Por Sujaila Miranda
-Pesa un chingo- gimió Juan mientras con una mano secaba el sudor de la frente y con la otra ayudaba a Mario a cargar la maleta.
-Lo sé, pero valió la pena- volteó su mirada hacia la maleta y sonrió maliciosamente- ahora sí estuvo bueno el desmadre…
Desde lo alto, trepada en la rama de un pirul, ella los veía con sus ojos de avellana, hinchados de tanto llorar. Juan y Mario estaban a sólo cuatro pasos del basurero sobre el que ella estaba, soportando desde las alturas los olores pestilentes que desaparecían cuando el aire gélido golpeaba su rostro de canela y alborotaba sus rizos de carbón.
-El miércoles nos vemos a la misma hora afuera del Metro Escuadrón, ya sabes que nos pidieron hacer esto tres veces por semana.
-Lo sé. Te veo el miércoles. – ambos aventaron la maleta al basurero y sin decir más, cada uno caminó en direcciones opuestas, alejándose de ella.
Estuvo toda la noche mirando desde arriba esa grande y pesada maleta, absorbida por una curiosidad y un apego impresionante, el cual ni ella misma se podía explicar.
Terminó la noche, comenzó un día naranja, ella estaba tan agotada, tan lastimada, que no podía bajar del pirul, pasaron los días y ella siguió, abrazada de su fuerte brazo, salando su rostro de canela, agotándose cada vez más y más.
Una noche de confusión, gritos y sollozos, vio cómo luces rojas y azules se acercaban a ella, pero antes de que la deslumbraran por completo, sintió una mano cálida sobre su hombro y volteó sorprendida para encontrarse con unos ojos de avellana, iguales a los suyos, y la sonrisa de maíz más amable que había visto.
Ven.- le dijo tomándola de la mano.- Te hemos estado viendo desde arriba, desde el fuego estelar que ya no se puede ver por el humo de la ciudad, por eso no te dabas cuenta de nosotras, pero hemos estado contigo, todas estas noches, mientras tú salabas tu rostro de canela.
Ella, sorprendida y asustada, no entendía muy bien lo que le pedía esa chica de ojos de avellana.
-¿Ir? ¿A dónde?- logró decir con una voz apagada y ronca, como la que sale de la boca cuando la garganta está dolida, despojada de su luminosa armonía.
-Te voy a llevar a un lugar cálido, te sentirás mejor. Lo prometo.
Ella la miró con desconfianza y luego el mar se desbordó por sus ojos.
La chica de ojos de avellana se sentó a su lado en el fuerte brazo del pirul y abrazándola le dijo al oído: sé que te lastimaron, sé que te trataron como nadie debe de ser tratada, sé que dolió, sé que intentaste detenerlos, sé que piensas que te destruyeron, pero nadie puede destruir la pureza que hay en tu interior… ¡es imposible! Vas a estar bien, lo sé, nosotras lo estamos y todas te estamos esperando… ¡mira!- y señaló con su delgado dedo hacia el cielo.
Ella volteó su rostro de canela hacia arriba y vio miles de ojos de avellana, todos hermosos y gentiles.
Estaban a punto de llegar las luces rojas y azules adonde estaba la maleta, había mucho escándalo: las sirenas, los gritos de los hombres y el llanto de una mujer se mezclaban en un torbellino de resignación, tristeza y horror.
-¡Vamos rápido! Que ya vienen…- la tomó de la mano y ambas se alzaron hacia un cielo estrellado, sin humo de ciudad, lleno de ojos de avellana.

