Las ambigüedades de un espacio pictórico vacío se intensifican cuando se afirman sobre un fondo en el que las figuras casi se desrealizan. La claridad y la sombra configuran irreales escenas y personajes. Un mundo de colores y personajes, que a través de fuertes trazos y formas evocan con intensidad evocan la Belle Époque de París de finales del siglo XIX. Bullicios que actúan por encima de cualquier significado figurativo o formal que pretendemos adherir a las imágenes.
El Museo del Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México, a través del Museo de Arte Moderno de Nueva York exhibe la exposición El París de Toulouse-Lautrec. Impresos y carteles del MoMA, que presenta más de cien litografías del artista francés Henri de Toulouse-Lautrec (Albi, Francia, 1864 – Malromé, Francia, 1901), en los cuales retrató la atmósfera parisina del siglo XIX a través de imágenes de sus cafés, bares y salones de baile. Lugares icónicos del París antes de la Primera Guerra Mundial. Toulouse-Lautrec, en total. Fue como decía el crítico inglés Robert Hughes, el más espectacular peintre maudit finales del siglo XIX. Su afinidad electiva fue la vida nocturna y la beligerancia vanguardista del impresionismo. El anarquismo creador y el descaro inconformista fin de siécle convierten al artista en un irónico fláneur de la calle parisina.
Su arte llena las salas de Bellas Artes en una exposición antológica que debe hacer época en nuestro país: Lautrec escrupulosamente diseccionado en su tiempo. La curaduría estuvo a cargo de Sarah Suzuki, curadora del departamento de dibujo e impresiones del MoMA. La muestra está dividida en seis secciones: Vida y litografía —contextualiza con fotografías y carteles en los que el artista se desarrolló como impresor—; El café concert —serie de litografías que registran sus visitas nocturnas a los teatros, circos, óperas y desde luego, al café concert—; En el escenario —registro de escenas que tuvo el artista de diversos personajes que formaron parte del espectáculo del París del siglo XIX—; femmes, filles, elles —empleados, cortesanas, artistas y prostitutas son el eje maravilloso de este bloque—; Círculos creativos —escritores, editores, compositores y dramaturgos, con los que Lautrec tuvo amistad y complicidades compartidas—; y Placeres de París —la pasión desbordada que tuvo el artista por París: sus calles, sus barrios, sus personajes callejeros, sus musas y su vida nocturna—. En cada apartado podemos ver el manejo asombroso de sus dibujos lineales, donde asimila como nadie en su tiempo el elegante grafismo clasicista y la variedad de matices tonales que distinguen el erotismo figurativo moderno, de Toulouse-Lautrec y después Picasso.
Toulouse-Lautrec nació en el seno de una familia aristocrática. Comenzó a dibujar desde niño y posteriormente se formó en academias parisinas como la de Bonnat y Cormon, donde ingresa en 1883, ahí coincide con Emile Bernard y Vicent van Gogh. En 1885 abrió un taller en Montmartre; desde entonces se dedicó a la creación pictórica, integrándose plenamente en el ambiente artístico parisino que en aquella época buscaba por diversos medios la superación del impresionismo.
Artista de su época, pero siempre en compromiso con su tiempo íntimo: más de dos décadas de insistencia sobre un mínimo y reiterado complejo de escenas de cabarets, burdeles, cafés —variedad, sutileza, intensidad— que los transforma en elementos de una armonía de secuencias e intervalos cromáticos y espaciales inéditos en la modernidad artística. Los ecos del impresionismo quedan lejos. La impresión de sus dibujos, realizados en un instante breve como el mismo movimiento, son recreados de forma frágil y delicadas en cada una de sus litografías: El ahorcado, 1985; El jinete, 1899; El vendedor de castañas, 1897; En el Moulin Rogue, 1983; estudio de mujer, 1893. Se trata, pues, de dos concepciones especiales distintas —abierta en el óleo y concretada por el círculo en las litografías—, sin embargo, la ordenación formal, la energía cromática y el contrapunto del sombrado expresan opciones constructivas diferenciadas y originales. Volvemos así al diálogo de formas y temas obsesivos de Lautrec. París y su vida nocturna como centro nodal en el itinerario imaginativo del artista como detonante de la transformación sensible de su mirada moderna.
Lautrec comenzó a frecuentar los cabarets y los burdeles de París, tomando apuntes de amigos, artistas, bailarinas, prostitutas y cortesanos. Un mundo turbador que fue captado por el artista a través de su aguda percepción del movimiento, por las expresiones y los efectos de la luz, por su grafismo nervioso y por los contornos de líneas vibrantes aprendidas de las estampas japonesas; por ejemplo: Confetti, 1894; Divan japonais, 1893 o El amanecer, 1896. Un cronista único de la Belle Époque de aquel París maravilloso, que retrató de forma “heroica la vida moderna”, parafraseando a Baudelaire. “Sus amados caballos —dice el escritor español Francisco Umbral— sus amadas bailarinas, fueron su mundo diurno y nocturno respectivamente. Pero de esta segunda o tercera vida pictórica de Toulouse-Lautrec aún nace una sexta o séptima vida de gato, es decir, el esnob. Naturalmente, aquel enano lúcido necesita dar respuesta a su desgracia física no sólo con la violencia de los pinceles sino también con la altivez del esnob. Henri es el príncipe y la gárgola que cierra la belle époque”. Toulouse-Lautrec es uno de los creadores de las vanguardias y el gran conquistador de la calle. Dueño de una memoria visual extraordinaria, que le llevó a captar todo lo que pasaba a su alrededor: “Es terrible, lo recuerdo todo, hasta el número de mi sastre”, decía Lautrec constantemente.
En ese París “revuelto” y revolucionario se inaugura en 1889 el Moulin Rouge. La relación de Lautrec con el cabaret será especial al convertirse en uno de sus mejores clientes. Lo inmortaliza en numerosos carteles en los que figuran las grandes estrellas del cabaret y del cancán. Es el centro de su tribu: sus amigos íntimos y las mujeres que se convierten en las figuras principales de su arte. Actrices como Jane Avril, Yvette Guilbert, pero sobre todo, Louise Weber, llamada “La Goulue”, son las más retratadas por el artista. En el Moulin Rouge, 1894; La Goulue y su hermana, 1892; La Goulue, en el Moulin Rouge, 1891; Reina de la alegría, 1893; Eros derrotado, 1894; Vestíbulo, 1898; imágenes que se transforman, así, en espacios cromáticos que transmiten la vida del dibujo con igual o mayor intensidad que las sombras difusas de las figuras representadas, como el sinuoso ribete de piel del abrigo de Jane Avril, o el rojo vivo como centro de La payasa sentada, 1896… Todo responde a una potente trama constructiva que doblega las argucias convencionales del arte. Los discretos “silencios” de Henri de Toulouse-Lautrec se han transfigurado lentamente en una suerte de desolación figurativa. Fantasmas y seres que siempre rodearon a uno de los creadores del arte moderno: Toulouse- Lautrec.

