Largos tramos de mi vida profesional los he caminado con Miguel Ángel Granados Chapa. Sin faltar alejamientos y discrepancias, el recorrido se ha dado generalmente en la coincidencia y, pese a las insignificante diferencia de edades –él nació apenas año y medio antes que yo-, siempre ha sido la suya una compañía orientadora y estimulante.

Lo conocí primero como su lector, cuando él escribía en Últimas Noticias, donde muy pronto sus artículos se convirtieron en referencia indispensable, pues mostraban la sólida formación académica del autor, sus memoria enciclopédica, la más amplia formación sobre los asuntos del día y una inteligencia capaz de articular coherentemente sus datos y guiar sus instituciones.

Si el estilo es el hombre, pocos como Miguel Ángel reflejan en sus textos tan rigurosa forma de ser y de pensar. Para Ricardo Rocha, “habla como escribe y escribe como habla, siempre encuentra el sustantivo y el adjetivo que se ajustan a lo que debe y quiere decir”. Su prosa es como su persona: contundente pero medida; propia, precisa y directa; sencilla pero no exenta de gracias y siempre ajena a todo exceso retórico, lo que constituye un apetitoso platillo para los lectores, pese a que algunas veces espolvorea aquí y allá palabras poco comunes y giros arcaizantes.

Desde sus tiempos de estudiante ya vestía invariablemente de traje y chaleco con la infaltable corbata. Por esa su austera formalidad para vestir, preferentemente de color oscuro o gris, alguna vez Elena Poniatowska lo llamó en broma “el notario”. Le atinó. De varias maneras, Granados Chapa es el hombre que lleva el inventario de nuestras realidades, que conoce el legado de otras generaciones y sabe a quiénes corresponde. Es, ciertamente, el fedatario de nuestros haberes y deberes colectivos, y de todo esos deja testimonio diario.

También lo han llamado “el señor Constitución” por su tendencia a respaldar con textos y argumentos en textos y principios jurídicos. Y en efecto, la suya es una labor guiada por un firme respeto a las leyes, lo que es poca cosa en un país donde priva la simulación y frecuentemente el atropello vil y descarado a los derechos. Pero su apego a la legalidad no es mera fórmula, pues en modo alguno implica justificar la prostitución jurídica o aceptar la manipulación política, esa que hace de la ley un disfraz para los atropellos del poder.

Hay, pues, una cabal sintonía entre el periodista y el ciudadano llamado Miguel Ángel Granados Chapa. Si no existieran otras razones, lo anterior sería suficiente para ocuparse de su trayectoria profesional. Pero hay numerosos motivos que dan a su biografía interés social: su pelea temprana por abrirse camino, los inevitables tropiezos, el éxito joven, el golpe a Excélsior que es todavía una punzada en la conciencia profesional, su relación con Proceso, el semanario que fundó y al que volvió muchos años después; su paso por Radio Educación, el brillo que dio a unomásuno y a La Jornada, su aporte a varios proyectos informativos, la ya larga vida de su columna Plaza Pública y muchas otras cosas.

MƒXICO, D.F., 14OCTUBRE2011.- Luego de m‡s de 40 a–os de ejercicio period’stico, Miguel çngel Granados Chapa se despidi— de sus lectores este viernes 14 de octubre en su indispensable columna Plaza Pœblica: ÒEsta es la œltima vez en que nos encontramos. Con esta convicci—n digo adi—sÓ, fueron las palabras con las que concluy— su art’culo publicado por el diario Reforma y que viera luz por primera vez en 1977 en Cine Mundial. El periodista, destacado por ser un analista agudo y cr’tico, ha colaborado a lo largo de su carrera con diarios como ExcŽlsior, la Jornada, El Universal, Cine Mundial, as’ como con las revistas Proceso y Mira, y las estaciones Radio Educaci—n y Radio UNAM. En la columna de hoy tambiŽn se lee: ÒEs deseable que el esp’ritu impulse a la mœsica y otras artes y ciencias y otras formas de hacer que renazca la vida, (y) permitan a nuestro pa’s escapar de la pudrici—n que no es destino inexorableÓ. FOTO: PEDRO VALTIERRA/ARCHIVO/CUARTOSCURO.COM

FOTO: PEDRO VALTIERRA/ARCHIVO/CUARTOSCURO.COM

Miguel Ángel es un periodista indispensable desde hace cuarenta años y una figura mayor de nuestra letra impresa. Si bien ganada fama lo ha hecho pieza de caza para aduladores profesionales. Tiene buenos amigos en el ámbito de la política, pero son más, muchos más, los hombres públicos que lo cortejan con la pretensión, siempre vana, de no ser sometidos a su implacable critica. Algunos de ellos, dispuestos a conquistar su favor, no han escatimado recursos que, dicho sea de paso, no son suyos, sino de los contribuyentes, y en cada ocasión se han topado con el muro ético que sin solemnidades se ha construido Granados Chapa.

