Contrario a lo que pudiera esperarse, El secreto de Jane Austen, de Gabriela Margall (Vergara, Ediciones B, Buenos Aires, 2015) no es una novela sobre Jane Austen, lo que cabía esperar de una autora de novelas históricas. En las páginas preliminares, la novelista e historiadora argentina nacida en 1977, apunta que su intención inicial, en efecto, era recrear la historia de una de las más notables autoras inglesas de principios del siglo XIX, pero, hasta cierto punto, hubiera terminado siendo casi una autora de ficción y a la historiadora que cohabita con la escritora no terminaba por agradarle del todo tener que recrear la vida de su autora más admirada con base en conjeturas, “(…) La verdad es la siguiente: no escasea material sobre la vida de Jane Austen, pero sí escasea material interesante (…) Nos queda la imagen de una mujer con una vida tranquila y sin sobresaltos, ni físicos, ni emocionales. Y es una imagen falsa, como bien sugiere Virginia Woolf (…)” Y esto se debe a que una hermana menor de Jane, Cassandra, se encargó de incinerar cartas y manuscritos de la autora que, muy probablemente, presentaran material revelador que alteraría la imagen gris que de la autora se conserva.

Gabriela optó entonces por escribir una novela “austeniana”, ambientada en el siglo XXI, donde las redes sociales juegan un papel importante, aunque —no en este caso— decisivo. Laura Robles, protagonista y un poco alter ego de la autora —según ésta misma confiesa—, lleva una pequeña doble vida. Está por doctorarse como historiadora, pero desde la adolescencia pergeña novelas que terminan ocultas en un cajón. A los treinta y tres años, Laura se deja arrastrar por la vocación literaria y aplica la investigación realizada para su tesis en una novela histórica sobre el romance entre Mariquita Sánchez (María Sánchez de Thompson, patriota argentina en cuya casa, donde se celebraba una tertulia semanal, se interpretó por primera vez el himno nacional de Argentina) y Máximo Terrero (médico y militar). Laura Robles nunca ha publicado un libro, ni siquiera ha confiado su actividad secreta a Ana, colega y mejor amiga, pero experimenta, al escribir, una especie de borrachera, del todo similar al enamoramiento, como en efecto sucede con la creación literaria. Al arrancar la novela, Laura ha concluido la escritura de su novela histórica y se siente envuelta en la crisálida de euforia… hasta que llega a la facultad y le recuerdan que no ha entregado su informe de tesis. Laura se siente culpable: ha invertido una beca gubernamental en la escritura de una novela que posiblemente no publique jamás, y no en el término de su tesis de doctorado. Al incursionar en la vida académica de Laura, que todos a su alrededor suponen su vida entera, empiezan a darse los guiños austenianos en los que la historiadora, pese a ser empedernida lectora de la ilustre autora inglesa, no parece reparar: ella misma, como las prototípicas casamenteras de Austen, se preocupa más porque sus grandes amigos, Ana y Alejandro, que se la pasan como perro y gato, reconozcan que en realidad se gustan, que por su propia circunstancia: tras terminar un prolongado compromiso que parecía apuntar hacia el matrimonio, Laura ha optado por la seguridad del celibato y la habitación en casa de sus tíos —y padres adoptivos— que comparte con un regordete gato llamado, muy apropiadamente, Darcy, como el protagonista de Orgullo y prejuicio. Canaliza su libido en su escritura, como, todo indica, hiciera la propia Austen.

Del otro lado de Buenos Aires, el Fitzwilliam Darcy de esta novela —no el gato mimado—, un editor y escritor de nombre Julián Cavallaro vive en medio de la obra negra de lo que será su nuevo departamento, y duerme y trabaja en su biblioteca —la única habitación funcional— en la parte trasera de la casa de su hermana y su cuñado, con el que coedita una revista llamada Nadie en honor a un capítulo de La Iliada. Cavallaro es sarcástico y pragmático, desconfía terriblemente de las mujeres (exceptuando a su hermana mayor) y su despiadado sentido de la autocrítica le ha anestesiado la parte creativa con la que empezó a escribir. Julián y Laura se conocen durante la presentación del libro de un afamado autor —todo un lord— de nombre Daniel Flehr, admirado por prácticamente todos los personajes, aunque muy especialmente por Laura (de cuyo padre, Flehr era su autor predilecto) y por Julián. Y si bien Julián se siente físicamente atraído por la guapa historiadora, su primer encuentro —y el segundo, y el tercero— será tan accidentado y plagado de malos entendidos como el que da origen a la relación de Elizabeth Bennet y Darcy… y no sólo por la resolución de ambos de no volver a ser lastimados (que no existía en Elizabeth ni en Darcy), sino por diferencias esencialmente literarias. Laura se percata de que Julián nunca ha leído a Jane Austen debido a un montón de prejuicios. Pero además está el hecho de que ella misma escribe, como hiciera Austen, a hurtadillas, y que Cavallaro sin duda la juzgaría con demasiada dureza si supiera que ha escrito un romance histórico. Cuando parece que están a punto de llegar a un entendimiento, aunque sea erótico, Laura es mal interpretada por Julián y posteriormente insultada. Éste, a su vez, bloqueado por Laura en Facebook.

En El secreto de Jane Austen, cada prototipo de la novelística austeniana —la cuasi solterona, jóvenes y viejas alcahuetas, las amigas del alma, el dandy cínico y engreído, la matrona voluntariosa y arregladora de vidas y matrimonios, el patriarca romántico y sentimental, bajo una fachada de severidad, el padre que se finge estricto pero sufre ante su cobardía de no confrontar a la sociedad— tiene su exacta réplica postmoderna. El desenlace de esta historia pareciera demasiado evidente: no lo es. En ello radica gran parte de su encanto. Pero también en el hecho de que estamos ante una novela alegórica y un poco en clave que defiende —y refrenda— el valor literario de la tan vilipendiada “novela rosa”. A través de las situaciones chuscas y doctos diálogos entre los personajes, a propósito de literatura… la de Jane Austen pero también en general, porque la temática amorosa no es propia de un género, sino de la Literatura como tal, Laura no sólo va envolviendo —y dejándose envolver— a/por su interlocutor, que como la mayoría de los intelectuales varones subestiman o, de plano, menosprecian la obra de Austen, sino que pone en evidencia los prejuicios existentes hacia la mal llamada “literatura femenina”, que en realidad debiera denominarse, en caso de ser absolutamente necesaria una división, “literatura escrita por mujeres”. La novela secreta de Laura es un tabú en su relación con Julián y es justo cuando decide volverlo partícipe de lo único realmente emocionante que ha ocurrido en su vida que se rompe el vínculo, peor que si le hubiera confiado algo de índole sexual. La parte más rica de la novela comienza justo entonces, cuando la “consabida” historia de amor entre opuestos se transforma en una tragicomedia sumamente contemporánea.

Jane Austen