Desde el río Bravo hasta la Patagonia —y si se me apura desde las fronteras de Canadá y Estados Unidos de América—, el continente americano está en crisis, por unas y por otras razones. Los problemas de cada país del continente son variados, aunque en su generalidad coinciden en que las clases políticas en el poder han fracasado y no precisamente por cuestiones ideológicas. Los casos más evidentes —sin ánimo de enfrentamientos que no conducen a ninguna parte—, son los de Cuba, de Venezuela y de Nicaragua, por solo citar estos tres que han presumido de regímenes socialistas (en La Habana de comunistas desde hace más de medio siglo) y cuyos pueblos están al borde de la hambruna por la carestía en las tiendas donde no se puede adquirir ni papel higiénico, pero, eso sí, no se bajan del caballo de Simón Bolívar ni para hacer de las aguas. Como ha dicho el historiador Tomás Pérez Vejo: “Los grandes países de América Latina son en general un éxito como nación y un fracaso como Estados”.
A finales de agosto y principios de septiembre sucedieron una serie de eventos en toda América que marcaron la agenda continental: desde la escandalosa e indignante “visita” de Donald Trump (el truculento racista, kukluxcanesco, antimexicano y anti islamista candidato presidencial republicano, merecedor de todos los calificativos negativos posibles) a México, que ya provocó, voz populi, la renuncia del titular de Hacienda y Crédito Público, Luis Videgaray Caso por su injerencia en la presencia del abanderado republicano en Los Pinos, renuncia que más bien pareció una estratagema para proteger al presidente Enrique Peña Nieto por tan garrafal error al invitar al controvertido empresario; la controvertida y tenebrosa destitución senatorial de Dilma Rousseff como presidenta de Brasil que ya provocó manifestaciones multitudinarias en las calles de Sao Paulo en contra del nuevo mandatario, Michel Temer, que terminará el periodo de Dilma; la multitudinaria manifestación de la oposición contra el “bolivariano” presidente Nicolás Maduro que se resiste a abandonar el poder por lo que se niega a apresurar el referéndum de revocación; hasta los últimos pasos del proceso de paz en Colombia entre el gobierno y las FARC, que culminarán el 2 de octubre cuando los colombianos votarán por el “Sí” o por el “No” para que los Tratados de Paz, negociados en La Habana, sean aprobados popularmente. Sin olvidar lo que sucede en Nicaragua donde Daniel Ortega trata de eternizarse en el puesto acompañado por su mujer, o en Bolivia donde Evo Morales pretende hacer lo mismo, o en Cuba donde ahora lastimosamente solicita a Rusia que le “envíe” petróleo porque Venezuela ya no puede hacerlo como en tiempo de Hugo Chávez y en los inicios del gobierno de Maduro. Aparte que en Argentina, Macri no las tiene todas consigo, pues la viuda de Kirchner no le dejó precisamente un país en jauja.
Lista impresionante. Sucesos, en gran medida, cada uno con sus propios matices, que sitúan a los políticos gobernantes, en su calidad de representantes del Estado, y a los ciudadanos como cara de la nación, enfrentados, en lados distintos del camino. Bandos contrarios, como si la democracia fuera un ring y no un altar para dirimir diferencias y hacer coincidir las diferentes voluntades.
Así las cosas: crisis económica, escándalos de corrupción y la insatisfacción con los servicios públicos causan estragos en la opinión que los iberoamericanos tienen de “su” democracia, un sistema de gobierno que, a decir la verdad, se ha consolidado en casi toda la región pero cuyo ejercicio no termina por satisfacer a la ciudadanía. De acuerdo al Latinobarómetro, conocido sondeo regional que ya cumple dos décadas de vida, y analiza 20,000 encuestas practicadas en los 18 principales países de América Latina, el apoyo a la democracia ha vuelto a caer en 2016.
Sin guerras, como ha sucedido en los últimos años en el continente, a excepción de Colombia cuya “guerra civil” –el Gobierno contra las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia ha durado 52 años– está a punto de terminar si el plebiscito del 2 de octubre próximo no echa por tierra los Acuerdos de La Habana, América Latina acusa violencia, corrupción y la desigualdad como los fenómenos más potentes que retienen a la democracia.
El estudio citado —Latinobarómetro 2016–, es hecho por la Corporación Latinobarómetro, una ONG sin fines de lucro con sede en Santiago de Chile, que es la única responsable de los datos.
El primer estudio de este tipo se hizo en 1995, en ocho países: Argentina, Brasil, Chile, México, Paraguay, Perú, Uruguay y Venezuela. Desde 1996, el estudio se hizo en 17 países y en 2004 se incorporó República Dominicana lo que suma los 18 países latinoamericanos, con la excepción de Cuba.
