El síndrome de fortaleza asediada
Hay quienes todavía lo recuerdan en el café Súper Leche, sí, el mismo que fue destruido por los sismos del 19 de septiembre de 1985. Otros lo rememoran en otro café, el París, donde solía reunirse a conspirar con sus paisanos. Algunos más lo imaginaban caminando por la colonia Tabacalera hasta la casa de María Antonia, la misma que dio asilo y calor a los sobrevivientes del Moncada.
Los viejos lectores de Excélsior dicen que el joven líder del Movimiento 26 de Julio llegó a escribir a la sección de cartas para protestar por alguna declaración que no se ajustaba a la verdad. Los menos tienen presente un emocionado discurso que ofreció al pie del Altar a la Patria, el Monumento a los Niños Héroes de Chapultepec. Para los habitantes de Tuxpan, Veracruz, aquel cubano era casi un fantasma, pocos lo llegaron a ver, pero hoy todos los recuerdan.
Kid Vanegas era luchador profesional y nieto de Antonio Vanegas Arroyo, el editor de José Guadalupe Posada. Él fue el hombre que preparó físicamente a los expedicionarios del Granma y les dio clases de defensa personal. Contaba que un día fue Fidel hasta la vecindad de la avenida Lecumberri, donde todavía hoy viven los Vanegas, y ahí lo convenció de que les diera adiestramiento para el combate cuerpo a cuerpo. Y el Kid lo hizo.
Empresas como la que se proponían aquellos cubanos requieren dinero. Cuentan que un político y empresario mexiquense llamado Carlos Hank González fue especialmente generoso con Castro y que este, en 1988, cuando volvió por primera vez a la Ciudad de México para asistir a la toma de posesión de Carlos Salinas de Gortari, viajó a un rancho cercano a Toluca para reunirse con aquel que le había tendido la mano cuando más lo necesitaba.
Pocos se enteraron de que Alberto Bayo, un refugiado, oficial del ejército republicano español, instruyó a la pequeña tropa antillana en el manejo de armas. Llamó más la atención el ruido que producían las sesiones de tiro al blanco, lo que alertó a la Dirección Federal de Seguridad, que arrestó a los cubanos y los llevó a la cárcel de Miguel Shultz, en la colonia San Rafael.
Ahí, en esa prisión, especie de estación de paso donde los extranjeros aguardaban su expulsión de México y los nacionales su traslado a Lecumberri, Fidel Castro Ruz y un joven médico argentino, Ernesto Guevara de la Serna, compartieron celda y el temor de que todo su proyecto revolucionario se viera frustrado. Pero intervino don Lázaro Cárdenas, quien habría hablado con el presidente Adolfo Ruiz Cortines, y logró que los pusieran en libertad.
Contra la costumbre, los cubanos no fueron torturados. El capitán Fernando Gutiérrez Barrios, quien se encargó del caso, les ofreció garantías y muchos años después el jefe de esos cubanos declaró que el militar y funcionario público mexicano se había portado como un caballero.
Aunque nacido en Nueva York, Antonio del Conde Pontones —primo de la crítica de arte Teresa del Conde— vivió en México desde los siete años. Fue él quien se encargó de conseguir una embarcación para los cubanos, el yate Granma, e igualmente fue responsable de su avituallamiento y de tenerlo en condiciones óptimas de navegación.
Al salir de la cárcel, los cubanos se fueron sin más trámite a Tuxpan, de donde el 26 de noviembre de 1956 zarparon a bordo del Granma, un yate para 12 personas en el que viajaron 80 expedicionarios. Con ellos se reeditaba la gesta de José María Heredia y de José Martí, que aquí organizaron sendas expediciones para liberar a su patria.
Al triunfo de la revolución encabezada por Fidel Castro, y una vez que este se impuso sobre los politiqueros que querían capitalizar la situación, Washington desató todas las presiones de costumbre para “disciplinar” al gobierno de los barbudos, pero en aquella intentonas se toparon con pared, pues el joven dirigente cubano mostró una excepcional inteligencia política que le permitió responder a cada agresión yanqui con medidas nacionalistas, entre otras, una extensa reforma agraria, luego la expropiación de los ingenios azucareros y después de otras empresas de matriz estadounidense y luego del conjunto de la propiedad privada cubana.
