(1934-2016)
Patricia Gutiérrez-Otero
Grábame como un sello en tu brazo,/ como un sello en tu corazón,/ porque es fuerte el amor como la muerte,/ es cruel la pasión como el abismo;/ es centella de fuego, llamarada divina.
Cantar de los Cantares 8,6.
Muchos asuntos ocupan mi corazón pensante en estos días: la propuesta del EZLN y el CNI de lanzar una candidata indígena para presidente en 2018; la novela autobiográfica El deshabitado que publicó Javier Sicilia haciéndonos entrever lo que es vivir en la escafandra en la que lo encerró el asesinato de su hijo y mostrando su decisión de seguir adelante contra toda esperanza; la tristeza de que la situación económica en Estados Unidos se haya abanderado de miedo ignorante defensivo y ofensivo contra los inmigrantes —lo que ya se anunciaba con la elección de Clinton y no de Sanders como candidato demócrata—; la manera en que el Poder nos tiene maniatados a través de la burocracia, tanto la cotidiana como la extraordinaria como el acoso a Carmen Aristegui quien se desgasta respondiendo a acusaciones pseudolegales; los malabarismos que hacen los políticos corruptos y ladrones (disculpas por la aparente redundancia) para seguir saliéndose con la suya. Sin embargo, hoy decido escribir sobre un hombre que como aisladas gotas de lluvia acompañó parte de mi vida.
Nunca fui a ningún concierto, nunca compré música de él, no le daba seguimiento continuo, pero como muchos otros escritores judíos ocupaba un lugar especial en mí. ¿Por qué recalco el adjetivo, además de las melodías e instrumentos, entre ellos el violín, presentes en sus canciones? Porque en lo que conozco de la mejor literatura de este pueblo encuentro algo difícil de describir, pero que me cala hondo. No se trata de un asunto religioso, muchos pueden ser ateos, sino los atisbos al drama de ser humano que forman parte de la vida espiritual. Franz Kafka, Stefan Zweig, Ana Frank, Elie Wiesel, Primo Levi, Etty Hillesum, Isaac Bashevis Singer, Philip Roth, Boris Pasternak, Nadezshda Mandelstam, Israel Zangwill, Martín Buber, Emmanuel Lévinas, André Schwarz-Bart, Simonne Weil, y Leonard Cohen son algunos de ellos.
La búsqueda de Leonard Cohen (1934-2016) lo llevó a volverse monje budista con el nombre de Jikan, que quiere decir “silencio”. ¿Fue esto una renuncia a su comunidad de origen? Supongo que no, aunque el budismo y el judaísmo tienen sendas diferentes: el primero es una práctica de vida fundada en la búsqueda del desapego más que una religión o una filosofía; el segundo es la revelación de un Dios que hace alianza de manera personal con el ser humano y que camina con él tanto en sus logros como en sus tropiezos. Quizás a veces la punzante dramática existencial se vuelva tan insoportable que sea necesario compensarla con el laissez-faire budista. ¿Quién lo puede saber? Lo que siento, aún en su época posterior a su entrega zen, es una vibrante comunión con lo encarnado aquí y ahora. Por eso, su partida no debe llorarse, sino cantarse en un aleluya de entrega a lo que es, a esa promesa de amor que se refleja en el encuentro íntimo de los amantes, aunque sea por un instante fugaz.
pgutierrez_otero@hotmail.com

Leonard Cohen is photographed in Toronto Saturday, Feb. 4, 2006. Cohen will be inducted into into the Canadian Songwriters Hall of Fame on Sunday. (AP PHOTO/CP, Aaron Harris)