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Los agravios que ha tenido para con México no se pueden borrar ni con una frase ni con un apretón de manos.
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Trump en México

La actitud racista y xenofóbica del candidato republicano a la Presidencia de Estados Unidos ha constituido una ofensa permanente a los mexicanos y una amenaza a nuestra estabilidad económica y política. Por eso, su presencia en nuestro país es non grata y repudiada por todos los sectores.

No obstante, habrá que analizar cuáles son las razones que tuvo el presidente Enrique Peña Nieto para proponer esta audaz maniobra, política e inusual para los jefes de Estado mexicanos, que han optado por la relación diplomática y oficial sólo con los triunfadores de la elección presidencial norteamericana.

La indeseable presencia de este personaje, peligroso y enfermo, debe tener alguna explicación de la que no estamos informados; es posible que tenderle al enemigo un puente de plata sea la forma de negociar y paliar conflictos que amenazan nuestro horizonte en el improbable caso de que este individuo obtuviera el triunfo electoral. Como quiera que sea, los agravios que ha tenido para con México no se pueden borrar ni con una frase, ni con un apretón de manos.

Se trata de un arma de dos filos: para Trump —hoy disminuido en las encuestas— su relación con México le permitiría tratar de recomponer su influencia en el denominado voto latino; pero, también puede ser un signo de debilidad para sus exaltados y fascistas electores de su línea más dura. Por eso, su hijo Donald Trump Junior declaró el día anterior a la visita, a la cadena de televisión CNN: “mi papá no suaviza nada”. Es decir, no cambiará en su actitud que está cimentada en un ADN que tiene como elementos constitutivos la soberbia, la creencia de la infalibilidad y su también creencia de la supremacía racial de los estadounidenses blancos.

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Este viaje será objeto de muy diferentes análisis que tienen que ver con la elección norteamericana de noviembre, pero también con la política presidencial mexicana y su influencia hacia 2018.

Trump es el resultado de una crisis de la política neoliberal que ya afectó seriamente a la Unión Europea con la salida de la Gran Bretaña; no hay duda de que la brecha de desigualdad —que se ha ensanchado en forma dramática en los últimos lustros— ha provocado serias dudas respecto a la función de los partidos políticos y a la democracia liberal; de alguna manera los votantes del mundo se están manifestando contra el establishment que sigue generando un mundo de enorme injusticia, pues la gran riqueza mundial se concentra cada día en menos manos, mientras que la pobreza amplía su siniestra sombra sobre el porvenir de la humanidad. Ante la desesperación colectiva y la falta de brújula ideológica, una falsa salida puede ser —no olvidemos la historia— el fascismo y la dictadura autoritaria.

Deseamos que el presidente Peña Nieto no se haya equivocado y que este tema sea parte de una estrategia de recomposición de su imagen hacia el futuro; la apuesta está en el aire y los resultados pronto los conoceremos.