EDITORIAL

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Uno de los puntos más destacables es reforzar el carácter laico de la capital.
Ninguna de las conquistas políticas y sociales alcanzadas durante los últimos tiempos estará garantizada mientras no se inscriba,
con todas sus letras, que la Ciudad de México es una entidad laica.

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Quiero reiterar en estas páginas lo que he venido afirmando en distintos medios de comunicación. El hecho de que el presidente de la república, Enrique Peña Nieto, haya tomado la decisión de nombrarme diputada constituyente para la promulgación de la Constitución de la Ciudad de México me sorprendió.

Me sorprendió por tener conciencia de ser una priista poco ortodoxa, acostumbrada como periodista a hablar de frente y de acuerdo con sus convicciones.

Directora de la revista Siempre!Por ello —precisamente por ello— quiero agradecer, pero sobre todo, reconocer públicamente su respeto y tolerancia no sólo hacia mi persona sino hacia una línea editorial crítica que ha caracterizado a un semanario que, como Siempre!, forma parte de la historia de México desde hace 63 años.

Para mí, dicho nombramiento representa, por encima de cualquier otra consideración, un reconocimiento a la memoria de un periodista que ejerció la libertad de expresión pensando siempre en México. Me refiero, por supuesto, a mi padre, José Pagés Llergo, fundador de un periodismo sustentado en la defensa de la verdad y en los más elevados valores humanos y políticos.

Alguien me preguntaba qué espera el presidente de la república de los diputados por él nombrados. Contesté que no habíamos recibido, todavía, algún tipo de instrucción, pero que podía imaginar lo que un jefe de Estado esperaría.

En primer lugar, la aprobación de una Constitución vanguardista, incluso más avanzada, jurídica y políticamente, que la misma Carta Magna federal.

Un texto constitucional que logre recuperar la dignidad y los derechos de la Ciudad de México. De una ciudad lastimosamente abandonada, usada, vejada por partidos políticos, grupos y camarillas. Explotada como trampolín y escaparate político. Una metrópoli degradada en sus servicios, derechos y libertades.

Centro de negocios y también nido de corrupción administrativa. Caótica en todos los sentidos. Donde sus habitantes viven y se desplazan con aparente plena libertad, pero donde son —tal vez sin saberlo— rehenes de intereses económicos y políticos oscuros.

¿Qué tipo de Constitución necesita la ciudad capital? Si el texto constitucional de 1917 tuvo como claro objetivo político impedir la reelección presidencial y otorgar derechos sociales a obreros y campesinos, el precepto jurídico de la Ciudad de México persigue el diseño de una entidad autónoma, ordenada y democrática.

Uno de los puntos más destacables es reforzar el carácter laico de la capital. Ninguna de las conquistas políticas y sociales alcanzadas durante los últimos tiempos estará garantizada mientras no se inscriba, con todas sus letras, que la Ciudad de México es una entidad laica.

Si eso no sucede, la libertad de expresión, las libertades políticas, el respeto a la diversidad racial, religiosa, cultural, sexual, de género, estarán en riesgo y darán pie a continuos intentos para que el dogma y una sola verdad no se impongan sobre una sociedad cuya riqueza democrática estriba precisamente en sus múltiples diferencias.

Se requiere de una Constitución que sirva para construir al ciudadano que sea capaz de salvar este monstruo urbano de un cataclismo inminente.

Es cierto, la primera pregunta que tenemos que hacernos es qué tipo de Constitución queremos; pero, también, qué proyecto de habitante se pretende moldear a partir de sus leyes.

Rescatar la grandeza de lo que un día fue México-Tenochtitlan implica recuperar dignidad e identidad. En alguna parte de la Constitución tendrá que haber un párrafo dedicado a tomar conciencia de que estamos parados en el islote fundacional.

Aquí nació México y formar parte de él, de su recuperación y renacimiento, representa, siempre representará, un inconmensurable honor.

 

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