Mientras arreciaban las presiones y agresiones de Estados Unidos contra la isla, en México se realizaban grandes manifestaciones de apoyo a la revolución castrista. Vino el presidente cubano Oswaldo Dorficós y fue recibido por su homólogo Adolfo López Mateos. En 1961, durante el gobierno del “humanista” John F. Kennedy, la potencia del norte armó, pagó, adiestró y dirigió una fuerza de 1500 contrarrevolucionarios que desembarcaron en Playa Girón (Bahía de Cochinos, para la gusanera) para sufrir una estrepitosa derrota, pese al apoyo de aviones de la fuerza aérea de Estados Unidos sin identificación.
Antes y después del desembarco, miles de mexicanos se alistaron, dispuestos a marchar a la isla caribeña para combatir en defensa de la soberanía cubana. En la capital del país, una marcha multitudinaria termino en el Zócalo, donde el expresidente Lázaro Cárdenas, en una noche memorable, con la enorme plaza a oscuras e iluminado apenas por improvisadas antorchas, subió al toldo de un coche y sin micrófono, a gritos, preguntó a la muchedumbre (cito de memoria): “¿Quieren a Cuba?”, lo que tuvo la consabida respuesta: “Siií”. “¿Quieren a los gringos?”. Y otra vez la gente: “Nooo”. “¡Entonces vamos a defender esa revolución!”, gritó el General de América, como lo llamara Pablo Neruda.
Derrotada la invasión patrocinada por Washington, Castro proclama la implantación del socialismo. Pero el enemigo no descansaba. Al año siguiente, en una acción orquestada por Estados Unidos, Cuba es expulsada de la OEA en la reunión de Punta del Este. El canciller mexicano Manuel Tello, presente en la reunión, declara al marxismo-leninismo incompatible con el hemisferio occidental, lo que da el pretexto para que todos los gobiernos latinoamericanos, con la paradójica pero explicable excepción del mexicano, rompan relaciones con La Habana, en tanto que Estados Unidos bloquea la isla para impedir el paso de ayuda militar, alimentos, medicinas y otros artículos necesarios para la sobrevivencia del país.
Como respuesta, el gobierno cubano estrecha relaciones con Moscú. La Unión Soviética instala cohetes nucleares en Cuba y Washington desata una crisis que obliga a Nikita Jruschov a retirarlos. Otra vez, miles de mexicanos salen a las calles en defensa de Cuba y de su líder. En 1966, el Congreso de Estados Unidos aprueba una ley que otorga asilo político a todo cubano que llegue a territorio estadounidense.
Durante el sexenio de Díaz Ordaz, el gobierno mexicano impide varias transacciones comerciales con Cuba, y dispone, al igual que su antecesor, Adolfo López Mateos, que los viajeros que llegan de La Habana sean fotografiados e interrogados por personal de la CIA. Aun así, para Cuba es México el único puente con tierra firme. El bloqueo económico y diplomático es casi total, lo que priva a Cuba de insumos y refacciones esenciales para su economía y de bienes alimentarios y medicamentos a su población, al extremo de que no puede hallarse en todo la isla una aspirina o una curita.
En 1974 Panamá y Venezuela restablecen las relaciones diplomáticas con La Habana y al año siguiente el presidente mexicano Luis Echeverría hace una visita de Estado a Cuba, donde le ofrecen una multitudinaria y entusiasta recepción. En 1979, otro mandatario mexicano, José López Portillo, recibe al líder cubano Fidel Castro en Cozumel y en agosto del año siguiente le devuelve la visita.
En 1980 Cuba responde a las acusaciones de que no permite salir del país a sus ciudadanos y el gobierno de Fidel Castro permite que por el puerto de Mariel 125 mil cubanos abandonen la isla en embarcaciones con bandera de Estados Unidos, lo que termina cuando Washington, abrumado por la multitudinaria oleada migrante, pide cerrar el caso. “No se van por razones ideológicas. Se van por razones económicas”, le dijo Gabriel García Márquez al autor de estas líneas.