La medición del año en curso aplicó a 20,204 entrevistas, entre el 15 de mayo y el 15 de junio, con muestras representativas del 100% de la población de cada uno de los 18 países, representando a la población de la región que alcanza 597 millones de habitantes.
Como antecedente vale recordar que en 2015 se publicó en Estados Unidos de América, un libro escrito por Larry Diamond y Marc Plattner sobre el estado de las democracias en el mundo, titulado El declive de las democracias (Democracy in Decline?, John Hopkins University Press, Baltimore, USA). La obra plantea varias interrogantes. ¿Por qué las democracias de la tercera ola tienen tan bajo desempeño? Su análisis es crítico. ¿Se ha estancado el proceso de consolidación de estas democracias o hay un retroceso de estas? Recientes sucesos, como el intento fallido de golpe de Estado en Turquía, constituyen evidencias de un retroceso.
La pregunta es: ¿cómo América Latina se incorpora en este escenario de declive de las democracias de la tercera ola? Más allá de las conclusiones del propio libro, ¿qué dicen los ciudadanos? Hay un declive de las democracias.
De acuerdo al estudio, el respaldo a la democracia en la zona ha pasado del 56% al 54%. Y, lo que es más grave, los que contestan que les es “indiferente” si hay un régimen democrático o no, han crecido del 20% al 23%. Es el techo máximo de indiferentes en los 21 años de Latinobarómetros. El único dato positivo es que, los que apoyan un “régimen autoritario”, no crecen: ligeramente bajan del 16% al 15%.
El 2016 es el cuarto año consecutivo en que, pese a los teóricos avances y el arribo de nuevas generaciones que han nacido en países democráticos, el apoyo a este régimen de gobierno no mejora. “El apoyo a la democracia en América Latina tiene tres puntos bajos en estos 21 años en que el Latinobarómetro ha medido el indicador: la crisis asiática de 2001, cuando alcanzó el 48%; y en 2007 y 2016 con un 54%, explican los autores en sus conclusiones. Se podría deducir que “el paciente está delicado con algunas recaídas”, recalca el análisis. Por países, hay seis en los que la caída de apoyo a la democracia ha sido muy fuerte: Brasil, con una caída de 22 puntos, Chile, con 11; Uruguay, 8; Venezuela y Nicaragua, 7; y El Salvador, 5.
Los encargados del trabajo, encabezados por la chilena Marta Lagos, se cuestionan por las causas del fenómeno y encuentran algunas en los datos analizados: “¿Qué le pasó a la región además de entrar en un periodo de bajo o nulo crecimiento económico? ¿Acaso el ciclo económico impide que avance el proceso de consolidación de la democracia? Los datos sugieren algo diferente puesto que el apoyo a la democracia aumenta durante la crisis subprime, en 2008 y 2009, cuando la economía iba en el sentido contrario y alcanza un punzón más alto en 2010, con el 61%”. A partir de entonces se produce una baja, “lo que estaría indicando que la economía no es el único factor que incide”, señalan.
Asimismo, hay otro dato muy claro: entre 2004 y 2011, la percepción de que se gobierna para todo el pueblo (el ideal de la democracia), aumentó del 24% al 36%, pero desde entonces el indicador viene bajando, hasta llegar a sólo el 22% en 2016, la cifra más baja desde hace 12 años. En Brasil, Paraguay y Chile sólo el 9% y el 10%, respectivamente, creen que se gobierna para todos. En 2016, han alcanzado un máximo del 73% los ciudadanos de la región que creen que se gobierna para el beneficio de unos pocos grupos poderosos, cifra que llega al 88% en Paraguay, al 87 en Brasil y Chile, al 86% en Costa Rica, al 84% en Perú, al 82% en Colombia y al 80% en Panamá.
Otra prueba de que la democracia tiene problemas en América Latina es que muchos iberoamericanos aceptan cierto grado de autoritarismo, por ejemplo, “un tercio de la región (30%) opina que está bien que el presidente controle los medios de comunicación en caso de dificultades”. “Nuevamente es en los países centroamericanos donde se encuentra mayor respaldo a esta afirmación, como por ejemplo en Guatemala (51%), y otra vez es Chile el país donde existe menos acuerdo con esto (17%), finaliza el estudio.
Además, otro elemento en el mismo sentido es el del apoyo a la “mano dura” frente a la libertad. Aunque hay muchas diferencias. En países como República Dominicana un 82% apoya la mano dura mientras en Brasil baja al 42%. Algo también relevante en el estudio es que ningún presidente latinoamericano destaca por su fortaleza –incluyendo el de México, obviamente–, lo que coincide con la caída del nivel de apoyo a la democracia y la decepción generalizada. Sin duda, la sociedad latinoamericana ha cambiado en un lustro. Lo que cinco años atrás era tolerable ahora ya no lo es. Los iberoamericanos ya no quieren esperar soluciones a sus problemas para pasado mañana. Es para ahora. VALE.


