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Toda religión se inscribe en el ancho campo de las creencias, donde interesa muy poco lo que dicte la razón.
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Madre Teresa
El Papa Francisco decidió convertir en santa a Teresa de Calcuta y muy su gusto, pues la normatividad vaticana le permite “elevar a los altares” a quien mejor le parezca, lo que ha significado un notable aporte al santoral, tan grande que ya no cabe en los calendarios, pues si el efímero reinado de Ratzinger produjo 45 canonizaciones, el de Wojtyla se despachó 483 y el actual pontífice ya superó a los dos juntos (en realidad a sus ocho predecesores), pues lleva 842 en el breve tiempo de su apostolado.
Por supuesto, corresponde a cada católico aceptar o no a esa multitud de santos que en su inmensa mayoría desconoce, no sabe qué hicieron ni por qué recibieron el beneficio de la canonización, como tampoco sabe si los cristeros convertidos en santos cortaban las orejas a los maestros rurales o violaban tumultuariamente a las maestras que llevaban el alfabeto a las comunidades más apartadas. Por supuesto, el católico común ignora que muchos de los curas franquistas canonizados por Francisco participaron alegremente en la delación, la tortura y la muerte de numerosos republicanos españoles. Pero eso poco importa, pues toda religión se inscribe en el ancho campo de las creencias, donde interesa muy poco lo que dicte la razón.
Pero como el Vaticano no es sólo una embajada del cielo, sino una monarquía absoluta que posee un enorme poder más allá de sus estrechas fronteras, su influencia se proyecta sobre los ciudadanos de muchos países y condiciona en buena medida la actuación de los gobiernos. Como todo país, la llamada Santa Sede está sujeta a crítica como cualquier Estado y lo mismo ocurre con las decisiones de su líder.
Por eso viene al caso analizar la canonización de la monja Teresa de Calcuta, a quien el Vaticano atribuye dos milagros: haber curado a un brasileño con una infección terminal en el cerebro y sanar a un bengalí que cargaba en el vientre un tumor del tamaño de una sandía. Y el que no lo crea que vaya mucho a Roma… y pregunte.
La monja de Skopie fundó cientos de conventos en 120 países con el dinero que le daban para “sus” enfermos, a los que no curaba y ni siquiera proporcionaba analgésicos, pues creía que el dolor purifica y hace ganar el cielo. Igualmente, prefería poblar el mundo de niños no deseados antes que aprobar el aborto, que combatió en forma implacable, tanto como el divorcio. Amiga de los Duvalier, de Pinochet y otros dictadores, se retrataba y sonreía con ellos mientras miles de personas eran torturadas por orden de esos buenos cristianos. ¿Eso es santidad?