Gabriel Fernández Espejel
El pasado sábado 9 de julio, el mundo vio nacer a la República de Sudán del Sur, el país número 54 en África y 193 para la Organización de las Naciones Unidas (ONU), después de medio siglo de conflictos armados y alrededor de 2 millones de muertes, así como de haber firmado el acuerdo de paz de 2005 y de haber ganado el sí en el referéndum sobre su posible separación en enero de este año (90 por ciento de los votos a favor).
Decenas de miles de personas se reunieron en el mausoleo John Garang, líder histórico del Movimiento Popular de Liberación de Sudán (MPLS), en la ahora capital Juba para presenciar el acto de independencia, que comenzó con un desfile de ex rebeldes miembros del ejército para la liberación de Sudán, continuó con el discurso de Proclamación de Independencia por parte del líder del parlamento, James Wani Igga, y el izamiento de la bandera, finalmente el nuevo presidente Salva Kiir firmó la Constitución. En el acto estuvieron presentes, entre otros, Ban Ki-moon, secretario general de la ONU y Omar al-Bashir, presidente de Sudán.
Tras la división del país más grande del llamado Continente Negro, Sudán del Sur dará abrigo a una población que podría ascender a cerca de 10 millones de personas, de darse el regreso de numerosos refugiados que viven en el norte de Sudán y en otras naciones fronterizas. Su tamaño es de alrededor de 620 mil kilómetros cuadrados (similar a las dimensiones de España y Portugal juntas). Sus idiomas oficiales son el inglés y el árabe, entre las lenguas locales sobresalen el Juba árabe y Dinka. Las religiones que prevalecen son las tradicionales y en menor medida el cristianismo.
Los efectos de una guerra sin descanso desde su independencia de Inglaterra en 1956, lo llevaron a nacer como un país con los más elevados niveles de subdesarrollo y pobreza del mundo. De acuerdo con cifras de la ONU, alrededor de 90 por ciento de su población actual vive con menos de un dólar al día, 85 por ciento de la población no sabe leer ni escribir, una tercera parte de sus habitantes sufren hambre y tienen una de las tasas más altas de mortalidad infantil, entre otros.
El país más joven del planeta hereda deudas, disputas y conflictos. En el sur se mantienen al menos siete grupos rebeldes en activo. No obstante, la mayor preocupación está ligada a la región de Abyei debido a su riqueza en hidrocarburos, donde se registraron enfrentamientos por su control inclusive durante el proceso de separación. La frágil paz que ha alcanzado se dio bajo la supervisión de Estados Unidos y China -países que tienen desplegadas sus empresas petroleras y de servicios en el país-, ésta se sustenta en la interdependencia: el Sur mantiene parte de la producción de los campos petrolíferos, el Norte tiene la infraestructura para su distribución y venta, mientras que la administración de la riqueza se busca sea compartida.
La construcción de Sudán del Sur, por el momento, cuenta con los apoyos de organismos internacionales y de algunas potencias. Washington aprobó una ayuda anual para el desarrollo de 300 millones de dólares, además de la inversión en diferentes proyectos de infraestructura, como el desarrollo de la primera carretera en el país con un costo de 225 millones de dólares, que conectará la capital Juba con la frontera de Uganda. La ONU anunció, a través de su agencia para los refugiados (ACNUR), un apoyo logístico para todos los expatriados que buscan regresar a su país; por su parte la FAO contempla un plan de ayuda alimentaria de más de 50 millones de dólares.