En 1981, Fidel Castro vuelve a México, de donde salió en 1956, y es recibido en Cancún por el mandatario mexicano José López Portillo y ambos firman un acuerdo de intercambio tecnológico y comercial. En ese tiempo, Cuba dio todo su apoyo a las iniciativas mexicanas dentro del Grupo Contadora para evitar la intervención externa en Centroamérica y garantizar la paz en la región.
En los días posteriores al sismo del 19 de septiembre de 1985, Cuba envió a los mexicanos brigadas médicas, alimentos y otros tipo de ayuda en considerable volumen y después prestó su concurso económico y de otro tipo para la reconstrucción de escuelas y diversas obras.
En 1988, a la toma de posesión de Carlos Salinas de Gortari como presidente de la república, asistieron varios jefes de Estado entre los cuales se contaba Fidel Castro Ruz, que de ese modo volvió a pisar la capital mexicana. Salinas desplegó una política que le permitió convertirse en puente entre Washington y La Habana para el arreglo de varios asuntos litigiosos, de ahí que Fidel Castro le guardara una especial consideración al mandatario mexicano durante su gestión y aun después.
Con Ernesto Zedillo, el primer presidente panista del PRI, las relaciones empezaron a sufrir un deterioro que llegaría a sucios extremos de patanería durante los gobiernos panistas. En 1995 el gobierno cubano firmó el Tratado de Tlatelolco, que pretende mantener a Latinoamérica libre de armas nucleares. En 1996 México y Canadá unieron esfuerzos diplomáticos para oponerse a la ley estadounidense Helms-Burton, que impone sanciones a las empresas que hagan negocios con Cuba sobre propiedades de Estados Unidos confiscadas por la Revolución.
En 2001, Jorge Castañeda, el proyanqui secretario de Relaciones Exteriores del gobierno panista de Vicente Fox, incurrió repetidamente en ofensas al gobierno y al pueblo cubanos, lo que dañó severamente las relaciones entre ambos países. En abril del año siguiente, el representante mexicano ante la Comisión de Derechos Humanos de la ONU votó en contra de Cuba, lo que fue calificado por La Habana como “traición”. En marzo de 2002, durante una reunión de jefes de Estado celebrada en Monterrey, el presidente cubano Fidel Castro fue apremiado por el presidente mexicano Vicente Fox para que regresara a su país, lo que negó repetidamente el gobierno mexicano hasta que La Habana divulgó una conversación entre Castro y Fox en la que éste, en efecto, le había propuesto una cortísima estancia, lo que se resumió en la frase “comes y te vas”.
En 2004, el gobierno mexicano expulsó a dos miembros del Partido Comunista de Cuba por entrevistarse con políticos mexicanos. Hizo lo mismo con el primer secretario de la embajada de Cuba y pidió el retiro del embajador Jorge Bolaños en tanto que llamaba a la embajadora mexicana en La Habana, Roberta Lajous, lo que equivalía a un ruptura de facto. Afortunadamente privó la prudencia y el 18 de julio de 2004, los cancilleres de ambos países, Ernesto Derbez y Felipe Pérez Roque, acordaron que ambos embajadores volvieran a sus sedes, lo que ocurrió el 26 de ese mes, día de la Revolución Cubana.
Sin embargo, el daño estaba hecho. En 2013, en el funeral de Nelson Mandela, los presidentes de Cuba y Estados Unidos, Raúl Castro y Barak Obama, se estrechan la mano. Al año siguiente ambos países establecen relaciones diplomáticas y en 2015 intercambian embajadores. México, debido a la grosera actuación de Fox y su canciller, se quedó al margen de ese hecho histórico.
Las relaciones de México con Cuba no comenzaron a mediados del siglo XX. Las relaciones se remontan a la conquista, pues con Cortés vinieron algunos indios taínos. Ya en la Colonia, las familias acomodadas mandaban a sus hijos a estudiar en la Real y Pontificia Universidad de México, de la que fue rector el cubano Pedro de Recabarren, en 1685-86. Por lo menos cuatro mexicanos fueron obispos de la diócesis de Cuba. Aquí se estableció José María Heredia, rector fundador del Colegio Literario de Toluca, antecedente de la Universidad Autónoma del Estado de México.
