Claro está, la paz siempre será mejor que la guerra, sobre todo cuando un país, como Colombia, ha estado con las armas en la mano durante 52 años (el enfrentamiento armado más antiguo del hemisferio occidental cuyas cifras de víctimas son ingentes: casi ocho millones de víctimas, de las cuales 6,700,000 son desplazados; con el siguiente desglose: entre 260 y 280 mil muertos; casi 50 mil desaparecidos; y más de 30 mil secuestrados), todo ello desde que una sublevación campesina en 1964 originó la mayor organización guerrillera en la historia colombiana: las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia: FARC, fundadas por el legendario guerrillero ya fallecido Pedro Antonio Marín, también llamado Manuel Marulanda Vélez, alias “Tirofijo”, quien murió en 2008 de varias enfermedades.
Nadie, en sus cabales, podría oponerse a que callen las armas en la República de Colombia. Indudable. Pero a veces el camino al infierno está sembrado de buenas intenciones. Para que los colombianos dejen de matarse entre sí, se requiere una grandeza de alma que no todos tienen. Los familiares de las víctimas tratan de que los culpables sean castigados. En contrario sensu los victimarios buscan no sólo el perdón sino la exención de sus crímenes. Panorama nada fácil de enfrentar.
Desafortunadamente la historia demuestra que ningún acuerdo de paz es totalmente justo. Cuando las partes negocian, ambas tienen que ceder, sacrificar (algo o mucho) en aras de lograr la conciliación. Durante los últimos cuatro años los enviados del gobierno de Bogotá y los representantes de las FARC, en La Habana, Cuba, han negociado, todo lo que podían negociar. Así lo hicieron en su momento los unionistas y el brazo político del Irish Republican Army (IRA) en Irlanda del Norte, así como los enviados del Apartheid y Nelson Mandela (que pasó a la historia por no clamar venganza en contra de sus carceleros durante 27 años) para lograr que Sudáfrica hiciera la transición sin mayor derramamiento de sangre.
Parece que Colombia podría conocer el fin de la guerra, que este propósito buscado durante más de medio siglo será algo más que un papel firmado y declaraciones de buenas intenciones que ya se sabe a dónde han conducido. Sería la cuarta ocasión que se intenta llegar al cese el fuego completo: las anteriores fueron en 1984, 1991 y 1999.
El sangriento enfrentamiento colombiano perdura desde los años de la Guerra Fría y las FARC son uno de sus fósiles que aún tienen vida, y han sido consideradas como grupo terrorista tanto en Colombia como a nivel internacional. Organizada con estructura militar por “Tirofijo”, las FARC surgieron como milicia después del bombardeo de zonas de influencia comunista por parte del gobierno de Guillermo León Valencia.
Muy pronto, el movimiento guerrillero colombiano cayó en métodos terroristas: el estallido de coches bomba, el reclutamiento de niños soldados, la colocación de minas en territorio civil y secuestros de todo tipo. Uno de los más sonados fue el de la candidata presidencial Ingrid Betancourt, secuestrada durante más de seis años. Dado que Betancourt goza de la doble ciudadanía colombiano-francesa, en 2008 intervino el gobierno de Francia en su rescate y Nicolás Sarkozy, a la sazón presidente galo, aprovechó muy bien la operación dándole excelente publicidad internacional.
De hecho, el entonces ministro de la Defensa, el general Juan Manuel Santos, fue el que asestó el golpe a las FARC con ese rescate. Al final, Ingrid Betancourt escribió un libro. Sus exageradas pretensiones económicas al gobierno colombiano le restaron el prestigio que le había representado su secuestro.
La supervivencia del grupo guerrillero en buena parte se debió a los secuestros y la extorsión. Asimismo, las FARC no se sustrajeron a la influencia de los cárteles de la droga, han mantenido acuerdos con ellos, como el de Medellín, con Pablo Escobar Gaviria al frente.
El hecho es que las FARC han operado en casi todo el país, pero especialmente en la zona fronteriza con Venezuela difundiendo su principal propósito: fundar un Estado socialista para Colombia. Llegaron a tener presencia en 24 de los 32 departamentos en que se divide el país y en 2001 llegaron a contar con 16,000 miembros en activo.
