¿Qué pasó al final de los años sesenta?

El periodo de 1960 a 1969 marcaría una serie de grandes cambios para el contexto político, social y económico del mundo y de nuestro país. La Guerra de Vietnam, el asesinato del líder político y presidente de los Estados Unidos John F. Kennedy, el movimiento por los Derechos Civiles de los Ciudadanos Negros, la llegada del hombre a la luna, el auge de Los Beatles, el festival de Woodstock, el inicio de la revolución sexual, entre otros acontecimientos, marcarían el parteaguas del mundo moderno y de la conciencia masiva.

Con el surgimiento en México de los movimientos estudiantiles y la matanza de Tlatelolco, y con los juegos olímpicos que se dieron cita en 1968, comenzaría el despertar de miles de conciencias jóvenes, algo que se creía era “un movimiento excéntrico que pronto pasará”, ante un contexto de hartazgo social.

Con la próxima llegada de una nueva década, en el suplemento La Cultura en México se publicó el 9 de julio de 1969, en el número 387, un especial llamado “El México del final de los sesentas”, en el que el autor Guillermo García Oropeza hablaba de una época en la que según sus letras, se traicionaba “el pochismo de nuestra cultura” y aseguraba que gracias al sincretismo cultural entre México y Estados Unidos había una desagradable sensación de no estar viviendo.

“En México, aparte de la división sagrada por sexenios o aquella división de 52 años en los que los antiguos mexicanos marcaban la vida del universo, no ha existido la obsesión con la marcha del tiempo. La vida nos pasaba muy apacible. Pero de los Estados Unidos junto con otros males, hemos traído esa conciencia de las décadas, esa desagradable sensación no de estar viviendo a secas sino de vivir en los fabulosos cincuenta, en los alegres sesentas, en los ominosos setentas”, se leía en las páginas de Siempre! de aquella época.

La nostalgia por el recuerdo que había dejado aquella época, hizo que el autor expresara su sentir a través de las páginas, y recordara lo que significó la etapa de oro de los años cincuenta, que habría forjado personajes de la talla de Jorge Negrete, Pedro Infante y Blanca Estela Pavón, sin dejar de mencionar a diversos personajes hollywoodenses de Clark Gable.

García Oropeza no deja de mencionar la “mediocridad” que en los años cincuenta se apoderó del mundo, y la cual, con su “tonalidad siniestra”, terminó por afectar a los años sesenta, como la muerte de Stalin y la presidencia de Richard Nixon y Robert F. Kennedy.

“Los sesentas están demasiado cercanos y sin embargo ya pagaron su tributo de mitos: Kennedy triunfando y desplomándose, resucitando y volviendo a desplomarse como en una repetición instantánea de televisión”, contaba el periodista Guillermo García y resaltó que México siguió a la par con el mundo, el desarrollo del siglo.

La Década Extraña

El texto de Oropeza destaca que en los sesentas México se entronca en el mundo, es decir, que durante esa época se hace sentir al 100% la participación de nuestro país en todos los ámbitos a nivel mundial, pero también califica ese tiempo como una “década extraña”.

La biografía de los sesentas se va narrando poco a poco en los encabezados de los periódicos, en artículos de revista populares. Los temas de la década son igualmente ominosos:

La desilusión ante las ideologías, tanto las “buenas” como las “malas”, el sentimiento que los archienemigos están a punto de perdonarse sobre la firma de un ventajoso tratado comercial. Toda la literatura popular de la guerra fría, las novelas de James Bonde de Fleming, las de Le Deighton, de John Lee Carré, explotan el tema de la imposibilidad de reconocer a los malos de entre los buenos, o que los “malos” por ejemplo en James Bond son tan ridículamente malos que se convierten en caricaturas. Un film de la serie Bond: Casino Royale, vendría a ser la mejor imagen del carnaval de las ideologías de su muerte por la multiplicación de sus inconsistencias.
La aparición sobre el planeta de ciudades monstruosas en las que prácticamente todas las gentes vivirán. La ciudad extraordinariamente grande es un hecho nuevo en la historia humana. Ninguna de las ciudades clásicas alcanzó la desesperanzada amplitud de las ciudades contemporáneas. Cuando hablamos de megalópolis, de ciudades que continúan interminablemente como la que va de Tijuana a San Francisco, o Tokio o Nueva York-Boston-Washington, estamos hablando de algo que ignoramos como de una sorpresiva enfermedad. Aún no sabemos qué mecanismos de autointoxicación inventen las ciudades para aligerar su carga humana. A la imagen conocida de los zafarranchos añado una imagen que me impresionó en algún periódico: la de una multitud de niños japoneses que para protegerse de una epidemia de gripe y de la contaminación permanente del aire, llevaban a la escuela una mascarilla, como la de los cirujanos.
La coexistencia de la riqueza mayor que ha conocido el mundo con una pobreza masiva y antigua. La aparición de ciertos libros sobre las realidades de la pobreza, como Los Hijos de Sánchez de Lewis, como The Other America de Harrington o como “Elise ou la Vraie Vie” de Claire Echerelli. viene a sobresaltar las buenas conciencias de una sociedad mundial de clases medias en ascenso. Ciertos documentos del Concilio Vaticano compilados por Congar, o los libros de Josué de Castro, las advertencias de Prebitsh, de Ana María Flores, etc, etc, así como los escuetos reportes de la faz sobre el hambre en el mundo, recurren como pesadillas en las lecturas de la década.
La polarización racial y ya no ideológica de las luchas mundiales. Por años los blancos tenían la supremacía de la violencia basada en ingeniosísimos ideales; ahora los blancos (así sean rojos o azules) se han de enfrentar con los negros, los amarillos y con los cafés. Sintomáticamente ninguna de las guerras actuales son exclusivamente de blancos, cuya única guerra, aquella con el espacio, parece ser la preparación para la huída planetaria.
Entre otras pesadillas permanentes, la conciencia de una explosión demográfica y del agotamiento de los recursos: el petróleo, el agua verdaderamente potable, el aire limpio, los buenos frutos de la tierra. Junto con estas noticias mayores, la década se refleja en miles de pequeñas notas periodísticas, en curiosidades.

Como parte de las “curiosidades” que nacieron en aquella década extraña, se pueden resaltar el pop, la minifalda, el camp, el cine underground, la televisión a color (una magnífica novedad), los transplantes de órganos, el unisexo o la posibilidad de caminar en los roles masculino y femenino, el LSD, el temido juego satánico de la OUIJA, el extraño culto a Satanás y la muerte de héroes como Martin Luther King, John F. Kennedy, y el resurgimiento del pensar joven, de la explosión de las ideas.

Una década curiosa, extraña, impensable, inimaginable estaba a punto de terminar con la incertidumbre puesta sobre la mesa: ¿Qué pasará en los setenta?

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