Un cubano de apellido Bobadilla combatió la invasión estadounidense de 1847, quien luego figuró en el bando liberal y le tocó pelear contra los intervencionistas franceses. En 1850, con letra del poeta cubano José Miguel Lozada y música de Carlos Bochsa, se estrenó un Himno Nacional Mexicano que no llegó a popularizarse. En el mismo año, Narciso López zarpó de las costas de Yucatán y tomó la ciudad de Cárdenas, pero luego fue derrotado; en 1851 organizó una nueva expedición, pero fue aprehendido y ejecutado.
Durante las guerras de Reforma y la intervención francesa, los camagüeyanos Rafael y Manuel Quesada lucharon en las fuerzas liberales y fueron conocidos como los generales juaristas o generales mexicanos. Secretario particular, agente confidencial y yerno de Juárez fue otro patriota cubano, Pedro Santacilia. Entre nosotros vivieron el poeta Juan Clemente Zenea, muerto por su patria al regresar a tierras cubanas y muchos otros cubanos, como los Menéndez, fundadores de escuelas y periódicos.
Y aquí estuvieron, amaron y trabajaron José Martí, el apóstol cubano; el joven comunista Julio Antonio Mella, el líder obrero Sandalio Junco y cientos y miles de cubanos que siempre han tenido en México y en su pueblo una segura retaguardia.
La muerte de Fidel Castro debe servir para recordar esa gloriosa saga. En él se condensa medio siglo de vivencias cubanas, y sintetiza la mayor resistencia de un pueblo frente a la mayor potencia de la historia. Que tuvo errores, pues sí. Que cometió excesos, obviamente. Que se restringieron libertades, por supuesto. Pero no puede olvidarse que Cuba vivió bajo un permanente asedio y constantes agresiones de Estados Unidos, lo que obligó a rechazar toda disidencia. Fue, es, el síndrome de fortaleza asediada.
El inmenso Eduardo Galeano escribió: “Sus enemigos dicen que fue rey sin corona y que confundía la unidad con la unanimidad. Y en eso sus enemigos tienen razón.
Sus enemigos dicen que, si Napoleón hubiera tenido un diario como el Granmma, ningún francés se habría enterado del desastre de Waterloo. Y en eso sus enemigos tienen razón.
Sus enemigos dicen que ejerció el poder hablando mucho y escuchando poco, porque estaba más acostumbrado a los ecos que a las voces. Y en eso sus enemigos tienen razón.
Pero sus enemigos no dicen que no fue por posar para la historia que puso el pecho a las balas cuando vino la invasión, que enfrentó a los huracanes de igual a igual, de huracán a huracán, que sobrevivió a 637 atentados, que su contagiosa energía fue decisiva para convertir una colonia en patria, y que no fue por hechizo de Mandinga ni por milagro de Dios que esa nueva patria pudo sobrevivir a 10 presidentes de Estados Unidos, que tenían puesta la servilleta para almorzarla con cuchillo y tenedor…
Y no dicen que esta revolución, crecida en el castigo, es lo que pudo ser y no lo que quiso ser. Ni dicen que en gran medida el muro entre el deseo y la realidad fue haciéndose más alto y más ancho gracias al bloqueo imperial, que ahogó el desarrollo de una democracia a la cubana, obligó a la militarización de la sociedad y otorgó a la burocracia, que para cada solución tiene un problema, las coartadas que necesita para justificarse y perpetuarse.
Y no dicen que a pesar de todos los pesares, a pesar de las agresiones de afuera y de las arbitrariedades de adentro, esta isla sufrida pero porfiadamente alegre ha generado la sociedad latinoamericana menos injusta.
Y sus enemigos no dicen que esa hazaña fue obra del sacrificio de su pueblo, pero también fue obra de la tozuda voluntad y el anticuado sentido del honor de este caballero que siempre se batió por los perdedores, como aquel famoso colega suyo de los campos de Castilla.