Patricia Gutiérrez-Otero
Hemos vivido en un planeta muy hermoso; desde el exterior es el planeta azul y verde. No sabemos si en la galaxia es el primero en belleza, pero es el que conocemos y en el que estamos; el que nos dio cobijo. El planeta Tierra, situado después de Mercurio y Venus, los más cercanos al sol, tiene un clima idóneo para el surgimiento de la vida. Aquí estamos, ahora, nosotros, seres humanos, vivos, con conciencia. Suena algo obvio, pero no lo es: la vida no surge en un lugar cualquiera, requiere de ciertas condiciones, y la conciencia es algo que viene de otra parte, de una capacidad de no sólo lograr sobrevivir en un medio, sino de ver qué es lo que hemos experimentado, y, luego, al saberlo, darnos cuenta y optar hacia qué lado caminar. La conciencia es reflexiva: se ve y se juzga.
Tener conciencia de nuestro ser y estar no nos libera de pulsiones. El deseo de vivir, expresado en la libido, la sexualidad, el goce, la vida, puede destruir otros deseos u otros órdenes, puede generar el reino del caos. El deseo de regresar al nivel de lo inerte, donde todo yace y nada se impulsa, es el tanatos, la muerte, el reino de la estabilidad sobre cualquier otra cosa. Entre ellos nos debatimos, seres en búsqueda, entre vida y muerte, librados a la historia.
Dos pulsiones: eros y tanatos nos habitan en una relación dialéctica. Una estancia: el devenir. Un regulador: la conciencia que establece diálogos, crea puentes, sugiere afinidades y deshecha lo que le contraviene, pero que si no se ancla en algo muy plástico como la realidad misma es capaz de volverse tiránica.
¿Y si cada uno de nosotros se ve, se juzga, se confronta a nivel personal y colectivo? ¿Si nos vemos como parte de un todo? ¿Si logramos romper las visualizaciones egóticas, de un yo que sólo vale por sí mismo? ¿No seríamos capaces de levantar la voz para ser lo que somos?
El tiempo se nos viene encima, las maneras de vivir también: lucir sobre ser; disfrutar sobre gozar; lo nice sobre lo naco; el instante sobre lo que permanece. Y un aumento de depresiones, de adicciones, de suicidios…
Hay un ser más profundo que nos sostiene y nos habita y nos llama. Todos somos todos y somos todo. Todos podemos desearlo y serlo. Más allá del ego, el verdadero ser. Más allá del individuo, los otros, ser persona es ser uno mismo en relación con los otros y con lo otro animado e inanimado. Eso debe mover corazones y despertar conciencias. Urge cambiar nuestro modo de ver, pensar, imaginar, vivir.
Además, opinamos que se respeten los Acuerdos de San Andrés, se libere a los prisioneros políticos, se limite a las transnacionales en México, se investigue los crímenes impunes, se detenga la guerra de baja intensidad contra indígenas, se frenen las campañas televisivas del miedo, se salve a Wirikuta y que nos activemos como sociedad civil.