Entrevista inédita
Por Alejandro Alvarado
Narrador, periodista, editor y catedrático universitario, René Avilés Fabila integró la llamada Generación del 68, a la que también pertenecieron escritores como Parménides García Saldaña, José Agustín, Gustavo Sáinz, Alejandro Aura y Elsa Cross. De su formación académica está su paso por la UNAM en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, y sus estudios de posgrado en la universidad de Sorbona de París, sin dejar de lado su asistencia al legendario taller literario de El Juglar, que impartió Juan José Arreola.
El fundador del Museo del Escritor, Avilés Fabila, entre sus libros se cuentan Los juegos, Tantadel, Borges y yo, Réquiem por un suicida, El gran solitario de palacio. El editor de la revista literaria El Búho —continuación del suplemento de mismo nombre que tuvo en sus páginas el diario Excélsior— recibió, entre otros galardones, la medalla Bellas Artes por su trayectoria literaria.
René Avilés Fabila vio siempre a las mujeres como hadas. Sus personajes más logrados fueron femeninos, según nos cuenta en una reciente charla realizada en un Sanborns de Coyoacán. Esto puede verse, observó René, en libros como Tantadel; incluso a algunas de sus obras les puso nombres de mujer. En los Cuentos de hadas y otros textos (Editorial del Ermitaño), no lo hizo así pero el resultado fue “una obra divertida, amena y, supongo, graciosa”. En esta entrevista —inédita, que estaba muy cercana a su publicación— Avilés Fabila comentó que siempre ha tenido un gran respeto por las mujeres.
—Soy ya un hombre de edad avanzada, y siempre he vivido con mujeres: Yo nada más tuve mamá, mi papá se fue de la casa rápidamente, crecí con mi abuela y con tres o cuatro tías. Acompañaba, además, a mi mamá a que diera clases en una escuela para niñas, porque no tenía con quién dejarme. Por eso es que fui acostumbrándome al trato con las mujeres. Si no fuera un poco difícil de afirmar, diría: soy experto en mujeres. Golpeó la mesa con la palma de las manos y estalló en una sonora carcajada, porque ellas realmente son muy complicadas, puntualizó.
—¿Cómo le gusta describir a las mujeres en sus libros?
—En los Cuentos de hadas amorosas y otros textos escribí algunas historias que son ficción, otras, parte realidad, pero la característica esencial es que en los cuentos he pintado a la mujer muy segura, muy dueña de sus acciones. Ella decide qué sí y qué no. Considero eso un gran avance en la literatura mexicana, donde ves a las mujeres siempre como víctimas. No, yo las he visto como triunfadoras. Todos mis personajes femeninos son mujeres brillantes, ricachonas, con coche; se van a la cama cuando les da la gana, no están esperando que un imbécil llegue a proponerles. El libro tiene esa cualidad y además, en él, está muy acentuado el sentido del humor.
—¿Cómo nos describe el cuento, el género literario que usted bien conoce?
—Es casi semejante o tomado o plagiado o robado de la definición francesa: Es un trozo de vida, para mí muy breve, un instante con una enorme economía de palabras y más que contar una historia es sugerirla. No se trabaja con personajes, con situaciones ni con historias, se trabaja con la imaginación. El cuento es, fundamentalmente, parte del reino de la imaginación. No llevas nunca al lector de la mano, siempre le dices algo y él es el que abre la puerta e interpreta el cuento. El cuento muy muy breve yo lo inicié por 1958, tal vez 1959, porque había leído muchas fábulas, y mi mamá me había comprado varios libros de fábulas. Recuerdo todavía la de La Fontaine ilustrada por Gustave Doré, y eso me llevó a la brevedad y, sobre todo, a tomar elementos característicos de la fábula. El que personajes fueran animales y satirizaran conductas humanas. Lo único que yo le suprimí fue el ritmo poético para convertirlas en prosa narrativa y al final va la moraleja. Después ya fui descubriendo que Augusto Monterroso trabajaba más o menos igual, pero eso lo descubrí como en 1961, luego conocí a Jorge Luis Borges; entonces pensé que habían más afinidades que influencias; pero si me preguntas quién tiene una gran influencia sobre mí, te diría que Borges. Realmente lo admiro mucho.