La penúltima semana del mes de agosto fue vital para las negociaciones de paz entre el gobierno de Colombia y los enviados de las FARC en La Habana. Humberto de la Calle, el jefe negociador del gobierno –“quizás el último político liberal colombiano con formación intelectual…(que) es un hombre que trata de que las cosas pasen”, como lo define el enviado del periódico español El País en Bogotá, Javier Lafuente–, con realismo y sinceridad leyó en nombre de todo el equipo negociador el discurso “de mayor altura política que se recuerda en las últimas décadas en Colombia”: “Seguramente el acuerdo logrado no es un acuerdo perfecto, pero tengo la certeza de que es el mejor acuerdo posible. Probablemente todos hubiéramos querido algo más. Nosotros mismos hubiésemos querido algo más…Muchos colombianos quisieran castigo para las FARC. Pero también con igual fervor deberíamos pedir el mismo castigo para todos los responsables. Agentes estatales que desviaron su misión y terceros financiadores de graves crímenes y masacres…Este marco es también una oportunidad para profundizar en la lucha contra la corrupción. Este es un cáncer que nos devora”. Además, De la Calle tuvo palabras de afecto para sus contrarios, mostrando con ello una grandeza que muchos jamás tendrán: “Desde orillas opuestas, debemos reconocer su disciplina. Fueron conversaciones complejas, a veces amargas. Pero el resultado es suficiente recompensa”. Por último, el respetado político colombiano confesó sin mayor recato: “Hemos aprendido mucho de la capacidad de resistencia de los colombianos, de su generosidad y de su alegría”.
Las cosas hay que llamarlas por su nombre. En este caso, la finalización de las negociaciones entre Bogotá y las FARC es un éxito para toda la región pero el que se empeñó en ello fue Juan Manuel Santos desde que llegó a la presidencia en 2010. Contra viento y marea, Santos, el militar, el general, apostó decididamente por finalizar, mediante la palabra, el diálogo, con un conflicto que parecía el nudo gordiano. Se jugó el todo por el todo, sin importarle el precio.
Enfrentarse a muchos sectores y personajes influyentes del pueblo colombiano, el propio expresidente de la República al que había servido como ministro de la Defensa, su predecesor en la jefatura del Estado: el actual senador Álvaro Uribe. Su estrategia para llevar adelante las reuniones en La Habana como si el conflicto en Colombia no tuviera lugar, ahora se demuestra que fue un acierto. Además, el presidente Santos buscó, en estos años, que la comunidad internacional se implicara en las negociaciones. Esto propició que el proceso arribara a buen puerto lo que demuestra que la búsqueda de la paz es “un esfuerzo colectivo a la que ninguna democracia puede ser ajena”.
El editorial del viernes 26 de agosto del periódico madrileño El País dice: “También hay que reconocer el papel jugado por los dirigentes guerrilleros que, en un ejercicio de realismo, han renunciado definitivamente a una vía sin salida y han aceptado integrarse en un sistema democrático donde la única que no tiene cabida es la violencia…Lógicamente, el acuerdo no puede agradar a todos y muchos, legítimamente, pueden considerarlo insuficiente…Y es esa realidad la que tendrá que estar muy presente cuando el gobierno realice el referéndum (la convocatoria ya fue aprobada por la Cámara de Representantes por 127 votos a favor y 15 en contra de la bancada del Centro Democrático que encabeza el senador Álvaro Uribe Vélez por considerarla “ilegítima y desbalanceada”) que debe plasmar el consentimiento del pueblo al acuerdo alcanzado con las FARC…El diálogo serio ha conseguido lo que parecía una quimera. Hay que felicitar a toda Colombia por ello y desear que la reconciliación permita al país superar una página negra de su historia y encarar un futuro en paz”.
Mientras tanto, Colombia amaneció el jueves 25 de agosto tratando de digerir las 297 páginas del documento pactado un día antes entre el gobierno y las FARC. La creencia o pensamiento (mantra, llaman algunos), de que “nada está acordado hasta que todo esté acordado”, casi una excusa para evitar tropiezos en las conversaciones, ya era realidad, por lo menos en el papel. No obstante, el documento que el presidente Juan Manuel Santos entregó al Congreso está lleno de tecnicismos, poco fácil de entender para los ciudadanos, por lo que el gobierno debe explicar muy bien lo que significa antes del plebiscito del 2 de octubre, cuyo resultado está en el aire, aunque una encuesta de fin de semana señala que el acuerdo sería refrendado con un 39.2% de los votos, mientras que el “no” recibiría el 27.7% de los mismos; la abstención sería del 21.8%. El sondeo fue hecho por la compañía Datexco Company para la estación W Radio y el periódico El Tiempo.
Lo preocupante del caso es que el propio Juan Manuel Santos admitió que el gobierno no tiene un plan “B” en caso de una eventual derrota y triunfaran los contrarios al acuerdo. Si así sucediera, el conflicto con las FARC podría continuar durante mucho tiempo más.
Dice el viejo refrán: “No hay fecha que no se cumpla, plazo que no se venza, ni deuda que no se pague”. Así, ambos bandos ya ordenaron el cese al fuego bilateral y definitivo con la verificación de Naciones Unidas. Santos y Timochenko hicieron lo propio. “La guerra ha terminado”. Ojalá el próximo domingo 2 de octubre, el voto de los colombianos ratifique el acuerdo de paz definitivo entre las partes en conflicto. Por bien de todos. VALE.