Cuando no se padece la necesidad, la rectitud es una prenda apreciable. Pero en medio de precariedades materiales como las que por épocas ha padecido Miguel Ángel, la honradez, como en su caso, es un ejemplo de comportamiento, especialmente porque la practica sin aspavientos.

Cuando estábamos en unomásuno, Miguel Ángel vivía en un modesto departamento en la colonia Postal, frente al Circo Atayde que estaba en la calzada de Tlalpan. La vivienda, con piso de granito, carecía de alfombra y televisor, el refrigerador siempre estaba vacío y su mayor lujo era un horrendo terno de sala forrado de terciopelo rojo, lo que alguna vez a Samuel del villar, habitante de Las Lomas, lo hizo exclamar escandalizado: “¡Mira hasta dónde llevas tu populismo!”.

Pero no se trata de populismo, sino de cierto desprecio por las apariencias, lo que es consecuente con el ejemplo de trabajo y austeridad recibido en su niñez. Más bien, lo que hay en Granados Chapa es el sentimiento de que no tenemos derecho a disfrutar de algo que no hemos ganado o no hemos recibido en forma legítima. Es una desconfianza casi zoológica hacia lo que representan los usos y abusos del poder, como lo muestra otra anécdota que lo pinta de cuerpo entero.

Ocurrió en el sexenio de López Portillo, en una ocasión  en que Javier García Paniagua, entonces Presidente del Consejo de Administración del Canal 13, le comentó alguna película. Como Miguel Ángel, indiferente, le respondiera que no la sabía –cosa rara, pues suele estar al día en materia de cine-, aquel funcionario de inmediato dijo que le enviaría el videocasete. “Gracias, pero no tengo televisión ni casetera”, contestó el periodista con seca amabilidad. Horas después tocaron la puerta de su departamento: una caravana de cargadores le llevaban un enorme televisor, la casetera más moderna y la película prometida. Al día siguiente Miguel Ángel, verdaderamente enojado, ofendido incluso, intentó meter aquellos aparatos en su automóvil para regresarlos a quien se los habían enviado, pero no cupieron en el Volkswagen. Decidió entonces comunicarse con García Paniagua, a quien le pidió que enviara por la televisión, la casetera y la película, pues de ninguna manera podía aceptar el obsequio. El funcionario se enojó, pero no le quedó más remedio que aceptar las razones del periodista y tuvo que mandar por los aparatos.

Con la apertura del Eje 4 Sur, la privada donde vivía Miguel Ángel con su familia fue demolida y al enterarse Hank González le habló por teléfono para preguntarle si estaba satisfecho con la indemnización pagada por las autoridades. El periodista respondió que se había indemnizado a los propietarios, y que él era un mero inquilino, por lo que no podía estar de acuerdo con una indemnización que no le había pagado sencillamente porque no le correspondía. El funcionario le ofreció entonces una casa donde él quisiera, lo que Miguel Ángel rechazó correcta pero secamente. Días después, Manuel Gurría Ordóñez, Secretario de Gobierno del Departamento del Distrito Federal, lo llamó para informarle que Hank insistía en darle una casa donde él quisiera y en las condiciones que le parecieran más convenientes, a lo que el columnista respondió que no le interesaba tener casa propia, lo que fue una manera elegante de quitarse de encima tanta insistencia.

ARCHIVO: EL UNIVERSAL

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Pero volviendo al modesto departamento en el que vivía frente al Circo Atayde, en los años ochenta el voraz casero le duplicó el alquiler sin que mediara explicación ni motivo razonable. Miguel Ángel, que estudió derecho pero no litiga en tribunales, optó por contratar a un abogado, Héctor González Andonegui, quien le prometió que por lo menos podría seguir viviendo allí un año, que era más o menos el plazo que llevaba resolver un asunto inquilinario. Y en efecto, al año se perdió el caso y debió desocupar precipitadamente la vivienda. Regaló algunos muebles, guardó otros en la bodega de la AMI y se vio obligado a mudarse con su ropa y lo más indispensable. Tuvo para escoger entre dos hoteles en la calzada de Tlalpan cercanos a la casa de sus hijos: el Finisterre, cercano al metro Taxqueña, y el Cibeles, en Portales. Optó por éste, al que se pasó en la segunda semana de septiembre de 1985. El día 19 de ese mes, a las 7:10 de la mañana, ocurrió un devastador sismo y el edificio en que vivía se derrumbó por completo, y lo mismo le ocurrió al hotel Finisterre, a donde estuvo a punto de cambiarse, por lo que suele decir que en un mismo día salvó la vida dos veces.

