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La imagen que de Trotski nos deja Deville es la de una personaje novelesco, con una vida fantástica.
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Entre crónica, reportaje y ensayo
El siglo XX mexicano de las entreguerras y las postrimerías de la segunda conflagración mundial propició la emigración. Revolucionarios, periodistas, artistas, errabundos, viajeros eruditos… llegarán a México de manera circunstancial o, bien, en establecimiento y residencia definitiva.
Mariana Frenk-Westheim, por ejemplo, llegaría en 1930; ya se advertía la atmósfera antisemitista en Alemania, hecho que se tornó de manera paulatina en persecución, desde 1933, cuando Hindemburg nombró a Hitler canciller.
Centro cosmopolita excepcional
Mariana Frenk-Westheim se estableció en México con su familia donde desarrollaría una carrera con diversas vertientes; su labor más importante fue trasladar al español de la novela Pedro Páramo; la suya fue la primera de todas las traducciones.
La lista de creadores y personajes que llegaron a México entre los años treinta y cincuenta volvieron, en particular a la Ciudad de México, en centro cosmopolita excepcional.
Todos los Méxicos que coexisten —entre la ostentación, el lujo, la suntuosidad y la indigencia, las precariedades y el atraso—; con su riqueza colores y ambientes, estimularon, por igual, a ilustres, a trúhanes, a espías, y a viajeros destinos definitivos, instalarse en México. Habrá que agregar a los españoles que acogió el gobierno de Lázaro Cárdenas —con la habilidad y esfuerzos definitivos de Narciso Bassols—; en la primera oleada de republicanos llegaron tres mil españoles. Y se calcula que dos décadas después la cifra habían llegado más de veinticinco mil. Entre quienes llegaron con el exilio español se cuentan Luis Buñuel, Max Aub, Juan Rejano, María Zambrano, José Gaos, Joaquim Xirau y Luis Cernuda.
Figura icónica de nuestra cultura
Uno de los personajes que mayor relevancia adquirió entre nosotros, hasta convertirse en una figura icónica de nuestra cultura —aun para quienes han estado ajenos al ambiente cultural y la izquierda mexicana— fue Leo Davidovich Bronstein, León Trotski (1877-1940), quien llegó a México luego de un proceloso itinerario tras abandonar la Unión Soviética, donde llegó a formar parte del Comité Central bolchevique en 1917; asimismo fue comisario de Defensa de la URSS; muy pronto tuvo la oposición de Stalin y Zinóviev quienes junto Lav Kámenev, más tarde, lo debilitaron, acusado, entre otras acciones de indisciplina al Partido.
La ruptura definitiva entre Stalin y Trotski ocurriría en 1924. El jefe del ejército ruso fue destituido de su cargo y alejado de los estrategas del gobierno; al final fue expulsado (1929). Siguió la deportación a Kazajistán. Proveniente de Odessa encontró su primer confinamiento en la isla de Büyükada (Prinkipo) en Turquía (1930
Llegan a México el 19 de noviembre de 1936 Trotski y su esposa Natalia Sedova, abandonan Noruega en el buque-cisterna Ruth.
La mañana del 9 de enero de 1937 desembarcan en Tampico y esa misma noche se trasladan a la Ciudad de México en el tren presidencial; dos días después se instalan en la Casa Azul de Frida Kahlo en Coyoacán.
Este exilio tuvo fuertes opositores al interior del gobierno y, sobra decirlo, un rechazó profundo de no pocos miembros encumbrados de la izquierda como Lombardo Toledano. Se pide al presidente que prohíba al ideólogo ruso la utilización de México “como tribuna contrarrevolucionaria”.
Las tensiones fueron permanentes para el matrimonio que habían llegado a un México convulso, gobernado por uno de los presidentes más connotados y carismático de su historia, acaso el más dilecto del siglo XX mexicano: Lázaro Cárdenas (1934-1940), quien ese año nacionalizó 24 mil kilómetros de ferrocarriles, y en 1938 un millón de personas realizarían una manifestación en apoyo a la nacionalización de las empresas petroleras.
En mayo de ese año, André Breton visita México y se encuentra con Trotski. Y un gran amigo de toda la vida del autor del Manifiesto del surrealismo, Benjamin Perét, estuvo en México entre 1942 y 1947 Kati Horna (1912-2000), por su parte, llegó a México en 1939 y de inmediato se relaciona con otros creadores e intelectuales que vivían en el exilio como Gunther Gerzso, Walter Gruen, y el matrimonio Remedios Varo (1908-1963)-Benjamin Péret.
La consigna “¡muera Trotski!”
Durante el desfile del día de los trabajadores en 1940, la Confederación de Trabajadores de México y el Partido Comunista Mexicano, lanzaron la consigna “¡muera Trotski¡”.
En las primeras horas del 24 de mayo de ese año unos veinte atacantes, disfrazados de policías y militares, invadieron la casa de Trotski en la calle de Viena; de manera providencial el teórico ruso —cuya obra se reúne en 24 tomos— resultaron ilesos.
El mandato de Stalin se cumpliría de cualquier modo: Ramón Mercader, minutos después de las cinco de la tarde del 20 de agosto de 1940 golpea en la cabeza a Trotski con un piolet; un día después muere el revolucionario ruso a las siete y media de la noche.
Patrick Deville (1957) en Viva nos entrega una novela alrededor de la vida cosmopolita del México de los años treinta, cuando llegan a México personajes como Antonin Artaud, Ret Marut (conocido como B. Traven), Malcom Lowry, autor de Bajo el volcán (1947), D. H. Lawrence (autor de La serpiente emplumada); los fotógrafos Edward Weston (1886-1958), quien vivió entre 1923 y 1926 con Tina Modotti (1896-1942); más tarde ella se vincularía con el periodista cubano Julio Antonio Mella, asesinado —se supone— ante la presencia de ella, muy cerca del café La Habana (1929).
Con todo y la hibridez que en los géneros coexisten ahora, con todo y sus elementos ficcionales, Viva no es una a novela; es un entre crónica, reportaje y, en ciertos momentos, ensayo. El resultado es muy revelador como una fluida narración.
Viva integra momentos del proceso de la investigación, siendo el propio Deville un personaje que va de la curiosidad a la fascinación; de la sorpresa a la exaltación, descubriendo a personajes como Vlady —célebre pintor, hijo de Victor Serge, marxista crítico de Lenin y Stalin—.
Viva también pudo llamarse Sorpresa, porque el relato corre entre interjecciones y sobresaltos con intensidad sostenida; Deville es un admirador de México y de los proyectos creativos de muchos forasteros.
La imagen que de Trotski nos deja Deville es la de una personaje novelesco, con una vida fantástica —entre el heroísmo, la gloria y la caída abismal—; desdichado y perseguido por un dictador, no tanto la del “profeta desarmado” con una inteligencia prodigiosa que enfrentó la sombra de la persecución con el análisis y la escritura de su interpretación de la historia y la política.
Deville nos deja trazos de un México pintoresco hasta lo naif, incluso para contextualizar nuestras carencias; una suerte de escenografía de Los olvidados que convive con clochards bohemios con aroma a lavanda.
Patrick Deville, Viva,
México, Anagrama, 2016.

