IN MEMORIAM del doctor Rafael

                                                                                    Velasco Fernández (1927-2016).

                                                                                     Preclaro veracruzano, universitario y

                                                                                    Hombre de Bien.

Cada pueblo tiene sus propias características: buenas y malas. Hay países que resisten mucho tiempo a gobernantes que abusan de la bondad de sus gobernados. Otros, sin embargo, ante cualquier signo negativo protestan y cambian de gobierno. Así deberían ser todos. México no lo es. De ahí que “nuestra” clase política —si es que esto existe—, sea de las más corruptas e ineficaces del mundo. Peor cuando surge un merolico charlatán (perdón por la redundancia), que pretende dictar clases de moral y el resto lo acepta. No obstante, la nación que surgió de los aztecas y de otros grupos indígenas que fueron dominados por los españoles, no es la excepción.

Turquía, el extraordinario país euroasiático digno de mejor suerte, tiene una larga historia de culto a la personalidad. Desde los antiguos sultanes hasta Mustafá Kemal que legalmente se pasó a llamar Atatürk (Padre de los turcos), cuyo busto o retrato preside todas las instituciones públicas de aquel país. Y ahora, Recep Tayyip Erdogan, que hace poco más de un mes (el 15 de julio pasado), inexplicablemente se salvó de un golpe de Estado. El pueblo salió a la calle a defender al presidente que había elegido democráticamente. De tal forma, no sorprende que la imagen de Erdogan en retratos, carteles, cintas sobre la cabeza y camisetas, se hayan multiplicado durante los últimos 36 días. Sin duda, “los pueblos tienen los gobernantes que merecen”.

Así, el comportamiento popular de la moderna República de Turquía, y el estallido “patriótico” que se produjo tras la fracasada asonada continúa visible en infinidad de banderas que siguen colgadas en miles de balcones de las casas y edificios de Estambul de muchas otras ciudades turcas. Los retratos de Erdogan también se encuentran en las calles del famoso puerto y otras partes del país. El levantamiento popular y, sobre todo, la valerosa actitud de los turcos que se enfrentaron a los tanques de los sublevados son ahora un nuevo mito en el imaginario colectivo. En la noche del viernes 15 de julio murieron 240 personas a manos de los golpistas. Hace días que terminaron las concentraciones masivas, pero el fallido golpe de Estado continúa presente en una Turquía que, en solo un mes y una semana, ha cambiado aceleradamente. Así se hace la historia.

Algunos ven con otros ojos el comportamiento de la sociedad. El primer ministro, Binali Yildrim, lo ha llamado “la segunda guerra de independencia”; se trata, pues, de un nuevo mito fundacional para la nación, que trata equipararse con la victoria en la Guerra de Independencia que hace casi 100 años puso los cimientos de la moderna República de Turquía, bajo la conducción de Atatürk, “el padre de los turcos”. Otros aseguran que “ahora hay una nueva Turquía” refiriéndose a la inédita unidad política surgida tras el golpe entre el Partido Republicano del Pueblo y el islamista AKP, en el poder desde hace 14 años bajo el mando de Erdogan. Sin embargo, hay quienes no ven el futuro de esta “nueva Turquía” tan brillante. Quizás no les falta razón.

Un investigador de la Fundación por la Defensa de las Democracias, Aykan Erdemir, de origen turco, residente en Estados Unidos, explica: “En esta nueva era  empezaremos a ver un aumento de los niveles de autocensura y sumisión ya que las personas sienten que no hay futuro si no se jura total lealtad a Erdogan y a su islamista AKP”…”Turquía continuará distanciándose de un régimen secular que, desde el principio, era imperfecto”.

Asimismo, en la multitudinaria manifestación en el barrio estambulita de Yanikapi, que congregó a más de un millón de turcos, las referencias a los partidos políticos estaban prohibidas, no así las imágenes de Erdogan. La pasión de los decididos defensores del presidente llega tan lejos que, por ejemplo, el famoso periodista local, Hasán Oztürk, en una de sus columnas llegó a alabar al primer ministro Binali Yildrim porque, “sobre todo, sabe cómo dar un paso atrás y colocarse detrás del líder”. En la narrativa de estos días, apoyada por la oposición, Recep Tayyip parece haber alcanzado finalmente el nivel de culto de Atatürk.

Esra Ozyurek, directora del programa de Estudios Turcos de la London School of Economics, señala: “En la manifestación del 7 de agosto se podían ver posters de Erdogan y Atatürk; eso es bastante nuevo. Hasta ahora el AKP se caracterizaba por quitar las imágenes de Atatürk  en sus actos…Así que más que hacer desaparecer a Atatürk, el intento de golpe lo ha traído de vuelta. Pero para hacerlo posible se ha tenido que colocar a Erdogan y a Mustafá Kemal, uno junto a otro, como si fueran líderes comparables que han conducido al pueblo turco hacia su soberanía”. Como sea, el hecho es que la popularidad de Erdogan se ha disparado en las últimas semanas. Según una encuesta de Metropoll, su índice de aprobación alcanzó el 68%, una subida de casi 20 puntos desde el anterior sondeo.