—Usted, que es escritor de literatura y periodista, ¿qué diferencias o similitudes encuentra entre ambos géneros?
—Hay una tendencia, casi natural, a vincularse el periodismo y la literatura, a hermanarse. No es reciente, siquiera; hay profesores e investigadores que arrancan el periodismo mexicano con Hernán Cortés y Bernal Díaz del Castillo. Me parece una exageración esto. Hay otros que arrancan esta unión con Diario del año de la peste, de Daniel Defoe; en fin, hay mucho al respecto, pero el caso es que han ido acercándose a partir de la aparición de novelistas en Estados Unidos en el siglo pasado, por los 50, 60 o 70: Truman Capote o Norman Mailer. Son muchos los que mezclan, combinan, en distintas teorías, con ropas distintas pero, finalmente, sí han permitido mostrarnos esa posibilidad. Ahora me doy cuenta de esto con más frecuencia. Antes, los literatos trataban de escribir conservando la pureza literaria, y ya no sucede así. Actualmente notas esa mezcla que se da de literatura y periodismo. Creo que el periodismo se ha enriquecido con el lenguaje de los buenos escritores. Vargas Llosa ha escrito mucho en éste género, Carlos Fuentes no tanto, pero lo hizo; y al revés, Marco Aurelio Carballo me dijo una frase que me parece ideal: siempre hay periodistas que quieren hacer literatura y literatos que quieren hacer periodismo, y es verdad, Kipling es un ejemplo, pero la lista es interminable. Considero que, en esta época, la mezcla literatura-periodismo es lo más común y ésta va a continuar; Kapuscinski ha sido muy determinante en esto, más que Gabriel García Márquez. Kapuscinski dijo que se aprende más política en una galería de arte, en una plática con escritores o en una novela, lo cual es verdad. Yo he aprendido mucho de política leyendo a Vargas Llosa. No comparto sus ideas políticas pero lo que él plantea en su literatura es muy importante.
—El museo del escritor fue un recinto muy valioso para el mundo literario, creado por usted en la Ciudad de México, que sin embargo se vio obligado a suspender definitivamente. ¿Qué fue lo que sucedió?
—Sí, cancelé el proyecto después de muchos años de trabajar por él. La idea me surgió por mi propia colección de libros, cuadros, fotos de escritores y otros objetos de éstos. Convocamos a un montón de escritores y todos fueron, registramos el museo e hicimos los trámites legales. Nunca nadie dio nada. Muy pocos compañeros, como Bernardo Ruiz, la China Mendoza, Federico Ortiz Quezada o Joaquín Armando Chacón se preocuparon, donaron y buscaron, pero un proyecto de esta naturaleza requiere dinero y yo no lo tengo, al menos para estarlo despilfarrando. Decidí no seguir gastando en la compra de libros firmados y de objetos. El museo existió durante seis años en la delegación Miguel Hidalgo, en un lugar muy reducido, de difícil acceso, sin ayuda, sin publicidad, y, finalmente, no era un lugar adecuado, el sol empezó a dañar piezas y decidimos retirarlas. Sólo la biblioteca tiene más de 25 mil libros y de ellos son casi tres mil primeras ediciones firmadas por los autores, por mencionar algunos, están Edgar Allan Poe, Pablo Neruda, Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Octavio Paz y Juan Rulfo. Son muchos grandes autores los que me dieron la firma. El Museo del Escritor tuvo muchos tesoros literarios. Voy a tener que vendérselo o donárselo a alguna universidad extranjera, porque en México nunca hubo interés por el museo. Pensé que iba a ser algo muy fácil, porque estaba dando algo a mi país, pero nadie me lo aceptó, ni tres o cuatro presidentes ni los gobernadores a quienes se lo ofrecí. Todo mundo me dijo que era una gran idea, me felicitaron y ahí quedó. Entonces me aburrí y ya retiré todo. Este proyecto me dejó una amarga sensación de frustración.
Y una amarga noticia nos dejó el pasado 9 de octubre: René Avilés Fabila, víctima de infarto, fallece a la edad de 75 años.