Yasunari Kawabata

Por Alan Saint Martin

 

—No sabes lo fuerte que puede ser una familia.

—¿Más fuerte que el arte?

 

Alguna vez escuché a alguien decir que la literatura oriental, particularmente la escrita en China o Japón, era muy complicada, sobre todo por el manejo de los símbolos, la naturaleza y las visiones propiamente de esas culturas. Erróneamente me quedé con esa idea.

En uno de los talleres literarios al cual asistí, nos pidieron revisar La casa de las bellas durmientes (1961) de Yasunari Kawabata. La historia versa sobre un solitario anciano que es invitado a una posada atendida por una anciana donde los hombres mayores pagan para dormir con muchachas que son hermosas. Y con dormir, la historia se refiere al hecho de acostarse a un lado de la joven para rememorar aspectos de su vida, sin alguna índole sexual. Es bien sabido que Gabriel García Márquez basa sus Memorias de mis putas tristes en la novela corta japonesa. Al final del texto de Kawabata me quedé con mucha zozobra, con un sentimiento de impotencia al saber que no había disfrutado tanto la historia, que no comprendí muchas cosas.

La misma emoción me sucedió con algunas novelas de Haruki Murakami. Llega un momento que me atrapa la historia, que voy avanzando intempestivamente y me estrello de manera brusca al concluir el libro; algo no me deja satisfecho, me decepciono al final.

Por mucho tiempo no había leído una novela escrita por un autor oriental. Hasta hace poco.

Yasunari Kawabata publicó en 1964 la novela Lo bello y lo triste cuya primera edición en México fue publicada a principios de este año por EMECÉ Editores y Grupo Planeta. La sinopsis me atrapó y fue lo que determinó que intentara de nuevo acercarme al autor.

Oki Toshio, el personaje principal, es un escritor con mucho aire de nostalgia, quiere oír las campanas del templo en Kyoto para celebrar el Año Nuevo. Dicho viaje hará que retome contacto, con mucho temor, con Otoko, su antigua amante quien ahora es una famosa pintora con quien no ha tenido comunicación por muchos años. En el viaje conoce a Keiko, aprendiz de Otoko, de veinte años, sensual e impulsiva y quien buscará vengar a su maestra.

La casa de las bellas durmientes

La constante búsqueda de la armonía entre la naturaleza, el hombre y la psicología se observa de inicio a fin en la novela. La dualidad está presente; dos visiones de mundo a partir de la profesión de los personajes. Vemos la perspectiva de Oki como escritor, el matrimonio al borde de la ruptura y la visión de Otoko como pintora con tintes budistas y convencionales, frente a una perspectiva abstracta; todo esto desde un narrador omnisciente. A su vez, la comparación y necesidad de relacionar la juventud con la vejez: en los recuerdos con la relación de Oki y Otoko, así como en el presente en el nuevo contacto, frente a los celos y el impulso de Keiko, quien busca seducir a Oki. Además, el redescubrimiento del amor de estos personajes, la inseguridad sentimental constante de Otoko quien utiliza la pintura como reflejo de sus pasiones, deseos y secretos.

Lo bello de la historia radica en el complemento exacto y las maravillosas descripciones de la naturaleza, los campos, los lagos, las montañas, así como los templos quienes, como personajes inertes, potenciarán los diálogos de los personajes: Eran flores pequeñísimas pero de un azul brillante, intenso. Aquellas flores eran las primeras en aparecer en el jardín, con la sola excepción de la adelfa […] Oki permaneció largo rato mirando por la ventana.

Lo triste de la historia radica en la construcción del carácter de los personajes, su psicología, su manera de ver el mundo, donde parece que los sentimientos y las emociones funcionan como máscaras del deber ser para así esconder la soledad de cada persona:

—¡Otra vez hablando de venganza!

—Me indigna que sigas enamorada de él a pesar de todo. ¡Qué estúpidas son las mujeres! Esto es lo que me enfurece. —Hizo una pausa—. Por esa razón estoy celosa —dijo por fin.

Con lo anterior puedo decir que Lo bello y lo triste es una novela que, a pesar de la continuidad rápida de los hechos, se lee poco a poco; la fluidez se determina por las imágenes y los diálogos. Es una novela que se disfruta porque permite ver cómo desde un deseo que pudiera ser banal, detona una serie de sucesos donde el autodescubrimiento, el erotismo sutil, la fuerza de las mujeres y la cultura oriental determinarán el final catártico de la historia.