Ser esposa de Calderón
Por Humberto Musacchio
La derecha no teme al ridículo. Hace unos días, Felipe Calderón y señora viajaron a Ciudad Juárez. Al entrar en un restaurante, algunos ingenuos se acercaron a pedir autógrafos y tomarse las consabidas selfies, pero hubo algo más.
De varias meses salieron chiflidos y gritos de juarenses que se sintieron agraviados por la presencia de Felipe, el hombre que con sus políticas irresponsables hundió en el horror esa ciudad chihuahuense, que sufrió crímenes de las mafias, pero también detenciones arbitrarias, torturas, juicios amañados y otras atrocidades que acarreó la guerrita de Calderón.
Con todo eso en mente, una voz se levantó sobre la barahúnda para espetarle al ex mandatario: “Calderón y su esposa no son bienvenidos en Juárez”, frase que levantó un fuerte aplauso de la concurrencia. Quien hablaba era un modesto ciudadano que cenaba acompañado de su familia. “No olvidamos los miles de muertos que ocasionó su gobierno ni los abusos de militares y policías federales”, le dijo, palabras más palabras menos, al michoacano.
Después del incidente, Margarita Zavala, esposa de Calderón, hizo declaraciones que evidenciaron una traición del subconsciente: “No quiero ser etiquetada como la esposa del expresidente de México Felipe Calderón Hinojosa (¿Entonces?)… Somos personas diferentes” (muy parecidos en mentalidad, pero diferentes, es cierto, pues pertenecen a diversos géneros).
Pero luego vino lo mejor, pues la señora prometió “borrar ese estigma, para demostrar y convencer que no somos la misma persona”. La aclaración fue innecesaria, pues nadie dijo que fueran gemelos o siameses o Dr. Jekyll y Mrs. Hyde. Más curioso fue que la declarante dijera llevar consigo la compañía de su marido como un estigma, palabra que significa mancha, afrenta, desdoro, nota infamante, lo que puede ser cierto, pues a confesión de parte…
Pero no nos adelantemos. Probablemente la señora Zavala de Calderón entiende la palabra estigma como la “huella impresa sobrenaturalmente en el cuerpo de algunos santos extáticos, como símbolo de la participación de sus almas en la pasión de Cristo”. Porque hay quienes permanecen en éxtasis cuando presencian matanzas, torturas, violaciones y otros horrores y luego reclaman para sí la santidad.
Tal pretensión nada tiene de extraño. El 24 de septiembre, en la marcha homofóbica organizada por el clero, grupos protofascistas repartieron pancartas que decían: “Mi familia, como la de Nazaret”. Sí, con un santo por padre, una virgen por mamá y como hijo un niño Dios. Modestia aparte.