernador del estado anfitrión, Ohio, y aspirante derrotado, John Kasich. Las grandes corporaciones estadounidenses, como Ford, JP Morgan Chase y Général Electric, tradicionales patrocinadores, tampoco fueron esperadas, por decir algo.
Trump sabía que pese a sus adversarios en las filas republicanas, llegaba a la convención misma con el apoyo de 1,441 delegados electos de los 2,472 que votan, o sea, tenía garantizada la mitad más uno. Sin embargo, no todo transcurrió con tranquilidad. El discurso de la atractiva Melania resultó una mala copia de las palabras que pronunció en su momento la actual primera dama, Michelle, la esposa de Obama.
Por cierto, la monumental Michelle hablaría en la apertura de la Convención Demócrata el lunes 25 en Philadelphia. Asimismo, el senador Ted Cruz, de padres cubanos, no pidió a la audiencia que votara por Trump lo que le ocasionó abucheo entre los fervientes trumpistas. Al día siguiente de su discurso, Cruz explicaría a la prensa que no pidió el voto para el magnate porque no podía hacerlo por alguien que habló muy mal de su esposa, y que acusó a su padre de estar coludido con el asesinato del presidente John Fitzgerald Kennedy.
Una semana antes de que comenzara la convención republicana, Trump sabía que durante la misma podía haber disturbios porque muchos delegados y viejos dirigentes del partido estaban en su contra. Con el propósito de que los convencionistas llegaran con el ánimo a su favor, Trump aprovechó los recientes asesinatos de algunos miembros de la comunidad afroamericana a manos de policías blancos, así como la muerte de varios agentes blancos por disparos de un francotirador negro, que resultó un veterano del ejército, para atizarle al presidente Barack Obama al que criticó y culpó de la escala de tensión y enfrentamiento racial en Estados Unidos. El magnate recalcó que la Unión Americana es “una nación dividida por la tensión racial y policial”.
En su cuenta de Twitter, el exuberante empresario criticó la posición defensiva del presidente Barack Hussein Obama y de la ex Secretaria de Estado: “Miren lo que está pasando en nuestro país bajo el liderazgo débil de Obama y de gente como la deshonesta Hillary Clinton. Somos una nación dividida”.
El sábado 9 de julio, un día antes de la acusación de Trump, el mandatario afroamericano defendió que su país “no está tan dividido como algunos han sugerido”, tras el asesinato de cinco policías de Dallas, Texas, y el ataque fatal contra Alton Sterling y Philando Castile, dos afroamericanos que perdieron la vida por disparos de la policía. Trump consideró la matanza en la ciudad texana como un “ataque a la nación” y ordenó “recuperar el orden en el país” y enfatizó que “muchos estadounidenses viven en la pobreza y la violencia, en situación de inseguridad, en las ciudades de Estados Unidos”.
Durante la convención, el PR aprobó su programa electoral preparado de antemano, con propuestas como la construcción de un muro en la frontera sur con México, “genial” medida que desde el día que Trump la presentó originó repulsa, no sólo en los círculos de la migración azteca, sino en otros círculos migratorios. Otros puntos del programa son el rechazo al matrimonio homosexual, una política comercial más proteccionista y algunas “puntadas”, muy gringas, como un llamamiento para combatir la “amenaza” de la pornografía.
Sin que Donald Trump se implicara directamente en la redacción del programa, un comité de 112 miembros (la mayoría conservadores a ultranza) decidió las líneas maestras que guiarían la política del candidato presidencial, y la de los legisladores republicanos que lleguen al congreso, en los próximos cuatro años, en caso de triunfar en los comicios del 8 de noviembre próximo.
Puntos clave del programa son la construcción del “muro” que “cubra toda la frontera sur” con México para “contener la inmigración ilegal”, así como la negociación de tratados comerciales “que pongan los intereses de Estados Unidos primero”, dos de las propuestas que manejó Trump en las elecciones primarias, aunque estas suponen un giro frente a la ortodoxia del Partido Republicano. Este ideario sostiene: “Un presidente republicano insistirá en la paridad en asuntos comerciales e implementar aranceles compensatorios si otros países se resisten a cooperar”.
Una vez que la convención republicana oficializó la candidatura de Trump, éste repite, hasta el absurdo, su mensaje en todos sus discursos: “Hillary Clinton es una mentirosa. Hillary Clinton es una corrupta”. Al Baldasaro, su asesor en cuestiones de veteranos de guerra, lo lleva al extremo, y declaró en una entrevista radiofónica que “a Hillary Clinton habría que llevarla al paredón y fusilarla por traidora”.
Como nunca, el país del Tío Sam se encuentra inmerso en un alto grado de envenenamiento y furia contra Clinton y contra Trump. Todos contra todos. El ambiente está enfebrecido por la muerte de afroamericanos y de policías blancos. En tales circunstancias, no es absurdo temer que algún desequilibrado, con un arma de fuego tan fácil de adquirir en el país donde rige la Asociación Nacional de Rifle, pueda cometer un acto violento de incalculables consecuencias. Al fin y al cabo, Estados Unidos ya vivió el asesinato de dos Kennedy y el intento de magnicidio del presidente Ronald Reagan. Sin olvidar que Abraham Lincoln murió a tiros de pistola.
Bien dice Timothy Garton Ash: “Nadie sabe si Trump podrá llegar a ser presidente…En cualquier caso, lo que es indudable es que, durante los próximos cuatro meses, Estados Unidos va a padecer una campaña agresiva, negativa y envenenada, a su lado, la campaña para el referéndum del Brexit parecerá un té en casa de un archidiácono anglicano. La estrategia de Trump no es proyecto miedo, sino más bien proyecto ira“. En la convención del PR, una de las delegadas contrarias a la nominación de Trump fue acorralada por otras dos cuando fue al baño. “¡Deberías morir!”, le gritaron. A la cara. Así es como triunfa el miedo en la democracia.
El jueves 21 de julio, en su coronación como candidato presidencial por el “elefantiásico” PR, Donald Trump prometió a los ciudadanos estadounidenses que si lo llevan a la Casa Blanca, restablecerá las políticas del unilateralismo y será la voz del sector más conservador para imponer a EUA como la fuerza del poder en el mundo. Su discurso estuvo lleno de la doctrina del aislamiento, intervencionismo unilateral y de guerras preventivas. Con un tufo al fascismo. “La diferencia más importante entre nuestro plan y el de nuestros oponentes es que el nuestro pondrá primero a Estados Unidos. El americanismo, no la globalización, será nuestro credo”, declaró.
Una vez que el boquiflojo Trump hizo el diagnóstico de los problemas de su país –un análisis basado en medias verdades y datos manipulados–, propuso la “solución”. En una convención que no fue todo lo que el empresario esperaba, pero al fin y al cabo era el “altar republicano”, Trump se postuló como el gran taumaturgo que, por arte de magia, si llega a la presidencia resolverá todos los problemas del país. “Créanme”, dice uno de sus estribillos preferidos. “Yo restauraré la ley y el orden”…”Sólo yo puedo arreglarlo”…”Yo soy su voz”. La pregunta es: ¿los estadounidenses se dejarán convencer por este flautista de Hamelin? Valdría la pena que leyeran el libro de Mark Singer: El show de Trump. Perfil de un vendedor de humo, no sea que luego se arrepientan. VALE.