Nadie duda, ahora, que Turquía ha entrado en una fase crítica. Uno de los dirigentes del otro partido, el HDP, Selahattin Demirtas, lo describe de esta manera: “Esta es una oportunidad histórica para convertir el país en un Estado más democrático mientras se tiene un apoyo masivo o tomar la senda hacia un sistema más autoritario”. Así las cosas, el “adam uzun” (“hombre alto”, como llaman popularmente a Erdogan, que mide 1.85 metros de estatura) tiene ahora mas despejado que nunca el camino hacia su ansiado sistema presidencial. En la calle ya escucha: “Adam Izindeyiz” (“seguimos al hombre”), en referencia a la tradicional consigna a favor de Atatürk “Atam Izindeyiz” (“seguimos a nuestro padre”).

Aunque el presidente Erdogan logró el apoyo popular en el momento crucial cuando el golpe de Estado estaba en marcha el fatídico 15 de julio pasado, exhortando a la población a salir a la calle, muy pronto se comprobó que el mandatario turco distorsionó la democracia con purgas y acusaciones exageradas. Interna y externamente ya se habla de los excesos de Erdogan.

De tal forma, como el propio Recep Tayyip lo denunció, la República de Turquía se enfrenta a una amplia conspiración con ramificaciones internacionales encabezada por su antiguo aliado y ahora feroz opositor, el líder religioso Fetulá Gülen (avecindado desde 1999 en Estados Unidos de América, que ya recibió la petición de extradición del supuesto autor del fracasado golpe de Estado), y apoyada por Occidente –“el golpe tuvo actores turcos, pero el guión fue escrito en el exterior”, dijo Erdogan a principios de agosto en Ankara–, es ante los tribunales, nacionales e internacionales, donde debe hacer valer su querella y lograr las condenas o extradiciones pertinentes. Pero en ningún caso se debe aceptar la destitución arbitraria de funcionarios públicos o el cierre de medios de comunicación (más de 130) como se hizo desde el primer momento.

Los excesos del mandatario no deben hacer a un lado que las democracias tienen el derecho, y la obligación, de defenderse de sus enemigos, máxime cuando éstos se valen de instituciones como las Fuerzas Armadas, que la ciudadanía puso en sus manos para defender la integridad y la soberanía del país, con el fin de derrocar a los representantes democráticamente electos, hacerse con el poder por la fuerza y suspender los derechos y las libertades.

Desde el 15 de julio pasado, 35,022 personas han sido detenidas en Turquía, de las que 11,597 han sido liberadas sin cargo y otras 5,685 permanecen bajo custodia en espera de comparecer ante los investigadores; el estado de emergencia ha ampliado el periodo máximo de detención de 4 a 30 días. Entre los detenidos hay más de 7,000 militares, unos 3,000 agentes de policía y 2,200 magistrados. Además, unos 76,000 funcionarios están suspendidos de empleo e investigados por sus presuntas conexiones con la red gülenista, casi la mitad son empleados del Ministerio de Educación. Datos que espantan a propios y extraños.

El fallido golpe propició, además, el reacomodo diplomático de Ankara. Antes de julio, el mandatario ruso Vladimir Putin y Recep Tayyip Erdogan estaban enfrentados por la guerra en Siria y por el derribo de un caza ruso el otoño pasado en la frontera turca. Hoy las tornas han cambiado. Erdogan vuelve a acercarse a una Rusia fuerte al tiempo en que se deteriora su relación con la Unión Europea, a la que reprocha su frialdad “diplomática” tras el golpe. Las relaciones entre Ankara y Bélgica viven uno de sus momentos más delicados. Los pronunciamientos a favor de restaurar la pena de muerte, la purga tras el fracasado golpe de Estado y la negativa de Erdogan a suavizar una represiva ley antiterrorista amenazan el acuerdo migratorio con la UE, hacen temer la llegada de nuevas oleadas de refugiados y comprometen el futuro de las conversaciones sobre su entrada en el bloque comunitario.

En estas condiciones, solo era cuestión de tiempo que Rusia y Turquía –países que han virado hasta dar la espalda a Occidente– terminaran mirándose a los ojos y estrechándose las manos. Todavía es muy pronto para llegar a los besos entre estos “machos” de la política internacional. Pero el martes 9 de agosto, en San Petersburgo, ambos enterraron ocho meses de crisis diplomática y escalada verbal por el derribo del caza ruso. A ambos personajes les convenía este encuentro. A Occidente le preocupa. En el marco de crisis de liderazgo en Europa y con Estados Unidos enfrascado en su campaña presidencial, dos carismáticos autócratas cabalgan juntos por Eurasia. ¿Hasta dónde? Pronto se sabrá. VALE.