De sus responsabilidad ante los deberes del oficio habla elocuentemente el hecho de que una noche, a las tres de la mañana, cuando acababa de meterse en la cama, recordó que había olvidado llevar su artículo a la revista Siempre! Se levantó, procedió a levantarse y fue a la casona de Vallarta a echar debajo de la puerta las cuartillas redactadas horas antes. En ese tiempo, los colaboradores de José Pagés Llergo entraban sus textos con dos semanas de anticipación y el retraso de un día no hubiera causado mayor problema, pero ya se sabe que para el periodista no hay mañana y que es hoy cuando debe entregar el material destinado a su publicación. Como en cualquier diario, más de una vez ocurrió en unomásuno o en La Jornada que a la una o dos de la mañana, cuando creíamos terminado el trabajo, alguien nos avisaba que faltaba la editorial. Si se hallaba en el periódico, iba al taller y se sentaba a una de las terminales de computadora para sacar en pocos minutos un texto consistente, con ideas claramente expuestas y escrito sin errores, lo que permitía entender la omisión. Esa capacidad de trabajo la mostraba en forma todavía más contundente cuando iba a salir de vacaciones. Entonces solía escribir en un día o dos, sin desatender otras funciones, las 10,15 o 20 Plazas Públicas suficientes para llenar su espacio en ausencia. Y lo hacia tan bien, que los lectores no podían suponer que el hombre andaba de viaje y que el texto que leía había sido escrito semanas antes.

FOTO: ARCHIVO EL UNIVERSAL

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No falta quien haya llegado a creer que Miguel Ángel Granados Chapa es una empresa para al que trabaja un ejército de secretarios, archivistas, procesadores de información y redactores de la célebre Plaza Pública. Pero no, Granados Chapa no es una fábrica ni una razón social, aunque a veces lo parezca por el monto y la excelente calidad de su producción. Su equipo de trabajo se limita a una persona: Guadalupe Bringas, su eficiente secretaria, asistente y recopiladora de información.

Un factor que explica su capacidad de trabajo es que necesita pocas horas de sueño para reponerse de las fatigas del día. Cuando se anunció que le entregarían  el Premio Nuevo Periodismo, le dijo a la reportera Jessica Castañeda, de Reforma: “Me acuesto muy tarde para saber lo que está pasando y me levanto muy temprano movido por esa inquietud… Los periodistas tienen que estar ávidos de información ellos mismos para poder acrecentar y volcarla hacia su público”. En efecto, un periodista sabe que para informar necesita estar informado. Miguel Ángel lee los periódicos del día robándole tiempo al sueño, retrasando a veces el desayuno o la llegada a sus citas.

Desde muy joven lleva un archivo en el que guarda información sobre personajes, hechos y dichos que en cualquier momento cobran relevancia y él espera utilizar los recortes que hay en ese caos de carpetas, letreros y otras indicaciones que difícilmente alguien puede entender, aunque siempre lo he visto trabajar atenido más a su sola memoria, que no únicamente conserva las imágenes indispensables, sino que tiene referencias cruzadas que le saltan cuando las necesita.

Lee –o por lo menos hasta hace poco años leía- hasta la madrugada y no es extraño que el amanecer lo encuentre enfrentado al papel impreso. La letra y la tinta son su alfa y omega, razón de ser y meta de sus afanes.

Decía don José Pagés Llergo que quien escribe alguna vez un buen artículo es digno de reconocimiento; el que lo hace cada semana es indudablemente un periodista; pero el que escribe todos los días, ése tiene oficio. El viejo lobo sabía muy bien lo que decía: nada hay tan preciado en el gremio como el adquirir, tener y demostrar oficio. Miguel Ángel, es su andares de casi medio siglo por las redacciones, ha desplegado su conocimiento y su talento y ha hecho del oficio un cotidiano magisterio en el aula inabarcable de la plaza publica.

Es un privilegio ser su contemporáneo.

*Fragmento del libro “Granados Chapa. Un periodista en contexto”, de Humberto Musacchio (Editorial Planeta, 2010)